Está muy bien que ahora los partidos catalanes y los gobiernos catalán y español quieran y trabajen, se supone, para que el catalán sea lengua oficial en la Unión Europea (UE). De hecho, es una de las aspiraciones históricas del catalanismo político y una de esas medidas que sería muy bien recibida por la mayor parte de la población de Catalunya. Ahora bien, ¿a qué se debe que de pronto haya tanto empeño por alcanzar un objetivo que hace años y años que se pasea por los programas electorales de los partidos sin ningún tipo de resultado positivo? No hay que engañarse, es por pura necesidad política, por la necesidad que tiene en este caso el PSOE de los votos de JxCat —que fue quien lo planteó como condición para investir nuevamente, pronto hará dos años, a Pedro Sánchez— para mantenerse en la Moncloa.
El problema de la lengua catalana, sin embargo, no es este, aunque sería un hito importante. El problema es el estado en que se encuentra en Catalunya, donde el catalán es una lengua claramente minorizada. Cómo se ha llegado hasta aquí es consecuencia de un cúmulo de factores en el que el papel de todos los partidos catalanes sin excepción —JxCat, ERC, CUP, Comuns, PSC y todos sus ancestros y derivados— no ha estado a menudo a la altura de lo que requería un asunto tan delicado como este. Tras la prohibición que sufrió durante el franquismo, en un tiempo, aun así, en el que la inmensa mayoría de los habitantes de Catalunya hablaban y se relacionaban entre ellos en catalán, la inmersión lingüística en la escuela fue un acierto para integrar a los hijos de los inmigrantes llegados de España. De hecho, los padres fueron los primeros interesados en que sus hijos supieran catalán, porque en aquellos momentos era una lengua de prestigio que ayudaba a subir escalones en el ascensor social.
Pero progresivamente aquel modelo de éxito se fue relajando, sin que nadie pusiera remedio. No solo eso, desde las instituciones responsables, muy especialmente desde el gobierno de la Generalitat, se hizo ver que no pasaba nada, que todo iba como una seda, del mismo modo que se negó que la sentencia del Tribunal Constitucional contra el nuevo Estatut afectara en nada al sistema de inmersión lingüística, cuando la realidad era que lo dejaba tocado de muerte. Y las resoluciones posteriores, tanto del Tribunal Supremo, como del Tribunal Superior de Justicia de Catalunya, así lo testimonian. Ante esto, la actitud de los partidos catalanes ha sido la de esconder la cabeza bajo el ala y dejar que el tiempo pasara e hiciera su trabajo, con la esperanza, tan ilusa como vana, de que la solución surgiera de la nada por generación espontánea. El tiempo, efectivamente, ha hecho su trabajo, pero en el sentido inverso, y ahora todo son prisas para hacer frente a una situación que se ha dejado que se deteriorara tanto que cada vez está más en discusión que tenga remedio.
Utilizar la lengua catalana, entre los cinco principales motivos de discriminación en Barcelona
La penúltima agresión que acaba de sufrir la lengua catalana —en este caso nunca puede decirse que es la última, porque siempre hay alguien dispuesto a superarla— es la payasada catalanófoba perpetrada por una teórica compañía de teatro amateur, que responde al nombre de Teatro Sin Papeles y que está formada exclusivamente por mujeres migrantes de origen latinoamericano, en el marco del acto de presentación del Informe de l’Observatori de les Discriminacions de Barcelona 2024 organizado por el Ayuntamiento de la capital catalana. A la citada compañía se le dejó que representara un fragmento de su espectáculo Esas latinas, que resultó ser una befa, una mofa, un escarnio de odio contra los catalanohablantes, contra los catalanes y, de hecho, contra Catalunya. Talmente como en las mejores épocas de persecución del idioma. El show ridiculizaba a los hablantes de catalán y denunciaba las supuestas dificultades que tienen los inmigrantes castellanohablantes para ser atendidos en castellano por el médico de familia o en los espacios de acogida y para encontrar trabajo si no hablan catalán.
Todo el mundo sabe que la realidad es exactamente la contraria y que cada dos por tres hay quejas porque facultativos de origen sudamericano se niegan a atender a pacientes que les hablan en catalán. El mismo informe que se presentó situaba el impedimento de utilizar la lengua catalana entre los cinco principales motivos de discriminación en Barcelona: el 99% de los casos de discriminación lingüística lo eran por el uso del catalán, en un contexto en el que precisamente el colectivo de la población latinoamericana es el más refractario a utilizarlo y a conocerlo. El caso es que el hecho ha generado, y con toda la razón, una tormenta política que no deja en muy buena posición al PSC —que es quien gobierna el Ayuntamiento de Barcelona— por haber permitido que algo así sucediera, tanto si lo sabía como si lo desconocía, que es lo que alegan las autoridades municipales, y que no queda claro cuál de las dos opciones es peor. La cuestión es que llueve sobre mojado, después de que en los últimos años el PSC, desde que en pleno proceso independentista renunció a su alma catalanista y prefirió ir del brazo con Cs y el PP, haya tenido un comportamiento más que errático y dudoso en cuanto a la defensa proactiva de la lengua catalana y en algunos casos incluso explícitamente contrario.
Por eso no es extraño que JxCat, ERC y la CUP hayan puesto el grito en el cielo por el acto de desprecio que representa el show, pero solo los de Carles Puigdemont han exigido responsabilidades políticas al alcalde Jaume Collboni en forma de dimisiones o de ceses, al considerar que una ofensa de este calibre no se puede despachar, en contraste con los bobalicones de turno que han corrido a aplaudir la bufonada, con unas simples disculpas. El malestar político, en todo caso —otra cosa es el enfado de la gente—, no irá mucho más lejos de aquí, porque en el fondo todos saben que, por acción o por omisión, todos son corresponsables del pésimo estado de salud en que el catalán se encuentra actualmente. Y en este escenario quizás el reconocimiento de la oficialidad a Europa le iría bien —que nadie se haga ilusiones, que no pasará, porque siempre habrá terceros países que le harán el trabajo sucio a España—, aunque no parece que sea lo que más necesita en este momento.
En català, si us plau! fue una campaña popular de los años setenta y ochenta del siglo XX que pedía que letreros y otras expresiones públicas fueran siempre en catalán. Ahora se ha retrocedido tanto que quizás la única solución será volver a picar piedra desde abajo y, además de no renunciar nunca a la lengua propia —como propone otra campaña, la de Mantinc el català—, volver a proclamar bien alto: en català, si us plau!