Que Mariano Rajoy no puede seguir un minuto más en La Moncloa es algo que dicta la higiene democrática, la responsabilidad política y ese sentido común tantas veces invocado por el todavía presidente del Gobierno de España para otros casos y otras circunstancias menos graves que la crisis institucional que él mismo ha provocado con su particular manejo de los tiempos y su habitual abulia.

Que Rajoy vaya a salir de La Moncloa como consecuencia de la moción de censura impulsada por Pedro Sánchez aún es una incógnita, porque el secretario general del PSOE pensó en la ética, pero no demasiado en la aritmética cuando, sin consultar siquiera con los suyos, registró precipitadamente el texto en el Congreso de los Diputados.

Tanto corrió para cambiar el paso a Rivera y a Ciudadanos, que no se molestó en hablar con quienes necesitaba para sacar adelante la censura. Y así es como ha conseguido que el foco y la presión estén de nuevo sobre el PSOE como si el problema fuera la moción de censura, y no la falta de escrúpulos de un presidente cuyo partido se lucró de una organización criminal y se financió de forma ilegal durante años.

Más allá de conseguir que el PP se eche al monte para acusar de vendepatrias a quien hasta ayer encumbraba por su responsabilidad y sentido de Estado, la improvisación ha acabado por jugar una mala pasada a Sánchez. La sorpresa es lo que tiene, que a menudo refleja indecisión, incertidumbre y falta de convicción en las ideas y la forma de actuar.

Sánchez no previó el día después de una moción con la que nunca pensó ganar más que unos cuantos puntos en las encuestas.

Si en unos días Rivera e Iglesias se descuelgan con un acuerdo, Sánchez no pasará a la historia por haber sido el hombre que logró echar a Rajoy

Si la impulsó para perder y obligar sólo a Ciudadanos a salir de su zona de confort debió asegurarse de que en el tránsito el PSOE obtendría algo más que el reconocimiento de provocar un tsunami político y el aplauso de la opinión pública —más que la publicada— por haber recuperado la iniciativa y poner contra las cuerdas a Rivera.

Hoy nadie quiere ya aparecer como responsable de sostener a este gobierno agónico, pero el que más y el que menos se está moviendo para buscar alternativas sin necesidad de tener que sumarse al cheque en blanco exigido por un Sánchez que no da garantías de convocar de inmediato unas nuevas elecciones.

Y, a falta de 48 horas de que el Congreso decida si Rajoy se marcha o se queda, Iglesias y Rivera han hablado más entre ellos que lo que lo ha hecho el líder del PSOE con los de Podemos y Ciudadanos, que ya han puesto sobre la mesa una moción impulsada por ambos con un candidato de consenso que convoque elecciones generales nada más llegar al Gobierno. Justo el escenario que menos conviene hoy a PP y PSOE.

Así que si Sánchez no logra el apoyo de los independentistas y del nacionalismo vasco para su propuesta, la responsabilidad de que Rajoy siga en La Moncloa será del PNV y de Ciudadanos. Pero, si en unos días Rivera e Iglesias —y están en ello— se descuelgan con un acuerdo, el PSOE no tendrá otra que sumarse a él, y Sánchez ni pasará a la historia por haber sido el hombre que logró echar a Rajoy ni probablemente podrá evitar ya, como pretendía, su tercera cita con las urnas en tres años.