Tras visionar, este jueves, el gag escenificado en un acto del Ayuntamiento de Barcelona en el que se escarnece la imposición del catalán a los castellanos —sí, no es un error: del catalán a los castellanos—, me he preguntado cómo había que abordar, a través de la escritura, un hecho como este: ¿informando, opinando o, mejor, de otra forma más avanzada? En materia de periodismo, se suele hacer un corte seco y limpio entre información —la mera recolecta, neutra y aséptica, de los hechos de la actualidad— y opinión —el análisis crítico de esta misma actualidad—. Evidentemente, como todos sabemos, la asepsia absoluta no existe, ni siquiera en el ámbito de la pura información: siempre hay que decidir de qué se informa, de qué no se informa, hasta qué punto se informa, desde qué perspectivas se informa, etc. Por lo tanto, esta línea divisoria es —como casi todas las líneas divisorias— más sutil de lo que creemos.

Eso explica, de rebote, que no solo las opiniones, sino también las meras informaciones, pueden generar problemas a los medios que las publican. Prat de la Riba fue encarcelado preventivamente en el año 1902 por haber publicado, en La Veu de Catalunya, una mera nota que antes había difundido, en francés, L’Indépendant de Perpinyà. Titulada Separatismo en el Rosselló, se limitaba a informar de las amenazas con las que presionaban a los viñadores de la Catalunya Nord para lograr ciertas reivindicaciones económicas. Sometido Prat a un consejo de guerra —Barcelona había sido declarada, como de costumbre en esa época, en estado de sitio—, solo un oportuno indulto —¡siempre los indultos!— lo libró del asedio judicial, pero no de la muerte, unos años después, debido a la enfermedad Bassedow que contrajo durante su cautiverio. Son cosas del pasado, diréis, pero no olvidemos que, más recientemente, alrededor de 2017, ciertos medios de comunicación catalanes —entre ellos, este mismo— tuvieron de nuevo problemas con la justicia española por el simple hecho de informar sobre la celebración de un referéndum. Tengamos, siempre lo digo, memoria histórica, pero religuemos, también, sus hilos conductores. Solo así nos será de utilidad.

¿Informar u opinar?, esta sería la cuestión. O una de las cuestiones. Porque a menudo, según el contexto en el que uno se encuentre, limitarse a informar puede no ser suficiente. Especialmente, cuando hay que informar desde territorios, como el catalán, sometidos, digamos, a ciertos condicionantes o limitaciones. Me ha hecho pensar en ello un pasaje del libro El pensament periodístic a Catalunya, de Josep Maria Casasús, donde se explica que en nuestra tierra ha predominado, más que en otras regiones, el periodismo ideológico —ahora lo llamaríamos opinión— por encima del meramente informativo. Del periodismo polémico y escolástico de Jaume Balmes, pasaríamos al más estilístico de la 'palabra viva' de Maragall. Después, Eugeni d'Ors insistiría, en plena gestación del novecentismo, en la función social de informar. Pero, mirándolo bien, el propio d'Ors lo seguirá haciendo, eso de informar, desde la tradición catalana de la observación crítica de la realidad: solo así identificará y nos trasladará las 'palpitaciones del tiempo', de su tiempo. No será, por lo tanto, hasta el periodo de entreguerras cuando emergerá un periodismo catalán estrictamente informativo. Son los tiempos de Gaziel y La Vanguardia —sí, ese diario que nunca, excepto coyunturas quirúrgicamente seleccionadas, criticará nada ni a nadie, puesto que el statu quo ya le suele parecer bien. Muy pronto resultará evidente, no obstante, la insuficiencia de la información pura y dura en el marco de una sociedad compleja. Por eso se buscan nuevas formas, nuevos géneros. Como el de la 'crónica' periodística. Un género, por cierto, también arraigado a la tradición de nuestras crónicas históricas, como la de Jaume I, la de Muntaner o la de Bernat Desclot —dicen los expertos que es esta última la más objetiva e impersonal. Josep Pla escribió crónicas a tutiplén.

A menudo, según el contexto en el que uno se encuentre, limitarse a informar puede no ser suficiente. Especialmente, cuando hay que informar desde territorios, como el catalán, sometidos, digamos, a ciertos condicionantes o limitaciones

Con la crónica se alcanza, creo, un híbrido, un punto de equilibrio especialmente interesante: compatibiliza el estilo —tan nuestro— claro, conciso y sobrio y una exposición razonablemente aséptica del flujo de los acontecimientos externos, por un lado, con la imprescindible contextualización histórica y política —¡o jurídica!— sin la que aquellos no nos serían comprensibles, por otro. Una contextualización que implica, obviamente, por estricta necesidad, el análisis crítico. Es decir, la opinión. Tendríamos, pues, con la crónica, una fusión casi perfecta de información y opinión.

Sí, creo que es precisamente la crónica el género periodístico que mejor define el punto de equilibrio al que ha llegado, hoy, el periodismo catalán. Es, de hecho, diría, el único que puede abordar de una forma a la vez objetiva, crítica y, si es necesario, irónica —rasgos solo aparentemente incompatibles, ya que se manifiestan en distintos momentos de la escritura— la compleja y mutante realidad social, política y jurídica catalana de este primer cuarto del siglo XXI. Tras los acontecimientos de 2017, no hemos dejado de experimentar hechos, sí, objetivables, pero extraños, muy extraños, persistentemente extraños: peculiarísimas maneras de instruir las causas judiciales, delirantes interpretaciones de leyes como la amnistía, insólitos y discriminatorios tratamientos de la lengua catalana, incluidos gags en el Ayuntamiento, como el de este mismo jueves y con el que empezaba estas líneas. Solo un género como la crónica periodística nos dotará de las herramientas necesarias para detectar, dar contexto —esta es clave: dotar de contexto— y escribir críticamente sobre las continuidades, los hilos conductores y los denominadores comunes que subyacen, persistentes, a este momento histórico. Un momento histórico difícil y, en muchos aspectos, lamentable, ciertamente, pero, al fin y al cabo, el nuestro. Por eso he hecho, hoy, un recordatorio, un elogio, de las crónicas. ¡Hagamos, de todo ello, la crónica!