Si todavía no habéis ido y encontráis un par de horas, os recomiendo que vayáis a ver con la familia la exposición del CCCB, "Marte. El espejo rojo", una exposición que acabará pronto y que de forma muy divulgativa y atractiva, expone como el ser humano siempre ha mirado el cielo, buscando una explicación a la realidad que lo rodea y encontrando un reflejo de la Tierra en el planeta rojo. Desde la mitología a la astronomía, desde la tecnología a la ciencia ficción, de dioses guerreros del pasado a invasiones alienígenas, comprobaréis cómo la imaginación desatada se ha aliado siempre con el ingenio humano para finalmente, acabar enviando naves con robots capaces de explorar la superficie marciana. Muy recomendable.

Más allá de la imaginación y la anécdota, la investigación científica se interesa por lo que nos espera más allá de nuestra Tierra. No penséis que sólo se preocupan los ingenieros o los astrofísicos, muchas disciplinas tienen el espacio en su punto de mira. ¿Podemos encontrar vida en otro planeta? ¿Podremos tripular naves y enviar misiones al espacio? ¿Si lo hacemos, qué problemas fisiológicos se pueden generar en el espacio? ¿Se adaptarán nuestro cuerpo y nuestro cerebro a la microgravedad? ¿Podremos generar suficiente alimento? ¿Qué hay en el espacio? ¿Qué peligros nos esperan en los viajes interestelares? ¿Si generamos colonias en el espacio, serán autosuficientes? ¿Cómo se comunicarán con la tierra? ¿Existirá Internet? ¿Qué economía revolvió a estas sociedades? ¿Podrán terraformar otros planetas, por ejemplo, podemos convertir Marte en una segunda Tierra (como la famosa trilogía de ciencia ficción de Kim Stanley Robinson (Marte rojo, Marte verde, Marte azul)? ¿Qué podemos aprender del espacio? ¿Podemos utilizar el espacio y las aventuras espaciales como una estrategia de aprendizaje para la juventud? Todos estos aspectos sobrepasan sobradamente lo que pueden hacer grupos de investigación individuales y necesitan una visión interdisciplinaria que aborde estas preguntas desde muchos puntos de vista y conocimientos diferentes.

Por eso, esta semana y como tarjeta de presentación, los Institutos de Investigación de la Universidad de Barcelona han hecho una Jornada multidisciplinar en que investigadores de muchos ámbitos diferentes han aportado su conocimiento y la investigación que están realizando con el fin de prepararnos para la exploración (¿y quizás explotación?) del espacio exterior. La Jornada, promovida desde el Instituto de Ciencias del Cosmos, ha cobijado a investigadores de muchos institutos. Diversidad máxima, desde la historia medieval, a la biodiversidad, la economía y los sistemas complejos. Porque tan relevante es la visión aportada desde la neurociencia, como la del astroquímica, las ciencias de la educación o la nanotecnología. Pensad que al acabar la Edad Media y entrar en el Renacimiento, la exploración y conquista de los espacios de nuestro planeta Tierra espoleó el conocimiento científico más allá de la imaginación y la superstición. De igual manera, los avances del final del siglo XX y este inicio del siglo XXI abren las puertas a explorar el espacio exterior y avivarán la economía. Porqué... ¿Quién sabe si podremos seguir viviendo en la Tierra muchos más años en las circunstancias actuales? Sea como sea, nos hace falta mucha investigación. Podéis encontrar toda la sesión grabada, y me parece muy interesante para todas aquellas personas que quieran reflexionar sobre el futuro y para los que quieran hablar en clase (magníficos debates e incluso, trabajos de investigación). En todo caso, yo solo os haré un rápido resumen de algunas de las cuestiones que se presentaron que, creo, pueden ser de interés general. Tenemos unos investigadores espectaculares en la UB, de verdad.

El ser humano siempre ha mirado el cielo, buscando una explicación a la realidad que lo rodea

Tenemos mucha suerte de vivir en el Mediterráneo, porque habitualmente nos ilumina la luz del Sol, esta luz que nos llega dorada y potente, que nos calienta, reconforta y nos da energía para continuar las tareas del día a día. El Sol es un elemento tan presente en nuestra vida diaria que raramente pensamos que el Sol es un astro "vivo", que no es un elemento quieto y fijo, sino que es una bola de gas incandescente en la cual permanentemente ocurren en su interior reacciones de fusión de hidrógeno. Además de la luz dentro del rango visible, nos llegan muchos otros tipos de radiaciones, y si no tuviéramos la protección del escudo magnético de la Tierra que hace de barrera deflectora, la vida estaría permanentemente amenazada por las radiaciones de alta energía. Las llamaradas y las eyecciones de material incandescente del Sol (minuto 2:14:08), ponen en peligro muchos de los instrumentos, extremadamente sensibles, que enviamos en el espacio. También pondrían en peligro la vida de los astronautas en los viajes espaciales. Los humanos hemos hecho sondas solares, aparatos que viajan y orbitan para estar cerca del Sol y enviarnos datos, con las que astrofísicos investigan y modelan cuál es la actividad del Sol, y cuáles las consecuencias de estas radiaciones solares repentinas. Así, por ejemplo, el helicóptero que salió del Perseverance para explorar la superficie marciana, recibió primero el OK de estos investigadores una vez analizadas las sondas solares. Así se evitó que el impacto de un exceso de radiaciones solares hubiera definitivamente estropeado algunos de los sensores, como ha pasado con otras sondas enviadas en Marte.

¿Sabíais que el material sólido más abundante en el universo es el polvo de estrellas (stardust, en inglés), los granos de polvo generados con el enfriamiento de las estrellas y expulsados hacia el exterior, que pueden formar nebulosas? Este polvo de estrellas emite radiación infrarroja, porque los átomos se mueven y vibran dentro del sólido (sorprendentes los vídeos de simulación, minuto 3:01:50), y estas vibraciones pueden ser detectadas en este lado del espectro. La imagen combinada de una galaxia con la luz de millones de estrellas en el campo visible junto con el infrarrojo del polvo interestelar es absolutamente magnífica. Gracias a la investigación en astroquímica computacional, se puede inferir cómo y por qué se forman las moléculas en el espacio, moléculas tan relevantes como los compuestos orgánicos que forman parte de la vida en la Tierra.

Y para acabar, os querría remitir a un vídeo de un astronauta que estuvo en la estación espacial seis meses (minuto 3:52:05). ¿Sabíais que es incapaz de caminar y moverse por sí mismo? El estado de microgravedad implica una multitud de cambios fisiológicos de nuestro cuerpo, evolucionado para vivir en plena gravedad terrestre. Huesos que se descalcifican, músculos que pierden demasiado, arterias que se endurecen; todo se adapta a las circunstancias que se dan bajo baja gravedad. También el cerebro se tiene que adaptar y los cambios son visibles, los ventrículos incrementan su volumen (por lo tanto, perdemos volumen neuronal), la glándula pineal que controla los ritmos circadianos se hace más pequeña, y nuestros sentidos pierden el marco de referencia. Imaginaos con los ojos cerrados, sabéis situaros y si movéis un brazo o no porque notáis la gravedad. En microgravedad, no sabéis si estáis derechos o extendidos, si movéis el brazo más rápido o más lento, nos volvemos torpes y lentos, la precisión motora se pierde y hay que adaptarse de nuevo, porque cambia totalmente el marco de referencias. Igualmente, la percepción sensorial del oído y la visión se ve alterada por la falta de gravedad. Si viajamos al espacio, donde la gravedad es casi nula, puede llegar a parecer que estás mareado permanentemente, sin arriba ni bajo, y cuando te mueves, te debes desorientar fácilmente. Viajar al espacio... Es para pensárselo primero, ¿verdad?