El tuit que Pablo Iglesias le soltó a Iñigo Errejón ha suscitado muchas risitas de conejo y poco análisis sobre las corrientes de fondo que, poco a poco, van degradando la política española. Errejón és un ejemplo de la fuerza que la envidia y la mediocridad adquieren en las democracias cuando los creadores de significado dimiten de su trabajo.

Si Iglesias no hubiera caído en la tentación de escuchar a las voces mefistofélicas que le pedían aguar sus principios para poder asaltar el cielo, ahora los enanos de su partido no se le subirían a las barbas. En las primeras elecciones, Iglesias consideró que ayudar a Pedro Sánchez a echar al PP era poco. El problema és que, después, se dejó contagiar por el miedo que una parte de su entorno cogió al IBEX 35, y ahora va a tener trabajo para que no le corten la cabeza como si fuese una gallina.

Si Errejón ha olvidado que no pasa de ser un chico simpático y leído que ha venido al mundo a gestionar las intuiciones de un líder, es justamente porque Iglesias le hizo demasiado caso en el momento decisivo. Errejón me recuerda a estas chicas liberadas, inocentes y soberbias que por miedo a comprometerse con el hombre de su vida se someten a los dictados de un sistema de poder que utiliza sus amores de cualquier manera.

La segunda figura de Podemos hace tiempo que trabaja para caer bien a los guardianes del sistema que él mismo demoniza cada dia. Acomplejado por su cara de mocoso, creo que sería capaz de traicionar a Iglesias sólo para sentirse admirado por las chicas. Él disfraza su discurso de pragmatismo y de estrategia, pero sabe que no tiene madera de líder y que si llega a mandar hará el mismo servicio a la política que esas bayetas que los chóferes del Palace utilizan para dar brillo a los coches de lujo.

La democracia se inventó para que nadie tuviera que traicionarse a sí mismo y que todo el mundo pudiera trabajar para transformar la realidad sin miedo a acabar a bofetada limpia. Es cierto que esta idea trajo problemas hace un siglo, pero también es verdad que el contexto europeo era otro. Ahora que hace falta dar profundidad a la democràcia para superar la crisis de Occidente, un país en manos de políticos que han castrado su intuición está condenado a la decadencia.

Cada vez que un político rebaja su discurso para ganar votos la única que cosa que transmite a los electores es la certeza de que vale más loco conocido que sabio por conocer. En España eso ha ido muy bien para que los franquistas se pudieran morir en la cama tranquilos, mientras que en Europa ha servido para que los Estados Unidos pudieran mantener la ocupación de Alemania.

Lo que le pasa a Pablo Iglesias ya le pasó a Artur Mas cuando retrocedió antes del 9N. Si la CUP se lo cargó tan fácilmente es porque, a cambio de pasar durante cinco minutos por un gran estadista, dio todo el poder a los adversarios para matarlo. A Mas nadie le pondrá una calle como predecían algunos columnistas tan fieles tan fieles, que parece que hayan decidido suicidarse intelectualmente con su amo.

Con Puigdemont ya veremos que pasa. Antes o después se encontrará en una situación parecida a la de Mas y ya verás cómo los Errejones de turno le susurrarán al oído que hay que "hacer las cosas bien", mientras piensan en los réditos que van a sacar de abandonarlo cuando quede en evidencia. Si el presidente no quiere que se laven las manos con su sangre, sólo tiene que recordar que el deshonor de su antecessor ya estaba advertido en la biblia, en el segundo libro de los Macabeos.