Con su cinismo habitual, Miquel Iceta ha declarado que no se dan las condiciones para otorgar una amnistía a los presos políticos. Dice que si el Estado liberara ahora a los líderes del procés seria como si no hubiera pasado nada y la ley española estuviera mal hecha. 

El líder del PSC sigue como tantas veces ha hecho su partido una estrategia retórica puramente colonial para asustar a los catalufos. Era una estrategia que funcionaba bastante bien antes de Twitter y del referéndum del 1 de octubre, cuando los políticos del país tenían un mínimo de credibilidad y de prestigio.

Por mucho que la Guardia Civil detenga a jóvenes de los CDR para hacer ver que los presos todavía cuentan y que el independentismo se vuelve violento, Pedro Sánchez y el PSC están acabados. Esta vez, en vez de una amnistía, como la del año 78, habrá otro general Armada o un gobierno español que respete la voluntad democrática de Catalunya.

Pedro Sánchez ha quedado atrapado en su impostura y, como Quim Torra, ya solo puede trabajar para hacer creer a sus paisanos que ha hecho todo lo posible para intentar resolver la situación. La crisis de la socialdemocracia alemana es un aperitivo del futuro negrísimo que espera a las izquierdas españolas y sus satélites catalanes. El mundo que viene será conservador, tanto si tiene barnices de cariz liberal como de cariz autoritario populista. 

Nos acercamos a la situación del 1936, pero esta vez Catalunya no intentará rescatar Madrid de la ultraderecha. Fernando Ónega tiene razón que el clima de irritación recuerda el que precedió a la dictadura de Primo de Rivera y la posterior caída del rey. Solo le falta leer las encuestas que publica su diario y preguntarse por qué, a pesar de la propaganda y la historia, el número de españoles que verían bien un referéndum (41%) es más que respetable.

Si Madrid hubiera hecho igual que Londres el 2014, el panorama no se habría envenenado hasta estos extremos. La situación quizás sería compleja como lo es ahora en el Reino Unido, pero la política no habría entrado en la dinámica quijotesca actual de rendición o muerte. El referéndum del 1 de octubre se celebró a despecho de las mismas instituciones autonómicas, por eso ha lanzado España y Catalunya a una guerra existencial, que solo va a tener un vencedor. 

El PSC quiere que todo acabe como si no hubiera pasado nada, con pacto y amnistía, para poder cerrar la nueva transición equiparando el golpe de Franco con la declaración unilateral de independencia. El planteamiento de los socialistas en el fondo es calcado al de Albert Rivera y Pablo Casado. La diferencia es que la permanencia del PSOE en el poder depende de que los catalanes se avengan de buen grado a volver a ser los cornudos que pagan la fiesta, como después de la dictadura.

El PSOE necesita derrotar al independentismo en Catalunya, y forzar la rendición total de sus antiguos dirigentes, para honrar el viejo principio de la derecha española: “primero se gana y después se pacta”. Pero los líderes procesistas ya no pintan nada entre las bases del independentismo y España está demasiado dividida y demasiado llena de catalanes ―valencianos y mallorquines incluidos― para forzar una rendición democrática del independentismo. 

Paradójicamente, el plan de Sánchez acabó de morir cuando Ernest Maragall se quedó sin la alcaldía de Barcelona. Las rodillas peladas de Rufián difícilmente habrían convencido a los cuerpos del Estado que ERC es imprescindible para pacificar Catalunya. Pero después de tumbar los presupuestos y de perder Barcelona, los republicanos vieron evaporarse la única posibilidad de salvar Sánchez de las pulsiones autoritarias españolas.

A diferencia de 1978, esta vez los presos políticos solo servirán para juzgar a los funcionarios que los han puesto en prisión en un tribunal internacional o no servirán para nada. Por eso es más dramático para España que ERC vuelva a ganar las generales de lo que ya lo es para Catalunya. Los socialistas descubrirán demasiado tarde que apoyar el referéndum era la mejor herramienta para fortificar la Unión Europea y mantener el estado español dentro de Europa. 

Cuando la derecha madrileña acabe de recalentarse, Hungría y Polonia darán risa al lado de la España forjada por el 155.