Lo ha dicho Antonio Pérez, alcalde de Coripe, un pueblecito de la provincia de Sevilla. "A ver, eso de pasear el muñeco de un personaje público, en este caso de Carles Puigdemont, por las calles del pueblo para que todo el mundo haga escarnio y después fusilarlo y quemarlo es una tradición como cualquier otra y no tenemos nada en su contra. Ah, y también quemamos moros". Ciertamente, las palabras son muy bonitas. Y tranquilizan mucho porque indicarían que no es nada personal. Precioso.

Sí, claro, porque todo el mundo tiene las tradiciones que tiene, ¿verdad? Pero eso no quiere decir que algunas de ellas sean homologables cuando estamos a punto de cumplir el primer cuarto del siglo XXI. De la misma manera que ya no lanzamos cristianos a los leones, quizás no hace falta que una asociación de padres y madres organice un acontecimiento destinado a recoger dinero para el viaje de final de curso de los chiquillos del pueblo y que consiste en fusilar a alguien. Y que a la cosa la llamen "matar al judío". Quizás la tradicional venta de números para el no menos tradicional sorteo de una cesta sería más aburrido, pero menos salvaje. Y a la cesta no hay que ponerle melocotón en almíbar.
Pero más allá de las tradiciones que no hacen falta, el problema es que aquí el odio va demasiado baratito. O, mejor dicho, han banalizado tanto lo que se considera odio para instalar la imagen de los enemigos como bestias a quien hace falta combatir y exterminar, que cualquier manifestación fruto de la neurona única se magnifica a niveles de delito. Por la propia dinámica general. Por aquello del "si ellos una taza, yo la cafetera". 

Y a eso, súmele la estrategia del "y tú más". Como con la corrupción les ha funcionado maravillosamente bien, ahora lo aplican a todo. En vez de decir "los míos han robado, pongámonos de acuerdo para acabar con el robo, que aparte de delito es muy feo" optaron por el "los míos han robado, sí, pero los vuestros más". Y ahora eso se ha convertido en un "quizás los míos han cruzado todas las líneas, pero los tuyos todavía más. Ah, y no condenáis nunca los ataques que hemos recibido... nosotros tampoco, pero vosotros primero".

Y esta es la tercera pata, la de la reclamada equidistancia, pero en este caso aplicada a la violencia. Ataques, la mayoría en forma de pintadas, lamentablemente, los han sufrido todos los partidos. TODOS. Sería tan fácil que cuando le pasa a A, los de B, C y D lo condenaran sin matices. Y cuando le sucede a los de B, lo hicieran A, C y D y así con todas las combinaciones posibles. Pero cuando recibe A, le sale más a cuenta hacerse la víctima y agrandar la leyenda de malvados del resto.

Y para acabar de mejorarlo todo, estaría bien que los medios de comunicación pararan de inventar casos, dejaran de silenciar los que no convienen a su línea editorial y no agrandaran otros que son menores. Y que lo hicieran todos. Y todas. Sin excusas.

Porque sí, porque esto que usted leerá ahora se ha repetido mucho las últimas horas, pero no por este motivo deja de ser cierto. Imagine que la tradición de un pueblecito de esto que los xenófobos supremacistas denominan "Tractòria" fuera fusilar y quemar un muñeco y que este muñeco fuera el de un político unionista. ¿Imagina las portadas de la prensa de papel? ¿Imagina las noticias en los digitales afines? ¿Y los editoriales? ¿Y los artículos? ¿Imagina qué se segregaría en los mítines? ¿Verdad que sí? En cambio hoy estamos instalados en este fantástico "hombre, no hay para tanto. Total, es una inocente tradición para los niños...".