En Catalunya, diciembre es el mes de los enfermos. Durante muchos años, la tribu disponía de uno enfermado nacional y los medios de comunicación (o el narciso del moribundo premiado con el honor en cuestión) paseaban el mono de feria por todo el territorio como si su mal fuera un ejemplo moral para los chiquillos. Ahora el cáncer es una epidemia tan habitual que ya no causa conmoción y por eso La Nostra ha dedicado su anuario de solidaridad médica a la psicosis. La tele pública bombardea a los catalanes con el videoclip de una mujer asediada por la depresión que intenta animarse en vano, ante la incomprensión de su familia y amigos, mientras una voz en off le dilapida cualquier esperanza:

¿"Si una persona no está bien, por qué tiene que hacer ver que sí?" El eslogan, hace falta decirlo, está muy bien escogido para sociologitzar la enfermedad, pues de estar bien, aquello que se dice mentalmente bien, no acaba de estar nadie.

 

El cortometraje de La Marató es una obra maestra que resume muy bien el zeitgeist del post-procés y la siesta mental en que nuestros líderes querrían adormecer la ciudadanía. Lo protagoniza, como decíamos, una chica, de mediana edad, la Marta, con marido-hijo-y-piso-en-el-Eixample, para quien la depresión se visualiza mediante una especie de experiencia inmersiva, un bombardeo de imágenes y de audios que van del bienintencionado consejo "te tienes que animar", al primer plano de su jefe despachándola con el protocolario "nos vemos obligados a prescindir de ti.". No hay que ser un genio del cine para ver que la hoyada se equipara visualmente a la experiencia de un cierre y que sus autores han querido excitar la limosna de los espectadores equiparando la angustia en el cúmulo de sensaciones y de incomodidades que hemos vivido durante la Covid y el enclaustramiento. El implícito es clarísimo: "estáis muy enfermos."

 

Hace semanas, cuando el videoclip se estrenó, la cosa acababa mejor y, cuando menos, veíamos a la protagonista esbozando el inicio de una sonrisa esperanzadora a la consulta de su psiquiatra. Pero ahora que tocará soltar la mosca, en casa Sanchis no hay piedad; el ciudadano, vea el Telediario o el plomo del cocinero que busca el mejor plato de berberechos de Cornellà, tiene que identificarse con el depresivo a base de recordar cómo, en el fondo, todos aparentamos parecer más animados del drama que nos corrompen interior. Esta es la Catalunya de hoy, un lugar bastante invivible donde el poder no para de recordarte que estás enclaustrado y tu condición de mediocre funcional. Lejos de alejar el estigma de la depresión de nuestro imaginario, este producto pornográfico y toda la moral derrotista que comporta tiene como objetivo primordial el de normalizar el mal y hacer del dolor un espectáculo de solidaridad navideña.

 

Los defensores de la moral de esclavo pueden estar de enhorabuena, porque el show de este año batirá todos los récords del pasado. A base de extender el tufo de la disfuncionalidad mental por la pantalla, cualquier ciudadano-que-haga-ver-que-está-bien llamará a Sant Joan Despí y, con el objetivo sentirse más benigno, si hace falta dejará de pagar la cuota de los botiflers de Netflix para depositarla a la faja de la empatía y el calor con los descentrados. En cuanto a nosotros, los del club del ánimo bajo, seguiremos tomando puntualmente la dosis de Fluoxetina y las capsulitas de Alprazolam intentando subir la mirada de esta tribu para no acabar todavía con más ganas de marcarnos la muñeca con la máquina de afeitar mientras envidiamos en secreto a los conciudadanos que son felices carreteando los niños en el Portal del Ángel, leyendo los libros de Jordi Cuixart o encamándose con la vecina de arriba.

Por fortuna, la mensualidad de los enfermos pasará pronto, y cuando llegue enero todo el mundo podrá continuar igual de fastidiado mientras se carda de la gente que llora en el lavabo más rato de la permitida y no sabe exactamente qué le pasa. Disfrutad de diciembre, vosotros que podéis.