La mejor noticia de estas elecciones es que una parte del país se siente lo bastante fuerte como para prescindir de los partidos políticos que hicieron el Procés y la Transición. La catalanidad se endurece y aprende a no ceder. La abstención es la punta más visible de una dinámica nacional que cada vez tiene raíces más profundas y más delicadas. La liberación de la Anna Grau en los carteles de Ciutadans, o la liberación de Jordi Graupera en Twitter, son expresiones pintorescas de un intento real de liberación que cambiará el país de raíz, acabe como acabe.

Ahora sí que el catalanismo ha muerto. La cola que mantenía el país pegado a España y que servía para vertebrarlo y para castellanizarlo poco a poco, ha dejado de hacer su trabajo. Las jerarquías que sirvieron para articular la autonomía ya no ponen orden a nada que no sean intereses estancados y putrefactos; el franquismo es una momia que ya no da ningún miedo. El corte es tan profundo que cuando Sílvia Orriols tuitea que ha empezado la reconquista con una fotografía del monasterio de Ripoll, me pregunto si el país no está volviendo a conectar con el espíritu telúrico de la Edad Media —con alguna intuición que, igual que el Modernismo, se escapa del alcance de la historia de España y de su imaginario.

Esta rotura interna, como todas las roturas, resultará traumática, porque siempre vivimos todos más tranquilos chapoteando entre la mierda que nos resulta conocida. Los catalanes nos tendremos que volver a acostumbrar a hacérnoslo todo solos y a convivir con el caos, incluso a navegar en el terreno de una cierta arbitrariedad y violencia. Los partidos no quisieron transformar el país a través de un conflicto político con España y ahora el país se transformará a través de sus contradicciones internas, sin ningún enemigo externo que lo cohesione.

En las próximas elecciones, los republicanos serán traicionados por Sánchez igual que CiU fue traicionada, hace 20 años, por Zapatero

El tablero ha reventado y ya da igual que las élites tengan la sartén por el mango, porque en la sartén ya no quedan ingredientes políticos que se puedan cocinar. Oriol Junqueras, que era el último intento de volver a levantar un virreinato con tintes democráticos, no se ha consolidado. ERC está exhausta y sin gente, tan exhausta y sin gente como los partidos de CiU, pero con el desgaste acumulado de cargarse en los hombros la rendición de toda la clase política del país los últimos 5 años. En las próximas elecciones, los republicanos serán traicionados por Sánchez igual que CiU fue traicionada, hace 20 años, por Zapatero.

Los convergentes están envalentonados porque ven la posibilidad de dar la vuelta a la tortilla y de recuperar el control de la autonomía. Con Trias en el Ayuntamiento, es posible que los partidos de la vieja CiU puedan reavivar un poco, pero tarde o temprano el poder acabará de destruirlos o de hispanizarlos, como ha pasado y seguirá pasando con los cuadros de ERC. Ya no se puede volver atrás. La intemperie y el desorden van para largo. Los proscritos de VilaWeb, y los grupúsculos mediáticos que orbitan alrededor de Clara Ponsatí, lo tendrán difícil para no acabar igual que Laura Borràs, haciendo la pelota a Jordi Turull y a Xavier Trias.

El ganador de las municipales es el sentimiento separatista puro y duro, un sentimiento que no existía, como mínimo, desde antes de Franco. Los catalanes tendremos que tener, en política, menos prisa que nunca. Tenemos que dejar que nos salgan los moratones de los batacazos que nos hemos dado y de las decepciones que hemos sufrido. Tenemos que reforzar la lengua y dejar que la geopolítica ibérica nos vaya haciendo el trabajo. Aznar se ha salido con la suya en todo menos en la construcción del corredor mediterráneo, decía Enric Juliana en su crónica. Tampoco ha conseguido folklorizar el pensamiento y la cultura catalana, por eso los partidos del Procés y sus bardos de la pacificación, fracasan.

Estamos en un conflicto abierto y descarnado con España, pero por primera vez en la historia podemos librar el conflicto sin armas y, sobre todo, lejos de fallas geopolíticas insalvables, como lo son ahora Taiwán o Ucrania. Tenemos que dar tiempo al separatismo para que aprenda a organizar el país y a hacer política. Pero la era del Diálogo ha terminado.