Pedro Sánchez es especialista en hacer equilibrios en la cuerda floja sin perder la estabilidad. En realidad, está así desde que en 2018 llegó a la Moncloa gracias a la moción de censura a Mariano Rajoy que le votó prácticamente todo el mundo. Ahora bien, todo lo que pasa en estos momentos a su alrededor y alrededor del PSOE es tan reprobable que cuesta encontrar argumentos para justificar el empecinamiento en mantenerse en el cargo y el rechazo a adelantar las elecciones. Porque, incluso en el supuesto de que no sea culpable por acción de nada de lo que sucede, lo es, en tanto que máximo dirigente del partido, por omisión y, como tal, es a quien toca asumir responsabilidades políticas.
Por un lado, los casos de presunta corrupción protagonizados por dirigentes que habían gozado de su máxima confianza —José Luis Ábalos y Santos Cerdán sobre todo— no lo ayudan precisamente a mostrar la inocencia que tanto reclama y proclama. Por otro, las denuncias por acoso sexual, que de golpe han crecido como setas y afectan a cargos del PSOE de prácticamente toda la geografía española —pero también del PP y de Vox—, tiran más leña al fuego de una situación que, al coincidir con la falta de apoyos suficientes a raíz de la ruptura de JxCat, se hace, políticamente, cada vez más insostenible. Y más aún después del batacazo del domingo en las elecciones de Extremadura. De hecho, en un escenario como este, cualquier otro habría tirado la toalla. Y la pregunta es ¿por qué él no lo hace cuando resulta que, como se dice coloquialmente, esto no hay quien lo aguante?
Quizás el partido no se ha financiado irregularmente, quizás él no sabía nada de todo ello —sea este todo ello mucho o poco—, pero políticamente la sombra de la duda está ahí aunque judicialmente todavía no se haya probado nada. Y si, encima, no dispone de mayoría suficiente en el Congreso para sacar adelante las diferentes iniciativas legislativas, sino que debe hacerlo a trancas y barrancas, con la incertidumbre siempre presente hasta el último segundo, y sin poder aprobar un nuevo presupuesto que le dé margen de maniobra, el cóctel es perfecto para que la cosa no haya por donde cogerla. En cualquier democracia, en la que la simple imposibilidad de aprobar el presupuesto implica forzosamente la dimisión y la convocatoria de nuevas elecciones, haría tiempo que habría tenido que plegar velas, pero, como en España la democracia es una mera caricatura, nadie deja la poltrona si no es porque tiene literalmente la pistola en el pecho.
Es imposible pasar por alto que Pedro Sánchez es objeto de una campaña de acoso y derribo que empezó antes incluso de que llegara a la Moncloa
Dicho esto, es imposible pasar por alto que Pedro Sánchez es objeto de una campaña de acoso y derribo que empezó antes incluso de que llegara a la Moncloa, en 2016, cuando se negó a investir al líder del PP, Mariano Rajoy, presidente del Gobierno con los votos del PSOE. Aquello le costó ser descabezado del puente de mando por la vieja guardia del partido, pero, contra todo pronóstico, fue capaz de regresar a la secretaría general y de hacerse de nuevo con las riendas de la formación, que desde entonces mantiene a pesar de los intentos reiterados de cargárselo. Aquella insurrección representó una humillación para las alcantarillas del Estado, que es quien realmente había detrás de la maniobra, y dejó en evidencia la vulnerabilidad de unos poderes, no reconocidos explícitamente en ningún sitio, que se supone que deberían ser invisibles e intocables.
Pero, como no se salieron con la suya, no han parado de buscarle las cosquillas en todas las esferas posibles de la vida. En la personal, con la mujer y el hermano imputados. En la política, con los escándalos de todo tipo que rodean al PSOE y que ahora apuntan también a José Luis Rodríguez Zapatero. Y en la institucional, con la destitución del fiscal general del Estado, Álvaro García Ortiz, en una farsa de juicio que tenía la sentencia decidida antes de celebrarse. El asedio se ha intensificado especialmente desde las últimas elecciones españolas de 2023, coincidiendo con los pactos con JxCat y ERC, que han sido utilizados por sus detractores como un motivo más de desgaste y de presión, como munición puramente electoralista con la única voluntad de forzar, precisamente, un adelanto electoral, hasta llegar al punto de que, como se dice coloquialmente, esto no hay quien lo aguante.
A él y al partido les ha tocado catar la misma medicina amarga que en 2017 sirvió para encausar a ciudadanos anónimos y políticos catalanes por haber osado amenazar la sacrosanta unidad del Estado español con un referéndum de independencia que, a pesar de todos los impedimentos, acabó siendo un éxito rotundo. Entonces el PSOE y su líder apoyaron incondicionamente al PP y a su líder para que hicieran con Catalunya lo que quisieran y ahora se encuentran con jueces del Tribunal Supremo o de la Audiencia Provincial de Madrid, por ejemplo, que tienen patente de corso para maniobrar en su contra sin tener que rendir cuentas ni de dar explicaciones a nadie como lo hicieron Pablo Llarena, Carmen Lamela o Manuel Marchena al construir un relato absolutamente falso contra la causa catalana. Esto es lo que respaldó el PSOE, pero como se trataba de Catalunya no pasaba nada. Ahora que los afecta a ellos, en cambio, todo son lamentaciones.
Que nadie espere, en todo caso, que estos poderes ocultos se detengan, porque no lo harán hasta que no alcancen el objetivo, por el medio que sea, de ver a Pedro Sánchez fuera de la Moncloa. Unos poderes que, a pesar del calificativo de ocultos, todo el mundo sabe que están instigados e integrados transversalmente por la monarquía, el estamento judicial, el aparato policial, sectores del ejército, los capitostes de la Iglesia, el PP de José María Aznar e Isabel Díaz Ayuso, Vox y, entre otros, la vieja guardia del PSOE con personajes caducos y caducados como Felipe González y Alfonso Guerra al frente. Mientras tanto, y en medio de todo este descalabro, los dirigentes de los partidos catalanes yacen apoltronados en las sillas del procesismo y ven pasar las llamadas ventanas de oportunidad que ellos mismos habían pronosticado que se presentarían al independentismo, pero que habían ocultado que no habría nadie para aprovecharlas, porque ellos, eso de la vía hacia la independencia, haría tiempo que lo habrían abandonado.
Con todos los elementos encima de la mesa, que cada uno elija cuál de las dos situaciones —la de Pedro Sánchez aferrado al agotamiento de la legislatura o la de Pedro Sánchez asediado por todas partes por las alcantarillas del Estado— le parece más insoportable. Si la primera, si la segunda o si las dos a la vez. Porque quizás lo que se puede proclamar sin temor a equivocarse es que todo esto, efectivamente, no hay quien lo aguante.