El titular de La Vanguardia contra la supuesta vía eslovena de Quim Torra me ha recordado el autohomenaje que Macron se está haciendo en Francia a través de la idea de bombero que ha tenido de repatriar el arte colonial. Los dos casos ilustran bien hasta qué punto las clases dirigentes de los antiguos imperios europeos se han quedado sin discurso e intentan convertir el buenismo en su bote salvavidas.

La idea de Macron de repatriar el arte colonial no servirá sólo para tapar los negocios africanos de algunas corporaciones que sostienen su gobierno. La campaña también es una forma sutil de recordar a las clases populares que deben su bienestar a los saqueos del pasado. Las élites de las democracias decadentes no saben afirmarse sin criminalizar a su propio pueblo.

Mientras París quema, el presidente francés intenta pasar como el campeón de la democracia europea, un poco como hace Roger Torrent cuando dice que la república no se puede construir con encapuchados. Si Macron quiere desguazar los museos para culpabilizar a los jóvenes que protestan contra su gobierno, el estado español todavía necesita agitar el fantasma de la violencia para mantener sujeta Catalunya. 

Los propagandistas de Madrid utilizan los muertos de la independencia eslovena para moralizar con el dolor que ellos mismos hace tiempos que amenazan de provocar. La indignación contra Quim Torra también es un intento grosero ―muy grosero― de rehabilitar a los partidos que instrumentalizaron el referéndum, convencidos de que podrían excusarse con las amenazas del Estado para no hacer efectivas sus promesas.

Todo el mundo sabe que el problema de África no son los grandes museos de París, igual que el problema de Catalunya no son las manifestaciones de los CDRs, ni de los encapuchados. Eslovenia se habría separado de Yugoslavia sin muertos, si no hubiera sido por la reacción serbia y la pregunta que La Vanguardia se tendría que hacer es cuántos muertos necesita España para retirarse de Catalunya.

Algunos articulistas del país agravan el conflicto porque analizan la política como si Catalunya no tuviera ninguna posibilidad de ser independiente. Hablan de complejidad y de moderación, pero en el fondo piensan como estas izquierdas progres que han vivido de creer que los africanos no podían ir solos por el mundo y los han hundido con su falsa compasión en vez de ayudarlos o dejarlos en paz.

Los museos de París son un patrimonio que ni Francia ni Europa no se pueden permitir descapitalizar, y menos ahora que el continente pierde influencia y los tambores del autoritarismo resuenan en todo el mundo. El exhibicionismo que Macron hace con el dolor de África no repara nada y, en cambio, debilita su país, igual que el pacifismo que exhiben algunos líderes catalanes, a veces disfrazado de devoción a la moreneta

Mientras las clases dirigentes se sirvan de gestos buenistas para maquillar los déficits democráticos de sus estados, la ultraderecha no parará de crecer. Las élites de un país tienen sentido en la medida que se juegan el tipo por su pueblo, no que exhiben su superioridad moral. La explotación electoralista de la compasión desdibuja el sentido del honor y del respeto, y a la larga destruye el pluralismo y crea monstruos muy peores que los que mira de conjurar.