Los médicos saben bien que cuando se reprimen emociones fuertes el cuerpo las acaba pagando en forma de dolencia. La política también lo sabe y los grupos dominantes han aprendido a debilitar a los grupos dominados asfixiándolos en sus propios silencios. Castrar el acceso del hombre subyugado a sus sentimientos primarios para que no pueda liberarse del dolor es una de las estrategias más viejas del poder. 

En Historia de un alemán, Sebastian Haffner explica que su padre se pasó la noche vomitando después de jurar lealtad al estado nazi en unos papeles burocráticos para poder seguir cobrando su pensión. Después de haber contado la mentalidad de los jueces prusianos, no hace falta que Haffner añada mucho sobre el sentido de la justicia de su padre, cuando escribe que al cabo de un par de años había muerto de un cáncer de estómago.

El hombre está hecho para luchar o para olvidar. Por eso cuando se siente impotente tiende a creerse sus propias mentiras, y cuando sus comedias no se acaban convirtiendo en realidad entonces acaba haciéndose daño. Un día quizás me entretendré a contar la profundidad de la herida que el procés ha infringido a los catalanes que se creyeron a los políticos, después de haber resistido el franquismo y las mentiras de la Transición.

Hoy me limitaré a comentar los tuits que Gabriel Rufián y David Fernández publicaron para responder a un tuit de Clara Ponsatí que se burlaba de la política del PSOE ante el coronavirus. “De Madrid al cielo”, escribió la exconsellera, haciendo mofa de la proverbial matonería mesetaria, después de colgar una noticia de El Confidencial que comparaba la reacción de las autoridades españolas ante el coronavirus con las medidas tomadas por Italia o China.

Evidentemente, el tuit tenía mala baba. De hecho, tenía esta mala leche cósmica típica del país, fermentada en una mezcla de impotencia y espíritu rebelde irreductible, que ha permitido a los catalanes de mantener la identidad y hacer cajón a pesar de todas las derrotas. No es extraño que los españoles se lanzaran sobre Ponsatí, porque si algo les saca de quicio es esta resistencia asilvestrada que les recuerda que Catalunya no es su país.

Una cosa más nueva, aunque nos vayamos acostumbrando, es que Rufián y Fernàndez aprovecharan el tuit de Ponsatí para esparcir su moralina castradora, después del papelón de héroes que hicieron en la pantomima del procés. Sus tuits me hicieron pensar en aquellos franquistas sociológicos de los años setenta que decían que nunca se tiene que celebrar la muerte de una persona cuando alguien comentaba que había celebrado el traspaso del dictador brindando con cava.

Fernàndez y Rufián, que se hicieron un nombre atacando a la corrupción, ahora viven de corromper el independentismo a base de estigmatizar los sentimientos de revuelta de los catalanes. La libertad de expresión no es solo una herramienta de combate político, sino que también es una cuestión de salud pública. Por eso en las épocas de oscurantismo la cultura popular coge formas descarnadas, y por eso la CUP defendía la rabia, cuando Fernàndez estaba de moda e incluso los convergentes le hacían propaganda.

Yo no sé ni si estoy a favor de confinar Madrid. Ya veremos dentro de unos años qué gobiernos han tenido una reacción más realista ante la crisis. Si la economía se hunde, los muertos que no provoque el coronavirus los provocará otra enfermedad; si las amenazas víricas se convierten en una nueva herramienta de control social, quizás acabaremos deseando vivir menos años, pero de manera más intensa y genuina. 

Lo que sí que sé es que Rufián y Fernàndez no sirven para ampliar la base, sino para hacer sentir mal a las señoras y los señores Ponsatí del país. Es de cultura general que no puedes ser querido si a la vez no eres temido, y que el amor y el odio son dos caras de la misma moneda. Es una lástima que Ponsatí retirara el tuit porque el papel de Fernàndez y Rufián es ayudar a los españoles a convertir a los catalanes en corderos inofensivos y pedigüeños, es decir, en personas débiles y fáciles de despreciar.

Ponsatí debería haber dado ejemplo y responder con un corte de manga no solo a los reproches de la monja Arrimadas, sino sobre todo a los tuits pedantes y analfabetos de la nueva guardia judía del gueto de Varsovia. Por desgracia, ha preferido insultar la inteligencia de la poca gente normal que queda en el país recordando que tiene hermanas viviendo en la capital de España, en una disculpa absurda.