Primero fue una moción impulsada para no ganar, después un instrumento para convocar elecciones en un plazo razonable y, más tarde, la vía constitucional para impulsar un cambio en España con un Gobierno cuya intención era agotar la legislatura. El PSOE ha dado tantos tumbos declarativos sobre su horizonte temporal en la Moncloa que cabía un viraje más.

“Nadie va a resistir más allá de lo razonable. Sería absurdo”, ha dicho la portavoz del Gobierno dejando abierta la puerta a un anticipo electoral. Se llama realismo. Ochenta y cinco diputados dan para lo que dan. Y, de momento, han dado para articular una audaz moción de censura con la que echar a la derecha, pero está por ver que den para un Gobierno que pueda gobernar, más allá de decisiones estéticas, con una mínima estabilidad.

La audacia de la moción de censura, la marcha de Rajoy, el impacto de un cambio de gobierno exprés, la buena acogida del gabinete, el aplauso mayoritario de las primeras decisiones, la normalización institucional que se pretendió proyectar con la entrevista de Torra… Todo parecía ir bien hasta que Puigdemont les despertó.

La victoria del expresident de la Generalitat este fin de semana en el congreso del PDeCAT y la defenestración del sector más posibilista de la vieja Convergència han marcado un nuevo punto de inflexión en la percepción del Gobierno sobre su horizonte temporal, en contra de lo que afirmó Pedro Sánchez en su primera entrevista como presidente.

“Aspiro a convocar las elecciones en 2020 cuando acabe la legislatura; por tanto, sí, agotaré la legislatura”. Sánchez zanjaba en estos términos la polémica, después de configurar un Gobierno con el que pretendió generar, pese a sus 85 diputados y uno socios de investidura de lo más diverso, un claro efecto político de estabilidad y nuevo tiempo.

Es difícil imaginar que algunos de los ministros hubieran aceptado el reto en el caso de que Sánchez hubiera compartido con ellos la más mínima intención de convocar elecciones en unos meses, pero mucho más difícil que un presidente renueve todos los cargos de la estructura administrativa del Estado, incluidas empresas y organismos públicos, sin una mínima vocación de permanencia.

Así que no hay duda de que Sánchez llegó a la Moncloa para quedarse. Otra cosa es que la realidad parlamentaria se lo permita. De momento, la nueva dirección del PDeCAT en el Congreso de los Diputados ya le ha dicho que no se lo pondrá fácil. Así que en Madrid están preparados para lo peor. Son conscientes de que, para Puigdemont, Rajoy y Sánchez son harina del mismo 155 que lo echó del Govern y de que, para una parte del independentismo, “cuanto peor, mejor”. 

Pese a todo, no es tanto la situación catalana y la línea que el sector más radical del secesionismo esté dispuesto o no a volver a cruzar, sino la dificultad de aprobar los presupuestos para 2019 lo que podría truncar la expectativa de permanencia. El veto anunciado ya por el PP a la ampliación del techo de gasto no es un buen augurio, mucho menos teniendo en cuenta que el propio Sánchez fue el primero en exigir a Rajoy que convocara elecciones si no era capaz de aprobar las cuentas públicas. Esto, además de que no es lo mismo prorrogar un presupuesto propio que tener que hacerlo con uno heredado de la derecha.

Pues eso, que igual que en el cuento de Monterroso, cuando despertó, el dinosaurio estaba allí. En este caso, 85 escaños. E igual el presidente Sánchez fantaseó demasiado pronto con la normalidad institucional y un Gobierno que pudiera gobernar hasta 2020. El otoño dirá…