Parece ser que sí, que el PSOE es mejor que la derecha, que un Gobierno del PP, que cuando los socialistas gobiernan todo es mucho mejor, porque entonces atamos los perros con longanizas. Recuerdo una vez en que fui invitado en el Ateneu Barcelonès, cuando el presidente era Oriol Bohigas, insigne prócer del PSC. En la reunión había todo tipo de gente, pero de manera notoria, muchas personalidades vinculadas con el Partit dels Socialistes de Catalunya. Se quejaban muy mucho de la situación política y tuve la posibilidad de darme cuenta, para mí mismo, que no sólo la presidencia de la benemérita institución estaba en manos del PSC. En aquella época el alcalde de Barcelona era, creo, Jordi Hereu, socialista, la presidencia de la Generalitat estaba ocupada por José Montilla, socialista, y la presidencia del Gobierno español estaba encabezada por José Luis Rodríguez Zapatero, del PSOE. Como las críticas sobre la situación política no se amortiguaban, como la crítica a la situación general no era satisfactoria para ninguno de mis interlocutores, les dije con aplomo: “no se preocupen, el día que gobiernen los socialistas todo esto se arreglará”.

Reconozco que tengo una especial animadversión por los socialistas. Ningún partido político ha generado tantas esperanzas, tantas opiniones positivas, ningún partido ha derrochado tanto de capital político como ellos. El PSC y su hermano mayor, y también su dueño y señor, el PSOE, poseen una fabulosa capacidad para generar ilusiones y, lógicamente, para decepcionar a los electores. Los socialistas tienen la mejor maquinaria de propaganda en España, desde los tiempos de Felipe González, pero en realidad nunca han estado a la altura de la ambición transformadora que generan y proclaman. Cuando se habla de frustración para desacreditar la propuesta política regeneracionista de los independentistas es que están olvidando el caso de los socialistas, los políticos que habían anunciado el advenimiento de la fraternidad interterritorial gracias al federalismo, los que habían de redistribuir la riqueza para cohesionar la sociedad, los que habían de modernizar España y conseguir que se convirtiera en uno de los primeros países del mundo. Los socialistas son probablemente los que tienen las mejores ideas y, al mismo tiempo, las peores acciones, los que hacen arranques de caballo y paradas de burro, los que han gestionado peor el gran capital político de la esperanza española por mejorar. En este sentido, no hay que decir que a la hora de la verdad se han convertido en una simple muleta de la ultraderecha españolista, colaboradores necesarios del autoritarismo y del fomento de las desigualdades promovidos por el PP. Los que hoy se sorprenden de las peticiones de condenas de la abogacía del Estado, de 25 a 10 años para los presos políticos, es que no quieren saber qué ha representado históricamente el PSOE para la reciente historia de España. Aquellos que se presentaban en las primeras elecciones democráticas como herederos de “cien años de honradez” han continuado viviendo del cinismo y de la arrogancia de los puros, de la falsa superioridad moral de la izquierda. Un socialista, lo decía Josep Pla, piensa que los inviernos deberían ser más cálidos, que los veranos deberían ser más frescos, que la sociedad debería ser más cómoda, más pacífica, más agradable. Ahora bien, no hará nada para lograr una tarea transformadora tan titánica. A la boca le podemos hacer decir cualquier cosa. El problema es lo que hacen o dejan de hacer las manos. Los presos políticos independentistas al menos deberían saber con quien no pueden contar.