Siempre leo en los diarios que Jordi Turull sabe cómo funciona la maquinaria de un partido veo trenes sin vagones. Se suponía que los vagones los tenía que poner Laura Borràs. Pero Borràs fue el fichaje estrella de Ferran Mascarell en aquel gobierno de Artur Mas que embaucó a todo el mundo. El prestigio de Borràs era el último chasquido de una política de gesticulaciones que se acabó del todo el día que Putin invadió Ucrania. La bofetada que ha recibido en el congreso de JxC no tiene nada de sorprendente.

Borràs servía al espacio de CiU en la medida que tenía fuerza y medios para fingir que podía desafiar a Madrid; domesticada, no vale nada. Domesticada no sirve ni para suministrar inyecciones de adrenalina. La paradoja del pacto de estabilidad que Borràs hizo con Turull es que la tranquilidad que intenta asegurar los matará a los dos. Es la misma ley que hace que los abuelos se empiecen a morir cuando dejan de salir de casa. O que los convergentes hayan necesitado el exilio y el 155 para poder incorporar el Rosselló a su imaginario.

Borràs ha sido la primera en sufrir los efectos del pacto de estabilidad, pero Turull la seguirá. Los metros de tela que Borràs necesita para mantener su imagen épica, hacen más estorbo que servicio, en un mundo de pequeños señores feudales que no pueden dominar el país ni siquiera a través del populismo. Turull aguantará algo más porque Vichy necesita ahorrarse la sacudida que se produciría si el sistema de reparto cambiara de golpe. Pero también pertenece a un mundo exhausto. Su decrepitud produce una mezcla triste de lástima y repelús.

El agotamiento del mundo de CiU ni siquiera tiene que ver con las mentiras del procés: es un agotamiento moral de base biológica, la rendición del abuelo que vende la casa familiar al banco para pagar la residencia.

El futuro de JxCat es Jaume Giró, pero no por las razones que él piensa. Con su pedantería de nuevo rico que da risa a tanta gente, Giró aspira a representar la burguesía catalana, para decirlo en el lenguaje del grupo Godó. Pero la burguesía catalana no existe, y si quedaba algún burgués en pie murió con el procés. Lo que existe es la clase media del país, el núcleo de votantes que empujaron a Mas a ceder su lugar a Puigdemont. Estos sectores serán expoliados hasta niveles inconcebibles si no son capaces de generar instrumentos políticos nuevos que los defiendan.

En un contexto de grandes imperios decadentes y de naciones pequeñas y amenazadas, Turull es el barquero que tiene que llevar el alma de CiU al otro barrio. El futuro de JxCat es la gestoría valenciana de Giró, porque la misión de JxCat es organizar un espacio nacionalista sin ninguna idea de país, para patriotas que hayan tirado la toalla y que ya solo anhelen una muerte sin dolor. El agotamiento del mundo de CiU ni siquiera tiene que ver con las mentiras del procés: es un agotamiento moral de base biológica, la rendición del abuelo que vende la casa familiar al banco para pagar la residencia.

Quien piense que exagero que escuche los discursos de este fin de semana en el congreso de JxCat y que busque mítines en YouTube de los líderes convergentes de los años 80 y 90. Le pasará lo mismo que me pasa a mí cuando el algoritmo de internet me presenta actuaciones de grupos de rock que tuvieron un éxito brillante en mi juventud. Cuando veo que viejas glorias como AC/DC, Def Leppard, Scorpions o Bon Jovi todavía graban discos o salen al escenario a tocar canciones sin voz y sin fuerza, siempre pienso en Convergència. 

Estas bandas hacen giras porque no tienen mejores sucesores, pero nadie espera de ellos que sean un cebo para robar y exterminar a su público. En la gestión de la nostalgia de su mundo tronado, y las cenizas de sus éxitos, no se juega el futuro de ningún país.