Ver cómo el president del País Valencià, Carlos Mazón, del PP, dimitía porque se siente la víctima de las protestas de los familiares que hace un año perdieron los seres queridos —hasta 229– en las riadas que asolaron la huerta sur de Valencia por culpa de la incompetencia y la negligencia del personaje y descargaba toda la responsabilidad en el Gobierno español de Pedro Sánchez, líder del PSOE, es el súmmum del cinismo, es la viva y triste demostración de que España es un país de caraduras. En cualquier otra democracia de verdad, el responsable político de la desgracia se habría ido al instante. Aquí ha tenido que pasar un año y todavía lo ha hecho, obviamente, de mala gana, forzado por unas circunstancias que ya no se aguantaban por ningún lado y que hacían caer la cara de vergüenza a cualquiera, menos, al parecer, a él y a quienes lo protegen.
Una dimisión que, en realidad, es una auténtica tomadura de pelo, y no solo porque no haya ido acompañada de la convocatoria de nuevas elecciones, que es lo que tocaría en una situación tan anómala como esta, sino porque resulta que puede continuar en el cargo en funciones mientras no se elija a otro presidente. Y, de acuerdo con la normativa vigente en el País Valencià, se ve que podría estar un año más. Si la designación de un nuevo inquilino del Palau de la Generalitat de la plaza de Manises de València sale adelante, el relevo se producirá de manera relativamente rápida, pero, si no, sería necesario que pasara un año antes de que se pudieran convocar las elecciones, y mientras tanto él se mantendría en funciones. Un despropósito y una burla para los familiares de las víctimas, que no se han cansado de reclamar su renuncia desde el primer momento y que ahora, además y con buen criterio, lo quieren ver también entre rejas.
Precisamente para tratar de evitarlo, lo que ha hecho Carlos Mazón es no dejar el escaño de diputado, porque así conserva la condición de aforado y no lo puede juzgar un tribunal ordinario, sino que debe hacerlo uno especial, tipo Tribunal Superior de Justicia de la Comunitat Valenciana (TSJCV) o Tribunal Supremo (TS), que es donde el PP tiene, aunque sea por la puerta de atrás, los tentáculos bien aferrados. El movimiento persigue claramente eludir la acción de la justicia, que hasta ahora pilota la jueza de Catarroja Nuria Ruiz, no sin un montón de dificultades, porque ha sido víctima de una "campaña difamatoria de un machismo atroz", según ha denunciado ella misma, contra ella y su familia —su marido, Jorge Martínez, también es juez, en Valencia—, y el llamado sindicato Manos Limpias ha intentado interponerle una querella, que el TSJCV ha rechazado. La instrucción está bastante avanzada y el escenario de la imputación del ahora expresident del País Valencià parece cada vez más cercano.
No lo salvará ni siquiera que, en una maniobra desesperada de última hora, se haya sacudido las pulgas de encima y haya pretendido endosar la culpa de todo lo que sucedió el 29 de octubre de 2024 a Pedro Sánchez y su Gobierno. A estas alturas de la película hay cosas que no cuelan de ninguna de las maneras. Porque, a pesar de ser cierto que el Gobierno en manos del PSOE no suplió de entrada la falta de actuación del gobierno valenciano y dejó que su rival y adversario, el PP, se manchara las manos cuando ya no había tiempo de prevenir las consecuencias de la descomunal riada y los muertos empezaban a amontonarse encima de la mesa, esto no es obstáculo para que el primer y principal responsable sea él y nadie más. Todos, lamentablemente, jugaron con los muertos, pero las conductas de los demás, por muy reprobables que también sean, no lo eximen de nada a él.
Quien debe preocuparse por su cuello es también Alberto Núñez Feijóo, porque haber tolerado todo lo que ha tolerado lo hace igualmente corresponsable de todo
Ahora bien, la clave política de todo ello no es que Carlos Mazón haya tardado un año en dimitir, la clave es que Alberto Núñez Feijóo, el líder del PP, le haya permitido no hacerlo hasta ahora y mantenerse durante todo este tiempo en el cargo con total impunidad. El problema real lo tiene, pues, a partir de ahora, el expresidente de Galicia, que con este comportamiento ha demostrado que no pinta nada, que no es él quien manda en el partido. La suerte de Carlos Mazón será la que será, pero quien debe preocuparse por su cuello es también Alberto Núñez Feijóo, porque haber tolerado todo lo que ha tolerado lo hace igualmente corresponsable de todo. Si lo ha hecho porque está de acuerdo, mal, y si lo ha hecho porque no ha podido hacer nada más o no le han dejado hacer nada más, también. No queda claro qué opción es la peor, pero lo que es seguro es que ninguna de las dos es buena.
Y no poder ni siquiera designar a la persona que él quería para relevar al president destronado del País Valencià —la alcaldesa de València, María José Catalá—, sino tener que tragarse al candidato que le impone Vox —Juan Francisco Pérez Llorca, que es la mano derecha de Carlos Mazón—, no es que sea la mejor carta de presentación para quien se supone que aspira a aglutinar al conjunto del centroderecha como alternativa al Gobierno de España que ahora tiene el PSOE. Al contrario, es la evidencia de que el PP sin Vox no suma mayoría en ningún sitio, y por eso no es extraño que la mayor parte de encuestas pronostiquen la subida de los de Santiago Abascal justamente en detrimento de los de Alberto Núñez Feijóo, que no deja de ser un reflejo de lo que en la práctica ya ocurre. En este escenario, es normal que el primer interesado en que las cosas no le salgan bien al PP sea Vox, y de ahí que se haya hecho valer a la hora de elegir al sustituto de Carles Mazón que le conviene, a cambio de no forzar el adelanto electoral.
Que incluso Isabel Díaz Ayuso haya salido en defensa del expresidente de Galicia en la gestión desastrosa que ha hecho de las consecuencias políticas del caso de la gota fría de València —popularizada por los meteorólogos como DANA (depresión aislada en niveles altos)— es la mejor prueba de que es otro quien mueve los hilos y no él, porque es a ese otro a quien en realidad aplaude la lideresa del PP en Madrid. Y es que Isabel Díaz Ayuso no es precisamente de la cuerda de Alberto Núñez Feijóo y espera que certifique un nuevo fracaso —como el que tuvo en los comicios de 2023— en las próximas elecciones españolas, cuando sea que se celebren, para saltarle a la yugular y, como buena discípula de José María Aznar, ponerse ella al frente para tratar de reconducir un proyecto político que hace tiempo que no va a ningún sitio.
Pedro Sánchez está cada vez más con el agua al cuello, y más después de que JxCat haya roto con el PSOE —aunque él insiste en que agotará el mandato— y le haya empezado a reclamar, como hace tiempo que piden PP y Vox, que adelante las elecciones. Pero ni así Alberto Núñez Feijóo es capaz de levantar cabeza y de aparecer como un aspirante fiable para llegar a la Moncloa. El caso es que JxCat, se lo proponga o no, se lo está poniendo en bandeja, pero ni con todo a favor parece que sepa cómo salir adelante. No transmite confianza, sino mucha inseguridad, no es convincente, y eso es exactamente lo contrario que se espera de un líder político.