Pedro Sánchez ha apelado a la ética para justificar el boicot a Israel y celebrar que España "salve el honor" (sic) de Europa al asumir el liderazgo para castigar al Estado judío por las supuestas atrocidades —según él se trata obviamente de un caso claro de genocidio— que comete contra los palestinos en Gaza. Todo ello después de que aplaudiera y alentara las protestas ciudadanas que hubo en la Vuelta a España a favor de Palestina, incluso dando por buenos los brotes de violencia que en algunos casos se generaron, y que incitara a excluir a Israel y a los deportistas israelíes de todas las competiciones deportivas internacionales. Con la amenaza añadida de retirar a España de la Copa del Mundo de Fútbol de 2026 si se clasifica Israel (y del Festival de la Canción de Eurovisión también). ¿Pero exactamente a qué ética se refiere el presidente del Gobierno español y líder del PSOE con esta actitud típicamente quijotesca y propia de aquel imperio decadente según el cual en España no se ponía nunca el sol?

¿A la ética que no le permite recordar que lo que ocurre en la Franja de Gaza es exclusivamente consecuencia del ataque perpetrado el 7 de octubre de 2023 por la organización terrorista Hamás —el más grave hecho nunca desde el Holocausto—, que aún retiene en condiciones absolutamente infrahumanas y amenazados de muerte a decenas de rehenes, pero que en este caso no deben ser víctimas de ningún crimen de guerra ni de ningún crimen contra la humanidad? ¿A la que le ha hecho olvidar que los judíos han sido perseguidos desde que el mundo es mundo, que justamente España los expulsó en 1492, que los primeros que regresaron a la tierra prometida de Judea, Galilea y Samaria fueron recibidos a garrotazos por los árabes o que el gran muftí de Jerusalén, Mohammad Amin al-Husayni, pactó y colaboró con el régimen nazi de Adolf Hitler para aniquilarlos? ¿A la que le ha borrado de la memoria que desde la constitución del Estado de Israel en 1947 el pueblo judío ha tenido que luchar por sobrevivir y para evitar que primero los Estados árabes de su alrededor y después los palestinos lo quisieran tirar al mar?

¿A la ética que provoca el ataque a una librería de Sant Cugat del Vallès porque su propietaria se ha negado a colgar propaganda propalestina y se ha mofado de la Flotilla Global Sumud, que es lo mínimo que puede hacer toda persona con cuatro dedos de frente ante una iniciativa que haría reír si no fuera que da pena? ¿A la que esconde que en la Vuelta a España también hubo banderas a favor de Israel? ¿A la que censura la presencia en actos públicos de músicos, cantantes y otros artistas israelíes, académicos, deportistas y representantes de otras disciplinas israelíes por el simple hecho de ser israelíes, que no quiere decir que sean necesariamente judíos, porque pueden ser también árabes o cristianos? ¿A la que hace que la policía aconseje a ciudadanos judíos quitarse de encima todo tipo de vestimenta y de símbolos que los identifique precisamente como judíos para evitarse problemas a la hora de ir por la calle? ¿A la que atiza el odio contra los judíos, los señala por el hecho de serlo, los expone a todo tipo de peligros y los deshumaniza como paso previo a la noche de los cristales rotos de 1938 que todo el mundo sabe en qué desembocó?

Es falso que Israel tenga intención de eliminar al pueblo palestino y es cierto, en cambio, que Hamás y el resto de facciones armadas propalestinas tienen intención de exterminar al pueblo judío

¿A la ética que asume de cabo a rabo el discurso propagandístico de Hamás, articulado al más puro estilo de las enseñanzas de Joseph Goebbels, y pone en circulación la consigna de que Israel comete genocidio cuando es falso que Israel tenga intención de eliminar al pueblo palestino y es cierto, en cambio, que Hamás y el resto de facciones armadas propalestinas tienen intención de exterminar al pueblo judío? ¿A la que hace posible que en Catalunya Salvador Illa y los consellers del Govern, entre otros, se hayan apresurado a hacerse suyo el eslogan del genocidio de manera completamente acrítica? ¿A la que a base de repetir hasta la saciedad la idea del genocidio, por falsa que sea, lo que busca es una intervención armada de terceros países contra Israel que, de producirse, tendría consecuencias incalculables? ¿A la que esparce impunemente el mensaje de genocidio a pesar de que en los casi dos años de guerra la población palestina no ha disminuido nada y en Gaza sigue habiendo los más de dos millones de habitantes que había antes? ¿A la que quiere castigar a Israel con sanciones económicas mientras se sigue subvencionando a Hamás a través de donaciones a la Agencia de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Próximo Oriente —la UNRWA, según la sigla en inglés— que van a parar directamente a la organización terrorista? ¿A la que insta al fiscal general del Estado a investigar los supuestos crímenes de Israel en Gaza y por qué no los de Ruanda, el Yemen, Sudán, Siria o Irán?

¿A la ética que reconoce el Estado —inexistente— de Palestina como premio al terrorismo de Hamás, que nunca ha querido este Estado y que no por ello dejará de querer borrar a Israel del mapa? ¿A la que pretende trasladar a las escuelas de Catalunya el adoctrinamiento en favor de Palestina y en contra de Israel? ¿A la que persigue a alguien por su lugar de origen o por sus creencias y justifica la muerte de este alguien por su ideología, como ha ocurrido en Estados Unidos con el asesinato de Charlie Kirk, y propone trasladar este mismo modo de proceder a Catalunya para amedrentar a los que están con Israel? ¿A la que provoca que muchos partidarios del Estado de Israel no se atrevan a explicitar públicamente su apoyo por miedo a sufrir represalias que, tal y como están las cosas, cada vez adoptan un cariz más peligroso? ¿A la que desacredita, deslegitima, demoniza y criminaliza la disidencia de todo el que no piensa igual y osa discrepar de la línea oficial marcada por una pseudoizquierda que tiene todos los tics propios de los regímenes autoritarios y totalitarios y tacha a todo el que no comparte el soniquete propalestino de ultraderechista, xenófobo, supremacista, racista, fascista y nazi? ¿A la que ignora que hay mucha gente que piensa diferente y ve las cosas de otra manera? ¿A la que fulmina un bien supremo de toda democracia como es la libertad de expresión?

¿A la ética según la cual en el islam las mujeres no son iguales que los hombres y son asesinadas si se niegan a llevar velo? ¿A la que persigue y aplica la pena de muerte a los homosexuales y al resto de miembros del colectivo LGTBIQ+? ¿A la que persigue a las minorías —drusos, kurdos...— que no comulgan con sus ruedas de molino con la única pretensión también de exterminarlas y que tiene como objetivo real matar a todos los no musulmanes, no solo a los judíos, también a los cristianos? ¿A la que blanquea este tipo de comportamientos que en la sociedad occidental son absolutamente reprobables y condenables, pero que así les ha abierto la puerta de entrada a Europa con total impunidad? ¿A la que pretende hacer ver que si Israel responde con la misma moneda del boicot, España no tiene nada que perder, cuando la realidad es exactamente la contraria, que Israel sí que no tiene nada que perder porque España no tiene nada que ofrecerle y, en cambio, España depende de él en muchos campos como el médico, el científico o el tecnológico, y esconder que Catalunya pagará, y no poco, también las consecuencias?

Porque si resulta que Pedro Sánchez se refiere a la ética con la que primero secundó la aplicación del artículo 155 de la Constitución, que suspendía el autogobierno de Catalunya, por haber celebrado el referéndum de independencia del Primer d’Octubre y después buscó el apoyo de los mismos a quienes había contribuido a encarcelar para poder llegar a la Moncloa, poco ejemplo podrá dar. Porque si resulta que se refiere a la ética con la que ha embaucado a JxCat y ERC —y ellos que se han dejado embaucar— para mantenerse en el poder, poco ejemplo podrá dar. Por suerte empieza a haber voces dentro del socialismo en Europa que le han guipado y marcan distancias, como es el caso de la primera ministra de Dinamarca, Mette Frederiksen, que, a raíz de la actitud tomada con motivo de los incidentes en la Vuelta a España, ha acusado al presidente del Gobierno español y líder del PSOE de "rendir homenaje a los matones".

Se trata, en todo caso, de una retórica, la de Pedro Sánchez, muy peligrosa, que no esconde lo que realmente hay detrás: un antisemitismo y una judeofobia viscerales. Porque una cosa es discrepar de la línea política del actual primer ministro de Israel, Benjamín Netanyahu, e incluso considerar que la respuesta militar en algunos momentos ha sido excesiva, y otra muy diferente señalar a todo un pueblo, al pueblo judío otra vez, que es la táctica de manual que usaron el fascismo y el nazismo en la primera mitad del siglo XX y que condujo al tristemente famoso Holocausto. En teoría, la historia no debería repetirse, y menos si reproduce los momentos más trágicos, pero la realidad demuestra que la pedagogía ha servido de muy poco porque, por desgracia, cada vez parece que está más cerca de hacerlo.