El día de la Hispanidad, fiesta nacional oficial de España, ha vuelto a proporcionar las habituales imágenes de activistas y elementos ultras en "acción" en las calles de Barcelona. El paseo impune de rojigualdas con el águila de San Juan, la actitud amenazante, las agresiones, y las proclamas xenófobas o racistas, o directamente nazis, no son nuevas. Los ultras siempre han estado y se han hecho visibles en una jornada que durante el franquismo era conocida como el "día de la Raza". La novedad es que, especialmente desde el año pasado, de las fechas en torno al 1 de Octubre, la presencia de la ultraderecha, hasta hace poco considerada un fenómeno marginal, sin potencialidad política real, ha empezado a revestirse de un insultante aire de "normalidad". Cuanto menos, la reaparición de los ultras ha sido acogida con una cierta "disculpa", por parte de partidos, políticos y medios alineados con "la democracia y la libertad". Por primera vez en décadas, los chicos de la rojigualda con el aguilucho no están solos. Ahora son parte de un paisaje de ultraespañolismo desbordado en el cual han dejado de ser una anomalía o una excrecencia del sistema o de la historia. Que una parte de los más activos sean o hayan sido delincuentes puros y duros ha quedado en un segundo plano. El 12-O de Arrimadas y Albiol es un gran blanqueador de pasados ―y presentes― fascistas. 

Desconozco si los dirigentes del PP o Cs que encabezan la manifestación de la Hispanidad miran a los activistas de la derecha negra con la descarada simpatía que lo hacen los líderes de Vox, con los cuales han compartido pancarta los primeros codo a codo. Sin embargo, ay, diría que más bien les molestan poco. Si ellos (los independentistas) tienen a los CDR, nosotros también tenemos a nuestros "patriotas", vienen a decir. Es la falsa simetría que se intenta vender a los ciudadanos. Es "normal" que haya ultras desfilando por la calle saludando a la romana porque también hay "comandos separatistas", como dicen los dirigentes de Cs, que cuelgan lazos amarillos en el espacio público. Es decir: hay fachas porque hay independentistas; igualmente como hubo GAL porque había ETA. He ahí el falso paralelismo con el que se intenta cargar al independentismo cívico la culpa de la resurrección de la extrema derecha; del retorno, en suma, de la dialéctica joseantoniana de los "puños y las pistolas". El objetivo es de manual: meter el miedo en el cuerpo al independentismo movilizado y atemorizar a todo el mundo. Y lo subrayo: a todo el mundo. No deja de ser una versión light de la amenaza permanente del ruido de sables, acompañada de la actividad en la calle de grupos parapoliciales armados ―la ultraderecha civil―, que sobrevoló permanentemente la transición y fue determinante en algunos momentos clave, como la elaboración de la Constitución.

Hay fachas porque hay independentistas; igualmente como hubo GAL porque había ETA. He ahí el falso paralelismo con el que se intenta que el independentismo cargue con las culpas de la resurrección de la extrema derecha

Las rojigualdas del aguilucho florecen detrás del bosque o el bosquecillo de rojigualdas constitucionales. El año pasado, incluso el PSC se avino a ir delante de la marcha con sus entonces socios del 155, en aquella gran manifestación donde elementos y grupúsculos ultras por primera vez en su vida pudieron aplaudir a gente como el ahora ministro de Exteriores del Reino Josep Borrell, uno de los oradores del día. Los chicos que queman esteladas o fotografías de los líderes independentistas o los envían directamente "a la cámara de gas" no son más que la espuma de la cerveza. La cerveza que se toman en el Tribunal Supremo, la fiscalía, el Tribunal Constitucional, en los chats de los jueces, de la Guardia Civil o del CNP, en el PP o en Cs. Y, desde luego, en Vox.

Lo reconoce José María Aznar cuando levanta acta de que el espacio de "centroderecha" que él aglutinó en los noventa ahora se ha disgregado en tres opciones políticas, incluyendo una explícitamente ultra, Vox, el partido que ejerce la acusación particular en la causa contra los líderes del 1-O. Un partido liderado por un señor, Santiago Abascal, que dice llevar siempre encima la pistola, una Smith & Wesson, para "proteger" a sus hijos como antes "protegía" de ETA a su padre. Y es cierto que, en el conjunto español, el beneficiario del giro de la derecha a la extrema derecha puede ser el PSOE de Pedro Sánchez, a quien, para entendernos, le correspondería el papel arquetípico del partido "centrado" del régimen del 78. Pero haríamos corto si redujéramos el alcance del fenómeno ultra y sus implicaciones a la vertiente electoral y en un contexto europeo de crecimiento del populismo autoritario que lo favorece más que nunca.

Los chicos que queman esteladas o fotografías de los líderes independentistes o los envían "a la cámara de gas" no son más que la espuma de la cerveza que se toman en el Tribunal Supremo, en la fiscalía, en la Guardia Civil...

No es sólo que los restos de Francisco Franco continúan en el Valle de los Caídos y si salen de allí será con honores de jefe de estado. Los últimos 40 años en España no ha habido un partido de ultraderecha con pretensiones de acceder de manera directa a las instituciones porque, en buena medida, el franquismo nunca las abandonó del todo. Ha persistido en ellas, con algunos nombres y apellidos, pero, especialmente, en las actitudes. Es el "A por ellos" en formato discurso real lo que, al final, mueve la ultraderecha a salir del armario, no las esteladas ni los lazos amarillos. Son los golpes de porra de hace un año el día del referéndum del 1-O lo que da carta blanca a los ultras de siempre para marcar paquete en el vecindario. Es la paradoja de que 40 años después de la Constitución vuelva a haber presos políticos lo que les permite sacar pecho, a los ahora autodenominados españoles "identitarios". Tienen todo el campo libre.

El vengativo consejo de guerra que se prepara contra los Jordis y los consellers, como si estuviéramos en el año 39, será tan "proporcionado" en su conclusión, la sentencia contra los "golpistas" indepes que la fiscal Segarra se niega a rebajar eximiéndolos de "rebelión", como lo es que los fachas nos recuerden a todos que, desde los tiempos de Fraga Iribarne, las calles son suyas. Bajo la espuma, la cerveza (negra).