La mejor noticia del pasado domingo (eclipsada por la victoria de los argentinos en el chiringuito corrupto de Qatar) fue el fracaso absoluto de La Marató de este año, dedicada a la salud cardiovascular. En una lectura superficial, se podría aducir que la crisis económica y el fantasma de la inflación han provocado que la pornografía solidaria de TV3 haya llegado solo a los 8.304.807 euros, cifra notoriamente inferior al abanico de entre 12 y 15 millones de los últimos años. También podría añadirse que programar un espectáculo televisivo de este cariz justamente el día que la mayoría de bobos del mundo estamos delante de una pantalla admirando cómo Messi se asegura el Olimpo de la inmortalidad (y hacerlo, a su vez, con una nómina de cinco presentadores cuando la canónica del género cinicosolidario requiere solo uno) es una jugada maestra de auténticos genios. Todo eso ayuda, pero la bofetada tiene orígenes más excelsos.

Se puede comprobar fácilmente cómo los números de La Marató crecieron en paralelo a los hechos posteriores al año 2017, justo cuando el procesismo canonizó el chantaje emocional como motivo último de cualquier fundamentación política. Ahora puede parecer delirante, pero después de la tomadura de pelo del referéndum y la posterior no declaración, Catalunya fue un lugar donde la pauta moral estaba marcada por los presos políticos y la calidad de los líderes se medía por el martirologio. Toda esta sopa insufrible de victimismo (recordad la forma horripilante en que La Nostra paseó a las mujeres y los familiares de los presos en cada programa de la parrilla) se convirtió en la muleta perfecta de espectáculos funestos como La Marató, un producto éticamente indefendible que mercadea con la enfermedad y hace sensacionalismo de la desdicha con la excusa de recaudar cuatro pavos.

De la misma forma que el procesismo prostituyó la buena fe de los conciudadanos, La Marató utiliza los males para traficar con las ilusiones del común. Todo es una carrera de llorera que parte de una base fraudulenta, pues los programadores de TV3 escogen la tara protagonista pensante en cómo pueden excitar la mala conciencia de los ciudadanos y no en la resolución científica del problema (por eso no tienen ningún tipo de vergüenza en repetir hits como el cáncer o en disfrazar el mismo tema de varios nombres). Todo no es culpa de la gente, que ya hace bastante imaginando perfomances comunitarias, conciertos participativos con nauseabundas canciones populares artificiosamente traducidas a nuestra lengua (para acabar de rematarla) y otras pantomimas parecidas. El paralelismo con la acción política de los últimos años, hecha de manis y saltitos, es tan obvia que ya da vergüenza subrayarla.

Todo esto todavía es más perverso si se piensa en la cantidad oceánica de millones en gasto público que los catalanes destinan a la sanidad y a la consecuente investigación médica (y yo que me alegro, faltaría mas), capazos de euros anualmente que dejan en ridículo esta propinita de La Marató; una cifra que, dicho sea de paso, puede parecer muy cuantiosa enmarcada en un cartel luminoso de la tele, pero que es absolutamente irrisoria a la hora de dedicarla a investigar. La maratón real es la lluvia de euros que destinamos anualmente a resolver los males de cuerpo y alma, dinero que todavía sería mayor si tuviéramos la decencia de no dejarnos robar la cartera por nuestros ancestrales enemigos. En cualquier caso, que La Marató viva una caída persistente resulta magnífico, pues certifica que la ciudadanía está hasta los huevos de ceder a chantajes y de aflojar todavía más la mosca por los servicios públicos.

Que la mayoría de espectadores de la televisión procesista se alejen de la maquinaria de la limosna y del porno certifica que a muchos ciudadanos ya no se les puede engañar con los mismos mecanismos del 2017. La lucha contra esta forma de chantaje nunca se detiene; fijaos —solo por poner un ejemplo evidente— cómo nuestros líderes pretenden que participemos en las próximas municipales barcelonesas apelando a la compasión que suscitan dos ancianos que ya no tienen ni la mínima energía que reclama ser conserje del Ajuntament. Por fortuna, aquello que empezó con la tragedia llorona ahora ya es una farsa descomunal. Con el añadido de que los españoles están descubriendo la retórica procesista, todo resulta un cúmulo de buenas noticias ideal para todavía las espantosas y vomitivas comidas de Navidad. La caída del antiguo régimen se acelera y, últimamente, vivimos una sobredosis de buenas noticias.