El 12 de octubre fue elegido como fiesta estatal por ser la fecha en la que Cristóbal Colón llegó a América en 1492. Hecho que se consideró el inicio de un período de proyección lingüística y cultural de España más allá de los límites europeos, precisamente cuando el Reino de España perdió —en 1898, después de la guerra con Estados Unidos— Cuba, Puerto Rico, Guam y Filipinas y, por tanto, su dimensión extraeuropea. Aquella que definía en la Constitución de Cádiz (1812) la Monarquía hispánica como “la reunión de españoles de ambos hemisferios”.
He ahí cómo surge la propuesta del Día de la Raza del maurismo conservador en 1914, corriente política que alejará a la extrema derecha conservadora de los valores liberales y democráticos y abastecerá de cuadros civiles (como Goikoetxea, Calvo Sotelo o Eduard Aunós) a la dictadura de Primo de Rivera. Menos conocido es que muchos jóvenes mauristas (como Aunós o el marqués de Figueroa) intervinieron en la Solidaritat Catalana y en la Solidariedade Galega. En Catalunya, la colaboración del maurismo con la Lliga Regionalista de Prat de la Riba y de Cambó duró hasta la Asamblea de Parlamentarios convocada por este en 1917. En Galicia no faltan los jóvenes mauristas que concurren en las Irmandades da Fala de 1916 y 1917, germen de la I Asamblea Nacionalista de 1918, pero pronto el integrismo español arrasó las tendencias galleguistas en el colectivo.
Una denominación tan poco acertada como Día de la Raza duró hasta 1958, siendo sustituida por el Día de la Hispanidad. La efeméride siempre estuvo vinculada a la reivindicación del nacionalismo español como base del acervo común de los países latinoamericanos, sin hueco ni concesión alguna a las lenguas y culturas de la América precolombina ni a la pluralidad nacional del Estado español.
El desfile, junto a la fuerte presencia de símbolos vinculados a la España unitaria, es un acto de españolismo centralista y excluyente, que no representa la pluralidad y diversidad territorial del Estado (principalmente en Catalunya, Euskadi y Galicia)
Para muchos, en el Estado y, sobre todo, en América Latina, conmemorar esta fecha como un motivo de orgullo ignora o minimiza las consecuencias destructivas de la conquista y colonización para las poblaciones indígenas, como son la trágica reducción de la población indígena (que muchos denominan genocidio) a causa de guerras, enfermedades importadas de Europa y explotación económica y sometimiento e imposición cultural y religiosa en perjuicio de las civilizaciones precolombinas.
La denominación de Día de la Raza es un término anacrónico y racista, rechazado por la mayoría. La denominación Día de la Hispanidad también se critica por glorificar un pasado imperialista, mientras que en otros países la fecha fue sustituida por nombres como Día de la Resistencia Indígena o Día del Respeto a la Diversidad Cultural, señalando una clara división de sensibilidades.
Por otro lado, el hecho de que los actos centrales de esta fiesta sean un desfile militar y un “besamanos” es visto por muchos como anacrónico en una democracia moderna. Impresiona que la democracia nacida de la transición no celebre los valores cívicos ni la convivencia democrática, en lugar de la exhibición de fuerza militar o de escenas de cortes pretéritas. El desfile, junto a la fuerte presencia de símbolos vinculados a la España unitaria, es un acto de españolismo centralista y excluyente, que no representa la pluralidad y diversidad territorial del Estado (principalmente en Catalunya, Euskadi y Galicia).
Es normal, por ello, que una fecha tan cargada de contenido colonialista, militarista y centralista no encaje, ya no solo con la sensibilidad de los soberanistas gallegos, catalanes y vascos, sino tampoco con la sensibilidad de millones de personas que, definiéndose españolas, no comparten contenidos tan arcaicos y anacrónicos.