Si España fuera un país normal, Pedro Sánchez ya habría dimitido o convocado elecciones, o ambas cosas a la vez. Sin embargo, España no es un país normal, y Sánchez puede permitirse intentar resistir en condiciones agónicas porque todavía hay una convicción bastante extendida en la sociedad española de que la alternativa sería aún peor. No faltan argumentos: los hay ideológicos y los hay morales, dada la larga historia de corrupción que arrastra el Partido Popular.
De todas formas, Sánchez lo tiene prácticamente imposible para resistir. Tiene todos los poderes del Estado en contra, que lo han declarado enemigo principal del Régimen. También tiene enemigos fuera del Estado: no sale gratis negarse al aumento del 5% del presupuesto de Defensa, ni tampoco erigirse en la voz de la conciencia europea respecto a la tragedia de Gaza. Además, Sánchez tiene una mayoría parlamentaria que hace aguas; de su partido conoce a sus detractores, pero no sabe cuántos camaradas se han enriquecido ilegalmente. Por alguna razón, la Guardia Civil dosifica las filtraciones. Como gobernante, no tiene ni tendrá presupuestos ni mucha capacidad legislativa. Así que, según la ley de Murphy, lo que puede salir mal, saldrá mal, y Edward A. Murphy Jr. se refería a situaciones no tan complicadas.
La cruda realidad es que España no da para más. La actual correlación de fuerzas con 40 diputados catalanes determinantes es la mejor a la que se puede aspirar entre todas las imaginables, y el resultado es el que es. No faltará quien diga: pues si España no da para más, quizá deberíamos marcharnos. Tendrán argumentos, pero la razón no hace la fuerza.
De los aliados parlamentarios, solo Podemos se ha situado en modo vengativo contra Sumar y el PSOE, y con solo cuatro diputados hará todo el daño posible. El resto gesticula mucho para disimular, pero no harán caer a Pedro Sánchez. Pablo Iglesias, en cambio, ha visto su oportunidad de volver a sus mejores momentos aglutinando el voto de la izquierda más beligerante. Por eso le negará a Sánchez el pan y la sal durante lo que quede de legislatura, para que, termine cuando termine, el PSOE afronte las próximas elecciones más muerto que vivo. Y además, en los días venideros, pondrá contra las cuerdas al presidente en asuntos de fácil venta para el público progresista, empezando por el “no a la guerra”. Imaginemos qué haría ahora Pedro Sánchez si le reclaman la prometida derogación de la ley mordaza... No se atrevió antes con las policías, menos ahora que tiene a la Guardia Civil encima sin dejarlo dormir. Así será, salvo que los cuatro diputados de Podemos sucumban a las tentaciones que les lanza la derecha —que en estos casos suele ser muy generosa— y se apunten a la moción de censura. Si no lo hacen, será por razones estéticas, no por falta de ganas. Sus antiguos hermanos de los Comunes no tuvieron vergüenza en situaciones similares.
Podemos aspira a sacar el máximo rédito de una caída del PSOE y ahora ve su momento. En el peor momento del PSOE, Podemos obtuvo 71 diputados, después de que algunas encuestas lo situaran en condiciones de ser primera fuerza. Por eso el Régimen le hizo la guerra sucia. Ahora, sin embargo, su objetivo es más ambicioso. Sueña con volver al escenario de 2016, cuando irrumpió con fuerza en el momento en que el PSOE iba a la deriva e incluso facilitó la investidura de Mariano Rajoy. El escenario previsto es el siguiente: tras unas elecciones en las que gane el PP y Sánchez desaparezca del mapa, los poderes fácticos del Régimen volverán a presionar por un entendimiento PP-PSOE. Es lo que pretendían y pretenden Felipe González y la vieja guardia socialista, porque también es lo que le conviene a la monarquía para salvar un régimen tan desacreditado. Todo el mundo piensa que en las próximas elecciones habrá mayoría PP-VOX, pero un gobierno monárquico de derecha y extrema derecha, con toda la izquierda en la oposición y protestando en la calle en tiempos de tanta incertidumbre local y global, supondría un riesgo enorme para la continuidad del régimen dinástico.
Podemos se ha situado en modo vengativo contra Sumar y el PSOE y hará la vida imposible a Pedro Sánchez para que el Partido Socialista llegue a las próximas elecciones más muerto que vivo, con la esperanza de aglutinar, como hace diez años, el voto de la izquierda más exigente. Iglesias pretende el sorpasso al PSOE pero ya no el que era
Así que lo que pretende Pablo Iglesias es darle el sorpasso al PSOE. Cierto es que hace diez años Podemos aportaba savia nueva surgida del movimiento 15-M, pero ahora ya parece otra cosa no tan simpática. Con todo, la estrategia de Iglesias se inspira en lo que ha pasado en Francia, Italia, Grecia y otros países del entorno europeo donde los partidos socialistas, tras claudicar, si no han desaparecido, se han convertido en fuerzas residuales.
Observando la situación desde Catalunya, Junts per Catalunya y Esquerra Republicana están atrapados, porque no pueden ni quieren hacer caer a Pedro Sánchez, pero tampoco el presidente del Gobierno está en condiciones de ofrecerles gran cosa a cambio que le complique aún más la vida con el resto de aliados y con su propio partido. Ya veremos cómo se gestiona la financiación singular para Catalunya. Algún conejo tendrá que sacar Sánchez de la chistera para poder resistir. Dicho de otro modo, tanto para Junts como para ERC, malo si aguantan a Sánchez y peor si lo hacen caer. La cruda realidad es que España no da para más. La actual correlación de fuerzas en el Congreso, con 40 diputados catalanes determinantes, es la mejor a la que se puede aspirar entre todas las imaginables. En efecto, España no da para más. Algunos dirán que si España no da para más, quizá sería mejor marcharse. No les faltarán argumentos, pero la razón no hace la fuerza.