Una de las cosas que te dejan más aturdido cuando relees la obra de Vicens Vives es la sensación de que en este país la cultura no sirve de nada. En teoría, la cultura te da una posición en el mundo y un sentido del límite y de la belleza. En los países normales, la cultura te ayuda a elevarte por encima de ti mismo y te frena cuando el miedo o el interés particular te empujarían a vender en el mercado negro las joyas de la abuela. 

Justamente porque Vives ha tenido una posición central en los discursos del país, sus libros te recuerdan que los partidos han jugado impunemente con todo. Los esfuerzos que Vives hizo para explicar las derrotas del país han servido para decorar diplomas y bravuconerías de restaurante y de habitación de hotel. Pero a la hora de la verdad han dejado un rastro muy superficial de civilización.

Quizás porque Vives ha servido para estirar el mito del pactismo como un chicle, releerlo te hace consciente de que todos los actores interesados en mantener la autonomía han roto los compromisos que los vinculaban al país. La situación es evidente, por más que se intente regar con agua bendita de Vichy. Si la situación no se ve mucho más clara es porque el clima de barbarie ha ensuciado las ideas de fidelidad y traición de pulsiones mafiosas.

Cuando la cultura falla, las acciones no tienen consecuencias y los caraduras pueden envenenar la vida colectiva y dar la culpa a su país

Cuando la cultura falla, todo se vuelve relativo, y puedes faltar a la palabra con cualquier excusa o condenar a tus hijos a la indigencia haciendo ver que te preocupas por el futuro. Cuando la cultura falla, las acciones no tienen consecuencias y los caraduras pueden envenenar la vida colectiva y dar la culpa a su país. El fallo es sistémico y no sirve de nada insultar a los fascistas o a escarnecer a los comunistas para taparse las vergüenzas con los harapos de las banderas. 

No se puede pactar con España ni con nadie, ni siquiera con los amigos, si no sabes primero qué estás dispuesto a defender de verdad, a todo o nada. Con el tiempo, se verá que Jordi Pujol fue el único político autonómico consistente, y que su confesión fue una manera instintiva de evitar elegir entre las demandas del país y los pactos que lo habían encumbrado en el poder.

Pujol había leído a Vives bien. Es una lástima que usara su obra en castellano para dar aire a los socialistas y sus libros en catalán para ganarse a los jovencitos en los casales de verano. Cuando la cultura falla, la inteligencia se echa a perder y las historias se repiten de una forma miserable.