Cuando era joven me gustaban mucho las novelas de aventuras. Recuerdo que devoraba, literalmente, las historias de piratas y corsarios, con mapas de tesoros escondidos en islas exóticas deshabitadas, como la clásica La Isla del Tesoro, de R.L. Stevenson. Esta semana estoy visitando las Islas Encantadas, de que fueron refugio de corsarios ingleses de toda condición y pelaje, y que hoy en día son mucho más conocidas por su gran biodiversidad. Hablo de las Islas Galápagos, un reservorio de especies únicas y endémicas, y un símbolo en el imaginario de todos los biólogos, ya que al observar e intentar explicar la diversidad de pájaros en cada isla de este archipiélago volcánico, Charles Darwin empezó a poner los fundamentos de la teoría de la evolución que hizo temblar la manera de ver el mundo en su época. Casualmente, además, esta misma semana de ahora hace 160 años, el 20 de agosto de 1858, se publicó el artículo de Charles Darwin y Alfred Russel Wallace en que conjuntamente expusieron sus argumentos para proponer una nueva teoría que explicaba la aparición de nuevas especies: la evolución por selección natural.

Seguramente, la mayoría de los lectores no saben que esta teoría fue propuesta, simultáneamente y en términos muy similares, por Darwin y Wallace. Aunque Wallace fue un científico reconocido a su tiempo, sobre todo al final de su vida, es Charles Darwin quien tiene más reconocimiento público e, incluso, ha dado nombre a corrientes que defienden sus teorías, como el darwinismo y neodarwinismo. Eso es así, en parte porque Wallace le cedió parte del protagonismo y, sobre todo, porque Darwin profundizó en la teoría de la evolución escribiendo varios libros más. En particular, el libro publicado el siguiente año y dirigido a un público amplio, El Origen de las Especies ­-en el que desarrolló el argumentario de la teoría de la evolución y lo aplicó al origen de la especie humana–, capturó la atención y la imaginación de sus congéneres y encendió agrias polémicas entre científicos e intelectuales, pero este libro merece un artículo propio en otra ocasión.

Darwin era un joven inquieto y no demasiado estudioso, con interés por las ciencias naturales. Aunque en teoría había ido a la Universidad para aprender Medicina, se había interesado más por la geología, los fósiles, la zoología e, incluso, tenía conocimientos de taxidermia y conservación de animales. Cuando surgió la oportunidad de dar la vuelta al mundo en el barco Beagle, con la tarea de ir recogiendo datos descriptivos y muestras geológicas, de plantas y animales de las diferentes zonas y regiones donde se detenían, no lo dudó. Se embarcó el año 1831 y el viaje duró cuatro largos años, en qué hizo una recopilación exhaustiva de datos, notas, dibujos y comentarios, que más tarde fue ordenando, trabajando y publicando y que le dieron un gran reconocimiento científico. En las Galápagos estuvo unas cinco semanas, disfrutando de las visitas a las islas, tanto habitadas como deshabitadas. Desde el principio, le llamó la atención la diversidad y variedad de animales entre las diferentes islas. Según sus notas, le sorprendía encontrar diferentes variedades de pájaros, en concreto, cuvates (nombre que dan a estos mímidos en las Galápagos) en islas relativamente próximas en distancia y mismo origen geológico. También se fijó en el hecho de que los pinzones de cada isla eran muy diversos, tenían diferentes picos y diferente alimentación y comportamiento. Incluso, respecto al animal más representativo del archipiélago, la tortuga, los galapagueños le comentaron que sólo mirando el caparazón se podía saber de qué isla procedía. Con sus notas y esquemas llegó a Londres, y al enseñar su colección de pájaros a un ornitólogo, John Gould, este le confirmó que cada tipo de pinzón era una especie diferente y nueva.

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Algunas de las especies de pinzones de las Islas Galapagos (dibujo original de Gould, 1837)

¿Cómo podía ser que hubiera especies similares pero diferentes a cada isla, y diferentes también de las que había en el continente americano? ¿De dónde venían? ¿Cómo habían surgido? Todas estas preguntas empezaron a darle vueltas en la cabeza al joven Darwin. En el siglo XIX ya se sabía que la evolución de los organismos existía porque era evidente en la cría de muchas especies domésticas así como estudiando el registro fósil, pero no se sabía cómo ni por qué sucedía. Además, se creía que la evolución tenía poca importancia y estaba restringida a casos muy concretos, ya que los creacionistas creían que Dios había creado cada especie con sus atributos predeterminados.

Durante 20 años, Darwin se dedicó a escribir su obra magna, Natural Selection, en el que desarrollaba su teoría sobre la evolución de las especies, ilustrándola prolíficamente de ejemplos obtenidos en sus viajes y manteniendo una animada correspondencia con científicos reputados para ir configurando y puliendo argumentos. Imaginaos su sorpresa cuando a inicios del año 1858 recibe la carta de uno impetuoso y joven Wallace, que trabajando desde otro archipiélago exótico, las islas de Malasia, le escribe para pedirle consejo exponiéndole punto por punto unas ideas sobre evolución tan similares a las suyas que, tal como comenta Darwin por carta a un amigo, parecían verdaderamente un resumen de su libro. Con el fin de evitar un conflicto de intereses y mostrando honestidad personal e integridad científica (Darwin era reconocido y Wallace, todavía no; Darwin habría podido acelerar la publicación de su libro sin dar el crédito correspondiente a Wallace), Darwin decidió presentar un artículo conjunto, en el que además de la carta de Wallace, adjuntó un resumen de sus ideas y fragmentos de su correspondencia previa con otros colegas científicos con el fin de demostrar que no había "copiado" las ideas de Wallace. Este artículo seminal conjunto, que es considerado por algunos como el artículo de biología más relevante nunca escrito, fue presentado para su lectura por dos prestigiosos científicos en la sede de la Sociedad Linneana de Londres (fundada en el s. XVIII en honor del naturalista sueco Linné, y dedicada a los estudiosos de las ciencias naturales; la sociedad científica en activo más antigua del mundo) el día 1 de Julio, pero no obtuvo demasiada atención. Ni Wallace, todavía en Malasia, ni Darwin, de luto por la muerte de su hijo de 19 meses hacía tres días, no pudieron asistir. Publicado en papel en Agosto del mismo año, el único comentario que Darwin recibió fue: "Todo lo que es nuevo es falso, y todo lo que es cierto no es nuevo".

Sin embargo, quien lee el artículo (por cierto, muy recomendable) puede descubrir como Darwin y Wallace construyen con elegancia el cuerpo conceptual de la teoría de la evolución, como van desarrollando sus argumentos con ejemplos y símiles próximos, haciendo reflexiones e inferencias, hasta exponer como los recursos naturales son limitados y, por lo tanto, los organismos de una especie estamos permanentemente luchando por la supervivencia con el fin de tener acceso a los alimentos y poder reproducirnos; como dentro de las poblaciones existe una tendencia natural a diversificar y que los organismos presenten nuevas características que, en buena parte, son hereditarias; como estas características pueden favorecer o desfavorecer a los individuos y, por lo tanto, aquellos individuos que estén mejor adaptados a las condiciones ambientales tendrán más descendientes y podrán transmitir estas características favorables a su descendencia. Los dos científicos argumentan que esta selección natural hará que las variedades de individuos más adaptados, sobrevivan mejor y con más descendientes, sustituyendo progresivamente a las variedades menos adaptadas, infiriendo cómo se puede llegar a la extinción de especies y al mismo tiempo generar otras de nuevas, que en muchos casos podrían dividirse el espacio (por ejemplo, en diferentes islas) y coexistir si están adaptadas a diferentes circunstancias.

Elegante y simple, la selección natural es la fuerza más potente en la evolución de las especies, el fundamento principal de la teoría de la evolución. Como dijo Dobzhansky, uno de los padres de la genética evolutiva, "en biología nada tiene sentido si no es a la luz de la evolución".