Hace unos años, se podía leer en los diarios y en las revistas, y oír en espacios radiofónicos y televisivos, que a un evento habían asistido o participado las fuerzas vivas de tal o cual lugar y de tal o cual condición. Querían decir que todos los que contaban en la vida de una entidad o un colectivo —o así lo creían— habían asistido o participado en el evento en cuestión.
Si tuviéramos que hacerlo ahora, ¿quiénes diríamos que son las fuerzas vivas de un determinado lugar? ¿Los que salen en el periódico o son mencionados en la radio o en la televisión? ¿O los que disfrutan de un determinado estatus? Puede que sí, pero me parece que entre los que salen compulsivamente en los medios de comunicación hay más fuerzas muertas; renqueantes, despistadas u obsoletas, que vivas, dispuestas, ambiciosas y preparadas.
Ahora, lo que antes se llamaba las fuerzas vivas —o se proclamaban como tales—, el paso del tiempo y las nuevas realidades han hecho que se hayan marchitado, esperando encontrar un día un punto de retorno o de nuevas oportunidades. Pero ya se sabe, y desde hace tiempo, que la nostalgia es un error y que cualquier tiempo pasado no fue necesariamente mejor.
Me ha venido todo esto a la cabeza, y a la lengua, leyendo una entrevista a Matthieu Courtecuisse, que es el director ejecutivo del gabinete de consejo SIA, en las páginas salmón del diario parisino Le Figaro del domingo 29 de junio del año en curso. Un gabinete de consejo, en Francia, es aquella organización que en nuestro país es conocida como una consultoría o una empresa consultora. Es decir, una empresa de servicios profesionales que ofrece experiencia y mano de obra cualificada, experta y especializada en el campo de la estrategia empresarial, de los recursos humanos, o en otros puntos clave de una empresa, de cualquier sector, de cara a mejorar la gestión de su presente y las expectativas de su futuro.
Sufrimos un modelo de economía de sueldos bajos, que ya hace demasiado tiempo que dura, y que lastra nuestro sistema de captación y de retención de talento
Pues bien, el Sr. Courtecuisse advierte en esta entrevista sobre la "desitalización" en Francia, un fenómeno que empezó hace unos veinticinco años, como consecuencia de la desindustrialización, lo que favoreció la marcha al extranjero de las élites científicas universitarias y de las élites en el campo de la investigación. Y son justamente estas las nuevas fuerzas vivas que necesitamos, y las que, desgraciadamente, se marchan buscando nuevos retos y nuevas oportunidades, lo que conlleva, a su vez, el vaciado de nuestras reservas de talento. El hecho es que un país que quiera ganar el futuro no debería contemplar con indolencia este éxodo masivo de sus mejores cerebros y de sus mejores fuerzas vivas.
Pero, ¿por qué sucede esto? Pues porque se producen a la vez un problema de oportunidades y un problema de sueldos. Los laboratorios de investigación y las empresas disponían hasta ahora de muchos más medios al otro lado del Atlántico, y ahora esto sigue siendo muy cierto al otro lado del Pacífico. De modo que, para un primer empleo, la retribución de un joven ingeniero en Estados Unidos era dos o cuatro veces superior al sueldo equivalente en nuestro país.
Sufrimos un modelo de economía de sueldos bajos, que ya hace demasiado tiempo que dura, y que lastra nuestro sistema de captación y de retención de talento. Nos llenamos la boca de "justicia fiscal" y de aumentar el carácter redistributivo de nuestro sistema de protección social, cuando en realidad tendemos a rebajar sueldos (a niveles próximos al Salario Medio Profesional) a corto plazo, y a desarrollar una economía de baja gama a largo plazo.
Y dado que los cuadros profesionales de las empresas, o el personal cualificado de nuestros sistemas de salud o de investigación, contribuyen en proporciones desmesuradas a financiar un modelo social del que se benefician poco, huyen en cuanto se les presenta la más mínima oportunidad. Y habitualmente se marchan para no volver, o para volver esporádicamente, porque las estructuras empresariales, de investigación o de sanidad no les pueden ofrecer ni las retribuciones ni las condiciones de las que disfrutan en el país donde se han acabado instalando.
Convertir Catalunya en la California del sur de Europa aún está a nuestro alcance. Pero para ello habrá que restablecer el buen nombre de los empresarios y de los emprendedores (cuando se lo merezcan, por supuesto), habrá que incidir en las oportunidades y en perspectivas inspiradoras y concretas, y habrá que acompañarlo con medidas que favorezcan la competitividad. Si no lo hacemos, si no somos capaces de revertir la situación actual, especulativa y acomodaticia, seguiremos viviendo y viendo intentos de proponer, en vano, a nuestras diásporas profesionales y académicas incitaciones financieras para volver a trabajar a nuestro país. Cantos de cisne que no conmueven a nadie. Porque a estas exiguas incitaciones financieras se acogerán pocos, dado que no garantizan ni estabilidad, ni continuidad, ni condiciones dignas.
Espabilemos de una vez, hay que atreverse.