Esta es una de aquellas preguntas que nos podemos hacer de buena mañana. ¿Desayunamos dulce o desayunamos salado? ¿Nos apetece más comer cereales, mermelada y fruta, o bien desayunamos unas tostadas con queso y jamón? Esta pregunta, aparentemente tan inofensiva, resulta que es más importante de lo que nos parece y nos puede hacer cambiar sutilmente la manera de reaccionar ante ciertas situaciones que requieren una capacidad de reacción y decisión. Eso es lo que dice un estudio hecho en Alemania, en el que participan médicos, fisiólogos, neurólogos y publicado el verano del año pasado en PNAS (Proceedings of the National Academy of Sciences, de los Estados Unidos). En este estudio y a partir de datos previos, se hipotetiza que lo que comemos tiene una consecuencia a corto plazo en la composición bioquímica de los nutrientes en sangre, que, a la vez, impacta en la formación de neurotransmisores, los cuales activan diferentes zonas del cerebro, modulando la respuesta ante una misma situación. Es decir, que creemos que somos capaces de dar respuestas no condicionadas e independientes, pero que podría ser que según lo que hayamos comido, nuestra respuesta puede ser ligeramente diferente. De alguna manera, ¿somos lo que comemos? No, no es ninguna idea estrambótica o cogida por los pelos. Vamos por partes.

Es sabido que fabricamos neurotransmisores mediante reacciones químicas a partir de aminoácidos. Se sabe también que si comemos mucha proteína, se incrementa en sangre la concentración del aminoácido tirosina, que es el precursor para fabricar dopamina; en cambio, si tomamos glúcidos (carbohidratos), se incrementa en sangre la cantidad de triptófano, que es precursor de serotonina. También se sabe que el incremento en sangre de estos aminoácidos genera una mayor síntesis de los correspondientes neurotransmisores. Por otra parte, decisiones en nuestra interacción social, como colaborar, confiar, desconfiar o castigar, implican la activación de ciertas zonas del cerebro mediante la acción de neurotransmisores. Se han hecho estudios previos de conducta humana mediante manipulación externa, con el fin de incrementar o disminuir la concentración de neurotransmisores mediante medicamentos, o forzar la concentración de glucosa en sangre, pero nunca se había estudiado la respuesta en personas después de hacer un desayuno "normal", de los que hacemos en casa habitualmente, sin medicamentos ni ingestión de cantidades ingentes de glucosa. Pues bien, los autores parten de la idea de que la concentración en sangre de tirosina y triptófano no será igual si desayunamos dulce o salado, y como estos aminoácidos son esenciales en la síntesis de neurotransmisores, tampoco será igual nuestra respuesta a un Juego de Ultimátum, un problema típico de la Teoría de Juegos, donde tenemos que tomar una decisión rápida.

Aquí, tengo que admitir que yo no sabía casi nada de Teoría de Juegos, una rama de las matemáticas que explora cuál es la mejor decisión posible cuando hay situaciones en que se puede ganar y perder, y tienes que decidir si prefieres ser egoísta o cooperar. Aunque este tipo de situaciones se dan continuamente en nuestra vida y tenemos que ir tomando una decisión u otra, hasta que mi hijo no decidió hacer el trabajo de investigación de bachillerato en este campo de las matemáticas, que le parecía apasionante, no fui consciente de que hay soluciones racionales que optimizan una ganancia razonable para todos (el llamado equilibrio de Nash, propuesto por el matemático ganador del Premio Nobel de Economía el año 1994 y que inspiró la película Una mente maravillosa).

Ahora, los resultados de este artículo implican que lo que comemos cada mañana puede influenciar en cómo reaccionamos, cómo aprendemos y cómo decidimos. Intrigante

Así, ahora ya sé que en el Juego del Ultimátum hay dos jugadores, en que uno recibe dinero y lo tiene que repartir con otro. Según las reglas del juego, la repartición del dinero la decide el primer jugador, pero el segundo jugador puede aceptar o no lo que se le ofrece. Si lo acepta, el dinero se reparte como ha dicho el primer jugador. Si no lo acepta, ninguno de los dos recibe nada y los dos pierden. Así, si la oferta es equitativa (cerca del 50% para cada uno), el segundo jugador aceptará enseguida. Si, en cambio, el jugador con el dinero decide repartirlo muy desequilibradamente (por ejemplo, 90% y 10%), es probable que el segundo jugador lo perciba como muy injusto porque ninguno de los dos ha hecho más méritos que el otro y, por lo tanto, rechace lo que se le ofrece, enfadado u ofendido. Si quieres quedártelo todo, también corres el riesgo de perderlo todo. Evidentemente, que hay toda una serie de porcentajes de repartición intermedios y que la respuesta de cada persona es diferente, según como perciba la justicia o la injusticia del reparto, y esta es la gracia del juego. Ver cómo se resuelve en un conjunto de muchas personas (porque lo que interesa es el comportamiento global) nos permite inferir dinámicas de comportamiento social: si somos proclives a pactar o bien a quedárnoslo todo (primer jugador), y si los otros nos lo permiten o no (segundo jugador). Jugárselo a todo o nada, o bien encontrar una partición o pacto aceptable para todos. Y concretamente, este estudio quería analizar si lo que comemos, a causa de su efecto sobre la generación de neurotransmisores, puede influenciar esta decisión. Esta es la cuestión. ¿Interesante, verdad?

Pues bien, resumiendo un poco el estudio, los autores convencen a 22 estudiantes a los cuales: 1) les dan de desayunar para controlar las cantidades, la composición y las calorías, ya sea cereales, mermelada y fruta (80% glúcido / 10% proteína), ya sea un bocadillo con jamón, queso y yogur (50% glúcido / 25% proteína); 2) seguidamente, les van sacando sangre cada cuarto de hora para controlar los niveles en sangre de tirosina, triptófano y glucosa (y muchos otros parámetros que no variaron) durante cuatro horas; 3) a media mañana les hacían jugar, una sola vez, al Juego del Ultimátum; y 4) les analizan los datos. ¿Y cuáles son los resultados? Pues que las personas que desayunaron más glúcidos, cuando jugaban al Juego rechazaban más veces un reparto injusto (media de 69% de rechazo comparado con el 60%), y los autores lo relacionan con el claro incremento de triptófano y menor concentración de tirosina en sangre, comparado con los que comieron menos glúcidos y más proteína. Esta respuesta diferente era estadísticamente significativa y sólo correlacionaba con lo que habían desayunado los participantes aquel día, sin ninguna otra variación o correlación con su carácter. Es decir, que dependiendo de lo que habían desayunado, la respuesta que se daba ante la misma situación era diferente, mucho menos permisiva con lo que se percibía como un tratamiento injusto o un ataque a las normas de convivencia. Obviamente, el artículo no pasó desapercibido y, por ejemplo, hay correspondencia (respuesta y contra respuesta) en la que se intenta relacionar este tipo de comportamiento con una respuesta cultural seleccionada a favor desde la época del paleolítico (aunque no se ofrece ningún dato demostrable).

Hasta ahora, hay muchas y diferentes explicaciones (sociopsicológicas, culturales, por diferencias neurofisiológicas, por variantes genéticas...) para interpretar las respuestas de la gente al Juego del Ultimátum y la diferencia en la percepción de justicia/injusticia. Pero, ahora, los resultados de este artículo implican que lo que comemos cada mañana puede influenciar en cómo reaccionamos, cómo aprendemos y cómo decidimos. Intrigante.

No hace falta decir que la Teoría de Juegos es importantísima en economía, y también lo tendría que ser en política, donde hace falta optimizar decisiones y pactar muchas acciones, en lugar de imponer una solución absoluta que deja muy contentos a unos pero extremadamente descontentos a los otros. No puedo por menos de preguntarme si mucha gente que toma decisiones importantes que impactan en la vida de muchos otros, directores, gobernantes, políticos, jueces, militares... desayunan dulce o salado, y si sus respuestas y acciones serían diferentes dependiendo de lo que aquel día hayan desayunado.