La primera vez que leí que el catalán solo servía para mentir y para liarla fue en una reseña que Libertad Digital hizo de mi biografía de Lluís Companys. Con un entusiasmo resentido y vengativo, el articulista se felicitaba del hecho de que finalmente apareciera un libro capaz de decir cuatro verdades sobre el presidente mártir. Si hubiera explorado la causa del retraso habría sido sorprendente.

La segunda vez que leí una cosa parecida, me llegó de Alfons López Tena después de las elecciones de 2012, aquellas que CiU convocó para ponerse al frente del independentismo. Siempre recordaré la cara que Albert Rivera y Jordi Cañas pusieron cuando Mas anunció que había llegado la hora de ejercer el derecho a la autodeterminación que el Parlamento había votado en tiempos de Jordi Pujol.

López Tena avisó a los diputados de Ciutadans de que Mas iba de farol y que no tenía intención de celebrar un referéndum ni todavía menos de aplicar el resultado. El líder de Solidaritat llegó a la campaña convencido que CiU había anticipado las elecciones para evitar que la crisis diera fuerza al independentismo. Después de ser insultado copiosamente en catalán, el tiempo le ha dado la razón.

La degradación del catalán que ha seguido a los incumplimientos de las promesas de los políticos processistes daría para una tesis sobre lengua y poder

Esta semana, un joven de la órbita de la CUP y de Primarias ha publicado un artículo que me ha hecho pensar en López Tena. “Catalunya se las da de abierta y de cosmopolita -se lamentaba Miquel Vila-, pero da miedo ver cómo se explica el mundo en su lengua”. Igual que López Tena cuando se pasó al inglés, Vila venía a decir que la demagogia ha convertido la lengua catalana en un campo de minas.

El artículo describía como los medios utilizan la lengua del país para desarmar a sus hablantes y hacerlos sentir culpables. Vila denunciaba las dramatizaciones pseudoperiodísticas que intentan convertir a los catalanes en los responsables de todos los problemas que hay en el mundo. Los telediarios de TV3, afirmaba Vila, son "autofelaciones bien pensantes" que impiden a los espectadores entender el impacto que la globalización tiene en sus vidas.

La degradación del catalán que ha seguido a los incumplimientos de las promesas de los políticos procesistas daría para una tesis sobre lengua y poder. Lo que mata a una lengua, antes que la pérdida de hablantes, es la incapacidad de contar el mundo desde un punto de vista genuino y realista. Las lenguas empiezan a morir cuando son incapaces de superar las excusas que los hombres corrientes se ponen para huir o para esconderse de sus enemigos.

Atrapadas en la subjetividad de sus traumas, las lenguas moribundas se desenganchan del mundo entre grandes palabras, igual que un alcohólico encuentra cada día una razón nueva, sensatísima, para beber. López Tena decía que las excusas están tan infiltradas en el interior de la cultura catalana que es casi imposible decir la verdad en la lengua del país sin ser malentendido. Vila debe pensar que hay esperanza, porque me consta que sabe escribir en el idioma de los norteamericanos.

En mi opinión el único problema grave que tiene el catalán son los políticos que traicionaron el mandato del 1 de octubre. Como todavía se creen que pueden salvarse fomentan discursos que pervierten la realidad y, sobre todo, la responsabilidad de las mentiras que dijeron. Es curioso que los medios que controlan a los antiguos partidos de Junts pel Sí hayan sustituido al estado español por el machismo y la ultraderecha como enemigo a batir.

Antes del 9N los partidos processistas ya intentaron tapar sus mentiras atacando la corrupción de forma exagerada y obsesiva. Para participar de las cacerías de brujas junto con los partidos de izquierda, Mas incluso se quitó la corbata. Ni esto, ni la confesión de Pujol, ni siquiera la abdicación del rey Juan Carlos o los abrazos de David Fernàndez, sirvieron para parar el curso de los acontecimientos.

Toda acción genera una reacción y tarde o temprano los catalanes cogerán conciencia de la importancia que la calidad del debate público tiene en la salud de una lengua y la libertad de un país. Por suerte, España ya no puede aislarnos del mundo. En Cataluña no hay un Putin, ni un estado como el ruso, y el castellano no ha hecho nada para dejar de ser la lengua de los ofendidos que se abandonan en Madrid, decepcionados de las limitaciones de la inteligencia colectiva.