Según sea el color político del observador, este se fija en las muertes que hayan podido provocar las mamografías no realizadas en Andalucía o Valencia, o las que no se hayan evitado en toda España por unas pulseras antimaltratadores que han resultado ser defectuosas. El clima de la opinión pública en relación con los muchos problemas de la gestión es casi tan tenso como el francés, donde Macron parece estar abocado a desaparecer en esa vuelta a unas elecciones que, definitivamente, auparán el lepenismo al poder. Pues bien, en parecida tensión cifra Sánchez la esperanza de repetir gobierno, convoque las elecciones en primavera, verano, el año que viene o, si me apuran, en 2028, que hasta allí podría estirarse la aplicación práctica de su manual de resistencia. Nada es descartable.

La estrategia (esto va más allá de una táctica) es no por obvia menos efectiva; sobre todo si no hay quien sea capaz de contrarrestarla o, siéndolo, se sienta en la obligación de entrar al trapo de gestos o posicionamientos que, al final, no son más que una reacción a la provocación. La necesidad de indignarse ante la consideración heroica dada a la flotilla a Gaza, de la que la gente ni sabe el dinero que le ha costado, ni en muchos casos entiende por qué debe sufragar la repatriación de sus integrantes, podría ser un ejemplo: porque es necesario ser consciente de la campaña de publicidad que supone hablar de ellos, en el sentido que sea, y la necesidad de Sánchez de que así lo hagamos. Mientras no se le critica, teje para mañana; ante la crítica, polariza y crece. Y siempre, la tinta del calamar.

Las nuevas generaciones miran al presidente del Gobierno y concluyen que es incapaz de asegurarles oportunidades de futuro

Así, mientras asistimos quejosos al absurdo de que va a blindar el derecho al aborto en la Constitución, cuando no tiene consenso ni para aprobar unos presupuestos que solo requieren mayoría simple, se nos olvidan sus cuitas judiciales. Y cuando enarbola un decreto para el embargo de armas a Israel cuya letra pequeña lo desdice tanto que hasta Junts lo ha podido votar, no recordamos que ya no se le acepta con el grado de cordialidad de antaño en las cumbres internacionales, a pesar del forzado apretón de mano que se dio con Trump en Egipto. Y al tiempo de su boca vuelve a salir el espantajo de Franco, para intentar que la gente no se percate de que las medidas que propugna en vivienda Yolanda Díaz y que él secunda, no sé si de buen grado, son las mismas que estuvieron vigentes en la etapa del desarrollismo del régimen.

Puede que siga convenciendo a algunos, aunque las encuestas revelan que le será difícil hacer olvidar a la parte femenina de su electorado el grado de connivencia con la prostitución que se ha revelado en su entorno de confianza. Pero ya no tiene a los jóvenes (¡tampoco el PP!). A fuerza de traer a colación al dictador, estos parecen haber acabado por pensar que mucho peor que sus padres trataban a sus mujeres lo hacen esos musulmanes con los que el presidente del Gobierno parece querer congraciarles a toda costa. Ven, además, que quienes ahora se jubilan lo hacen con una pensión cuya media supera en mucho la media de los salarios de miseria que ellos tienen en este país envejecido y desesperanzado. Por eso, tal vez, mientras unos políticos reprueban a otros sus fallos de gestión según sea su competencia en el asunto, esas nuevas generaciones miran al presidente del Gobierno, concluyendo que es incapaz de asegurarles oportunidades de futuro. Ignorar ese hecho es, a mi juicio, una miopía política que le impide ver sus reales posibilidades de seguir en el poder, a pesar de todas las maniobras de colonización institucional que ha realizado con inusitado éxito hasta el presente y de las que el resto de los partidos sin duda están tomando buena nota. Al fin y al cabo, hay que reconocerle que en el tema de la supervivencia política ha superado con creces cualquier maestro del que haya aprendido a ser como es. Quien no lo vea es tan o más miope que él.