En el momento de las despedidas, hay dos tipos de personas: las que se van en silencio y con respeto y las que lo hacen con ruido y voluntad de hacer año. Pedro Sánchez es de los segundos. La duda sobre si las lágrrimas derramadas en el momento de su renuncia al acta de diputado fueron de emoción sincera o de rabia contenida quedaron disipadas en apenas 24 horas ante las cámaras de La Sexta.

A las puertas del Día de los Difuntos, el ex secretario general del PSOE decidió asomarse a los televisores de tres millones de españoles y no dejar títere con cabeza. Periodistas, empresarios, bancos y compañeros de partido… Todos formaron parte de una conjura para que él cayera. Los mismos, olvida, que confabularon para que llegara en volandas hasta la cuarta planta de Ferraz. Y entonces no dijo nada. Ni se quejó de las líneas editoriales, ni de las conspiraciones, ni de las citas en los reservados de los hoteles, ni de los euros prestados para su campaña de primarias.

La defenestración, por supuesto, no ha tenido que ver ni con sus seis derrotas electorales, ni con la fractura provocada en un partido centenario, ni con el bloqueo del sistema institucional al que llevó su acción política. Mucho menos con el resultado de dos votaciones en otros tantos comités federales, cuyos miembros por cierto él mismo designó cuando fue elegido secretario general.

A Sánchez, según su relato, le tumbaron por rojo peligroso, por flirtear con Podemos, por entender que España es una nación de naciones

Nada de eso cuenta. A Sánchez, según su relato, le tumbaron por rojo peligroso, por flirtear con Podemos, por entender que España es una nación de naciones, por creer que los catalanes merecen otro reconocimiento y por negociar con los nacionalistas. Lo curioso es que no contara nada de esto en los últimos diez meses ni a los españoles ni a los socialistas, a los que hizo refrendar, por cierto, un pacto de gobierno, no con la izquierda populista, sino con Ciudadanos. Entonces, Pedro el Rojo, como en el 2014, era de derechas, una garantía de estabilidad para el sistema y para la izquierda conservadora.

Es lo que tienen los muertos, que a veces vuelven. Unos, para vengarse, y otros, para rogar que los demonios se lleven su alma al infierno. De momento, el último secretario general del PSOE lo ha hecho para desmentir su narrativa de dos años, entregarle el relato a Pablo Iglesias y hacer daño a diestro y siniestro.

La 'vomitona' que echó ante Évole no la han entendido ni sus más entusiastas colaboradores

La vomitona que echó ante Évole no la han entendido ni sus más entusiastas colaboradores. El daño está hecho, y no sólo al PSOE, también al sanchismo, si es que a estas alturas queda alguien afiliado a ese ismo. No quedan muchos. En los cenáculos madrileños se cuenta que hasta César Luena trabaja ya en favor de Patxi López, de quien se dice que antes de que cayera Sánchez ya calentaba la banda a la espera del próximo congreso federal.

Con Sánchez muerto, faltaba el entierro. Él mismo se ha encargado esta semana de las exequias. D. E. P. y lleve con él tanta paz como deja.