Enric Juliana publicó el domingo un artículo sobre "el nuevo ciclo electoral" que tenía voluntad de marcar época y que se titulaba "España es el tema". Si no me falla la memoria, al día siguiente que Artur Mas se quedara sin la "mayoría excepcional" que pedía en los comicios del 2012, sacó uno que hizo furor y que se titulaba: "Gana España".

Entonces el rey Juan Carlos no había abdicado, todavía; CiU no había desaparecido, Ciudadanos no había desembarcado en Madrid y la ultraderecha no marcaba el ritmo de la agenda española. Los últimos años los pilares del Estado han sido fuertemente erosionados por la política catalana. Tanto es así, que el futuro del PSOE está en manos tres partidos que no votaron la Constitución y que han trabajado en su contra siempre que han podido ―ERC, Podemos y PNB―.

Juliana tiene razón en que la llamarada españolista marca los debates de los partidos de Madrid y Barcelona. Junqueras y Puigdemont se han abrazado tan fuerte a la mitología de la Segunda República que Pedro Sánchez puede ir al Rosselló a reivindicar a Antonio Machado sin que ningún político le recuerde que ha salido de su país pero no de Catalunya. Aun así, las cosas importantes a menudo nos pasan desapercibidas hasta que no las tenemos encima.

Las elecciones de abril a mí me recuerdan al libro que Josep Pla dedicó a Israel. Pla lo llenó de reflexiones que todavía hoy atraviesan los discursos protegidos por el ejército español. "¿Como es posible ―dicen― que los judíos, que generalmente son tan listos, que tienen un sentido tan práctico, que saben con claridad qué quieren a cada momento se dediquen a resucitar una lengua muerta, que nadie entiende, que no tiene ninguna utilidad, habiendo podido adoptar una lengua que les habría permitido volar entre continentes?".

El hecho de que el mundo convergente vaya a las elecciones como una gallina sin cabeza y que el imaginario de Rufián se haya apoderado de la cúpula de ERC puede contribuir a fomentar la confusión. Aun así, la propaganda ha perdido esa capacidad de enmascarar la realidad catalana que tenía en los tiempos de Franco. Estoy seguro de que los corresponsales de La Vanguardia no tardarán en constatar que el tema importante de las elecciones de abril no es España, sino el artículo 155, es decir, la independencia de Catalunya.

En el libro de Israel, Pla vaticina, sorteando la vigilancia de la censura de Madrid: "Cuando los judíos hablen y escriban con su lengua, su personalidad será mucho más concreta y auténtica. Dejarán de ser espíritus de imitación, falsificaciones y sucedáneos de otros espíritus. La aparición de Israel podría favorecer la germinación y la eclosión de nuevos matices originales de la cultura y la personalidad". ¿No es eso lo que ha pasado en el estado español los últimos años?

España se ha empezado a tambalear tan pronto como los votantes de Catalunya han osado hablar del mundo en sus propios términos. Yo no diría que el eje social ha quedado absorbido por el nacional, como afirma Juliana, sino más bien que ya no lo disimula. Tampoco criticaría que el independentismo haya fabricado la "política española de los últimos 10 años". Ahora ya no hay nada que pueda esconder a los catalanes que han sido burros de creer que el bienestar se podía mantener dejando de lado los valores nacionales.

El PSOE levanta la bandera de España por el mismo motivo que la levantan Vox, el PP o Ciudadanos, porque es un partido español que ve peligrar su nación, tal como la había concebido siempre y tal como se concibió en la Constitución, con los catalanes sometidos y folclorizados. Si el PSOE reivindica España es porque el intento de Junqueras y de Mas de hacer tragar a los votantes una segunda Transición para tapar sus mentiras ha fracasado.

Da igual que Sergi Sol critique el nacionalismo de la ANC o que Toni Soler participe en el linchamiento de Toni Albà para barnizar de sentimientos humanitarios el giro oligárquico de ERC. Da igual que los carroñeros utilicen el dolor de las mujeres para disimular el conflicto político entre Catalunya y España. En otras épocas habían utilizado a los muertos de ETA y, en periodos más oscuros, las checas del estalinismo o las matanzas de los nazis en Polonia.

Si en los últimos 10 años los españoles han descubierto la nación catalana en el Principado, la próxima legislatura es posible que asistan a la eclosión del nacionalismo valenciano e incluso balear. Pla sabía que Franco perseguía su lengua porque conectaba a los catalanes con una historia anterior a la española, que Madrid no podía controlar. "La resurrección del hebreo equivale a la reconstrucción de la sociedad de Israel, atomizada y dispersa durante casi dos mil años", escribe en el libro.

El referéndum del 1 de octubre ha puesto en marcha, en el plano político, la dinámica que la enseñanza de la lengua puso en marcha en el plano social, a partir de 1980. Enredados por su arrogancia mesetaria, los chicos de Podemos utilizaron la fuerza del derecho a la autodeterminación de catapulta para asaltar la Moncloa. Destruida la posibilidad de conquistar el gobierno de España, la desintegración de su espacio tiene muchos números para despertar los países catalanes.

A medida que los partidos españoles hablen más y más de su país, España se convertirá en una marca cada vez más estrafalaria y antidemocrática en los territorios de lengua catalana. A Vox, al PP y a Ciudadanos les pasará, en Catalunya, como aquellos sombreros de torero que se venden en la Rambla. De nada servirá que Sánchez diga que la Constitución recoge el espíritu de la República o que pase de puntillas por encima del tema Gibraltar. Es igual que presente al PSOE como el partido de la concordia, en plan Francesc Cambó.

Tanto si el PSOE gana, como si pierde las elecciones, los españoles seguirán descubriendo que su nación no puede integrar a los catalanes por la vía democrática. Si los partidos de Madrid no han podido disolver Catalunya dentro del Estado escondiendo su propia bandera, es difícil que lo consigan ahora exacerbando el nacionalismo. La reactivación del artículo 155 por parte de un eventual gobierno de derechas volvería a hacer hablar el caso de Kosovo.

En el ciclo que se abrirá este abril, pues, el tema volverá a ser Catalunya. El problema que tiene la España democrática es que todo el mundo tiene derecho a disfrutar de su patria y que no hay nada más sensual que pertenecer a un país libre. El régimen de 1978, con el Felipe VI enjaulado dentro, irá quedando desfigurado en manos de los mismos elementos que los artífices de la Transición escondieron en el sótano para intentar superar el pasado autoritario del Estado.

Si el fenómeno de Ciudadanos no se explica sin la inmigración que Franco utilizó para tratar de castellanizar Catalunya y Valencia, Vox y el nuevo PP recuerdan demasiado a la España que obligó al pobre Pla a utilizar temas como la fundación del Estado de Israel para hablar de su país. La llamarada patriótica que se ha apoderado de la política española contribuirá a separar todavía más Madrid de Barcelona. En este sentido, se puede decir que es beneficiosa para la libertad.