En la mesilla de noche tengo desde hace quizás diez años el primer volumen de Guerra y Paz, la famosa novela de Tolstoi. Es una edición de Gallimard preciosa, con unas tapas de un blanco purísimo, que compré en el quiosco de la Biblioteca Nacional de Francia en un ataque de optimismo, una tarde que me había hartado de trabajar. En la portada aparece Napoleón de espalda contemplando un lago helado. A veces la portada no se ve porque encima pongo otros libros.

No sabría explicar que hace todavía este volumen en mi mesilla de noche, no sé porque nunca me he decidido a retirarlo. Cuando estudiaba me tendía en la cama con los apuntes sobre la frente con la esperanza de aprenderme los temas sin hacer el esfuerzo de estudiar. Quizás lo tengo allí para acordarme de que debería encontrar más ratos para poder leer cosas que me interesen por qué sí, o por nostalgia de una época en la cual pensaba que con la ayuda de la literatura conseguiría volverme casi invulnerable a las tiranías de la vida práctica.

Ahora he empezado la novela en una edición inglesa de Penguin que me he descargado en el kindle y el volumen en francés continúa en el mismo sitio. Incluso me he tomado la molestia de buscar la segunda parte, que estaba enterrada bajo una pila de libros que se ha hecho monstruosa con el tiempo, y que en la portada tiene un grupo soldados napoleónicos extendidos en la nieve con cara de estar muertos. La versión inglesa se entiende con facilidad, me gustan los escritores de prosa clara, que se leen bien en cualquier lengua.

Cuando empezaba a escribir, me daba la impresión que leer en francés me ayudaría a superar la inseguridad que me producía el catalán. Entonces encontraba que el inglés era un idioma horripilante. Me parecía una lengua de prospecto farmacéutico, pero vinieron los libros de Amazon, las series de las plataformas digitales y el acceso a los grandes diarios y revistas del mundo anglosajón. En una decena de años la tecnología ha hecho familiares algunas cosas que, cuando miro hacia atrás, me hacen sentir un poco viejo.

Aun así, después de tantos años finalmente estoy leyendo Guerra y Paz, en inglés, cuando podría hacerlo con los libros de París. Viajar no me gusta demasiado pero pensé que irse a Rusia de vacaciones sería una buena excusa para ponerme manos a la obra y el kindle és cómodo llevarlo a todos lados. Supongo que hacerse viejo también es disfrutar viendo cómo algunas cosas que habías deseado acaban llegando, aunque sea tarde y no exactamente de la manera tan brillante como preveías cuándo la impaciencia te excitaba la imaginación.