El nombre de este conocido conjunto de rock americano hace referencia a un tipo de pimientos rojos picantes. El pimiento es el fruto de las plantas del género Capsicum, del cual conocemos más de 20 especies diferentes, originarias de la zona tropical y subtropical de América. Colón trajo consigo simientes a España, alrededor de 1493, y su cultivo y consumo se extendió rápidamente por toda Europa y Asia, de forma que, actualmente, distintos tipos de pimientos o de su polvo desecado se usan como verdura o como especie. La gran mayoría de especies silvestres del pimiento son picantes, pero hemos domesticado unas cinco cepas, con medidas, formas y sabores distintos. Hemos ido seleccionando estas especies para que perdieran el picor, y por eso algunas cepas son dulces. Sabemos que las poblaciones indígenas de América usaban pimientos para cocinar hace al menos 6.000 años, puesto que se han encontrado restos “fosilizados” en hasta siete excavaciones de esa época, con localizaciones geográficamente tan alejadas como el Caribe y el sur del Perú. Como son originarios de América, es donde encontramos más tipos diferentes, y por ello no es extraño que reciban nombres de origen local, como por ejemplo ají o chile, que denominan tipos concretos de pimiento y las salsas especiadas que se elaboran, típicas de varios países de Meso y Sudamérica.

El componente picante principal del pimiento es la capsaicina (perteneciente a la familia de las vainillinas). La capsaicina educe dos respuestas sobre nuestras papilas: por un lado, una sensación de ardor y, por el otro, una sensación de dolor intenso, que puede saturar nuestras neuronas hasta anestesiarnos la boca. Los mamíferos solo tenemos un receptor para la capsaicina, un receptor compartido tanto para sentir el dolor como la alta temperatura. De hecho, conocemos este doble efecto porque existen pomadas para dolores articulares y también apósitos impregnados de capsaicina que se utilizan para calmar el dolor de la ciática, que causan una sensación intensa de calor hasta cierto punto molesto, pero que satura las terminaciones nerviosas y, a partir de ese momento, dejamos de notar el dolor.

Que la sensación de temperatura extrema, sea frío o calor, nos cause dolor no es extraño. Nos quemamos tanto si un objeto está muy frío como si está muy caliente. La sensación de temperatura forma parte del sentido del tacto, como también la sensación de presión. Un exceso de presión nos hace daño, pero un contacto ligero (como, por ejemplo, una caricia) nos gusta. Nuestro cuerpo está preparado para sentir estímulos exteriores e interpretarlos y, para ello, requiere sensores específicos que sientan y perciban estos estímulos, y neuronas que transmitan esta sensación hasta el sistema nervioso central, el cual los interpretará y actuará en consecuencia. El sentido del tacto es tan intrínseco a nuestra percepción de la realidad que no le prestamos atención. No somos conscientes de la nocicepción (la percepción del dolor) excepto cuando algo nos hace daño, y pocas veces pensamos en la propiocepción (que nos indica cómo nos encontramos respecto al mundo que nos rodea), y nos permite saber si estamos estirados o sentados, cabeza abajo o de pie, si caemos o nos movemos, independientemente de si tenemos los ojos cerrados. Pero el sentido del tacto, en todas sus facetas, es crucial para nuestro bienestar. Imaginad que paseáis al lado del mar, notáis el agua fresca y la arena bajo los pies, sentís cómo se hunden los dedos, la brisa en la cara que os remueve el cabello y cómo la ropa empapada se amolda a vuestro cuerpo. Os sentís a gusto. Aunque quizás sentís un poco de calor y decidís poneros un sombrero para protegeros. ¿Habéis pensado qué pasaría si nos faltara alguno de estos sentidos que sentimos tan propios y tan integrados en nuestra percepción de la realidad?

El conocimiento adquirido a partir de estas investigaciones sobre cómo estos receptores funcionan y regulan la sensación de dolor y de temperatura permite diseñar medicamentos más eficientes, por ejemplo, para tratar el dolor visceral o el dolor neuropático

Pues bien, se han concedido los Premios Nobel de Fisiología y Medicina de 2021 a dos investigadores, David Julius y Ardem Patapoutian, que han investigado distintos aspectos de este sentido del tacto, tan poliédrico: la sensación de la temperatura y el dolor, y la sensación de la presión mecánica. Julius se propuso identificar el receptor de la capsaicina, que, como hemos dicho, cuando se activa, genera sensación tanto de alta temperatura como de dolor. A partir de la investigación de su grupo sabemos que contamos con un único receptor de la capsaicina, TRPV1, a pesar de que tenemos otros receptores para ajustar la sensación de temperatura. Estos receptores son canales de entrada de iones, localizados en la membrana de nuestras células. Normalmente, estos canales suelen estar inactivos y cerrados, pero a partir de cierta temperatura (alrededor de los 43 grados Celsius), se abren los canales permitiendo la entrada de iones dentro de la célula, y ésta transforma la entrada de iones en una corriente eléctrica que estimulará las neuronas sensoriales y transmitirán esta corriente al sistema nervioso. Entonces percibimos la sensación de ardor y dolor. Fruto de la investigación de Julius y su grupo, se han identificado receptores adicionales de esta familia, y por ejemplo, actualmente tenemos un mejor conocimiento de los receptores de la inflamación y el dolor.

También identificaron (en este caso, ambos investigadores y de forma independiente), el receptor del frío. El frío intenso también nos causa dolor. Nuestro receptor del frío se activa por la baja temperatura pero también cuando entra en contacto con ciertos productos, como el mentol. Todos sabemos que el mentol (un aceite que se encuentra en las hojas de la menta) es un componente habitual de chicles y dentífricos que proporciona sensación de frescura oral. Estos receptores de temperatura nos permiten determinar si estamos dentro de la zona de confort, de forma que solo sentimos dolor a partir de cierto umbral de temperatura, ya sea más alta, ya sea más baja. Las toxinas de algunos animales, que cuando nos pican provocan dolor, actúan vía este receptor de la capsaicina. Así, el veneno de las tarántulas causa un dolor insoportable porque exacerba estos sensores. Las personas que tienen mutaciones en los genes de los receptores de la temperatura tienen problemas en la vida diaria, y pueden presentar accesos de hipertermia, o quemarse o perder dedos por el frío, sin apercibirse. Ahora sabemos el porqué. El conocimiento adquirido a partir de estas investigaciones sobre cómo estos receptores funcionan y regulan la sensación de dolor y de temperatura permite diseñar medicamentos más eficientes, por ejemplo, para tratar el dolor visceral o el dolor neuropático.

En cuanto a Patapoutian y su grupo, han investigado de forma específica cómo las células de nuestro cuerpo pueden percibir la presión sobre ellas. Identificaron dos receptores importantes, PIEZO1 y PIEZO2 (el nombre es un derivado de píesi, que quiere decir 'presión', en griego). Estos receptores también son canales de iones, y presentan una forma muy curiosa, parecida a un bol con una pieza arriba que hace de tapadera del canal. Cuando la membrana se deforma por la presión que recibe, el bol se allana y la tapa queda separada, por lo que el canal se activa y deja pasar iones, que generarán una corriente eléctrica que se transmitirá al sistema nervioso. Estos dos receptores se reparten las tareas de percepción de la presión. PIEZO1, por ejemplo, regula la presión sanguínea (el bombeo de sangre desde el corazón origina una presión mecánica sobre las paredes de los vasos sanguíneos). PIEZO2 es responsable de la propiocepción externa, es decir, de si nos movemos o estamos quietos, así como de las diferencias de presión entre los diferentes órganos cuando nos movemos. Este sentido permite que nos enderecemos y corrijamos nuestra postura continuamente, para no perder el equilibrio. También es responsable que sintamos la vejiga de la orina llena y tengamos ganas de orinar. Existen enfermedades minoritarias causadas por mutaciones en el gen PIEZO2, y los pacientes presentan descoordinación de movimientos, dedos torcidos y mal colocados (no se dan cuenta de que los tuercen en posiciones anómalas) y no pueden orientar bien su cuerpo cuando se mueven si no pueden usar la visión (la visión nos da un marco de referencia que usamos para reorientarnos en el espacio). Incluso presentan cierto descontrol sobre la respiración, puesto que cuando respiran y expanden los pulmones, no saben cuándo tienen que dejar de inspirar (lo que causa un exceso de presión sobre los tejidos circundantes que no pueden notar). Si tenéis curiosidad por saber más, os recomiendo que consultéis la página que la Fundación Nobel dedica a difundir la investigación de los galardonados, con dos versiones, una más divulgativa y otra más avanzada.

¡Qué importante es el sentido del tacto!