"Un país que no conoce sus vinos tiene un problema de identidad", escribió Manuel Vázquez Montalbán. Meritxell Figueres es como me bautizó el alcalde en la Mostra de Vins cuando acabé de hacer el pregón. No, no dije aquello de "vinyes verdes vora el mar" [viñas verdes junto al mar], aunque era la canción mental que cantaba cuando Anna Espelt me enseñaba Mas Marés, un mosaico muy meditado de terruños en el Cap de Creus. Precisamente, Anna acaba de ganar el título de mejor viticultora para Tim Adkin. Es un placer hablar con esta mujer del vino y que te explique sus vinos de terruño. Probamos su cariñena blanca, una variedad que, como una persona tímida, parece que no dice nada, pero cuando la necesitas siempre está. Así son sus vinos en boca que te abrazan el paladar. Tierra de garnachas y cariñenas, donde dos de cada tres cepas son autóctonas. Viñas viejas donde una tercera parte tienen más de treinta años. Uno de los grandes tesoros de nuestra viticultura. Viñas que, como las personas cuando maduramos, saben colonizar la tierra con sus raíces y tener recursos cuando no es una buena añada. Menos producción, pero más calidad y concentración. Llegué hasta Cadaqués para pernoctar en la fantástica ubicación del Celler Martín Faixó. Todavía recuerdo cuando lo inauguraron. Si tiro más atrás la memoria, recuerdo que algunos de mis artículos fueron sobre esta DO, cuando todavía llevaba el apellido de Costa Brava enganchado por un guion.
En esta 39.ª edición de la Mostra de Vi, las mujeres del vino han sido las protagonistas y no solo porque quedemos bien en la foto, sino porque hay personas que hace mucho tiempo que se lo trabajan y que hacen crecer los vinos del Empordà. Como por ejemplo, su presidenta, Carme Casacuberta. Precisamente, su bodega, Vinyes d’Olivardots, es un negocio que pasa de madre a hija. O el ecofeminismo que practica Marta Pedra del Celler La Vinyeta en su vida y la bodega. De la miel a los quesos, pasando por la ganadería y el vino. Mujeres que han dejado de ser la hija de, la esposa de, la hermana de... para tener nombre propio como Gemma Roig de Mas Llunes, o la Bodega Oliveda de Íngrid Teixidor o Mas Serra de Sílvia Vila. Una ruta del vino que ofrece desde visitas teatralizadas hasta dormir entre viñas, hacer maridajes exclusivos o todo aquello que hace tan gourmet y único el enoturismo: poder beberte el paisaje. Colectivos como la Cuina del Vent y la Cuina de l’Empordanet, donde no solo comes conocimiento como en la Bulli Foundation, sino que casas el mar y montaña.
A través de comparaciones, aliteraciones, paráfrasis e imágenes potentes, conseguimos que el vino no solo huela a vino —pues todos serían iguales— sino a vida
Comí en Can Duran —uno de los restaurantes míticos de Salvador Dalí— unas costillitas a la milanesa. Como las que hacía mi yaya Maria. Por cierto, la Casa Natal de Dalí, para una que ha visitado muchas veces el museo, ayuda mucho a degustar su arte haciendo igualación con su vida. Aunque cuando pienso en los vinos de este paraíso catalán, pienso en Pitu Roca. Habla de una manera tan poética del vino. "¿Lo hace para ligar?", le oí decir una vez a un machirulo. Y reconozco que sonreí. Tenemos suerte de tener el mejor embajador en Catalunya, porque no solo sabe de vinos, sino que ama lo que hace de una manera espiritual, profunda, intensa, pura, serena y auténtica. Sí, sus metáforas me remiten a la obra de Josep Pla El que hem menjat. "El guisante tiene sabor a guisante", dice Pla. Y es verdad que solo a través de comparaciones, aliteraciones, paráfrasis e imágenes potentes, conseguimos que el vino no solo huela a vino —ya que todos serían iguales— sino a vida.
"¿Es verdad que el Empordà es la Toscana catalana?", me pregunta Marc Giró en directo a la radio, un tipo que sabe que he estado demasiado tiempo viviendo allí. “És molt més bonic l’Empordà” [Es mucho más bonito el Empordà], contesto utilizando las palabras de Sopa de Cabra. Una tierra que, con su Tramontana, me vuelve loca de emociones dalinianas.