Leo con preocupación en los diarios que la maquinaria capitalista se rearma para salir de la pandemia, y ante el dilema bandolero: "la bolsa o la vida", parece que la bolsa suena, ¡y de qué manera! Lógicamente, todos estamos también preocupados por qué pasará con los puestos de trabajo cuando salgamos de la pandemia y a qué precio. El periodista del Público Alejandro Tena, sensibilizado con las cuestiones ambientales, nos informaba ayer de como "Los gobiernos liberales aprovechan el desastre del coronavirus para desregular a costa del medio ambiente". Gobiernos y empresas empiezan a pensar en cómo "salvar la economía" aunque sea a costa de la vida y la ecología, que vienen a ser lo mismo. Los últimos movimientos del que califica de "capitalismo del desastre" (en contra del necesario capitalismo del cuidado) son inquietantes y dignos de una lógica suicida.

Repasemos en qué piensan y qué hacen las tres superpotencias. En los Estados Unidos, Trump y sus asesores de Chicago aprovechan el estado de perplejidad en que nos ha sumido la crisis del coronavirus para eliminar y desregular —mientras esta dure (sic) todas las políticas medioambientales, con la intención de hacer crecer su economía. Botón de muestra: las multinacionales petroleras han desenterrado aquel proyecto de construir el oleoducto que atravesará 2.000 km de reserva y conducirá centenares de miles de toneladas de petróleo por todo el territorio. Y China tiene las mismas intenciones: con el fin de recuperar rápidamente el nivel económico y ocupar el primer lugar como potencia mundial, ha dado luz verde a la construcción inmediata de diez plantas de carbón para suministrarse energía (con el aumento de emisiones de CO2 que ello implica). En medio de este panorama desolador, la "Europa verde" muestra signos de debilidad, como siempre, y empieza a escucharse a las voces más conservadoras (como lo son las del Partido Popular Europeo) que piden ser "prácticos" y —mientras dure la crisis (sic)— suspender la normativa medioambiental con el fin de reactivar la economía. Visto el grado de autonomía y de responsabilidad de la Comunidad Europea, parece que los escucharán. Y por último, si miramos el comportamiento de las bolsas de casino, los movimientos son también inquietantes, porque las multinacionales que se están enriqueciendo con la pandemia, las que han visto crecer exponencialmente sus cotizaciones, son las que mezclan "la bolsa y la vida": las industrias farmacéuticas (con las mascarillas, los tests, los medicamentos paliativos, los ansiolíticos, la vacuna...) y las de distribución de alimentos y supermercados. Pero también las que nos proporcionan plataformas digitales de entretenimiento y los servicios de reparto a domicilio (como Amazon), que sabemos que perjudican al comercio de proximidad (este sí que hoy parado) y que usa a trabajadores en precario, mal pagados y ahora además expuestos al contagio del virus (explotación a la cual estamos contribuyendo y que todos conocemos gracias a películas demoledoras como Sorry we missed you, de Ken Loach).

Nosotros somos los verdaderos actores políticos que tenemos que estar dispuestos a exigir responsabilidades y a ejercerlas, dado que los que tienen que velar por el "bien común" y protegernos de la depredación económica hace tiempo que han abdicado de aquella cualidad que, según Max Weber, tenía que configurar un buen político: la ética de la responsabilidad

Si la crisis del coronavirus está relacionada con la crisis ecológica que la globalización ha desatado por todas partes (cosa que parece que nadie discutiría), cuanto más se degrade el planeta, más probabilidades que pandemias y otros desastres medioambientales y sanitarios se vuelvan a repetir. Por lo tanto, ¿por qué estos movimientos económicos, que el sentido común nos muestra como suicidas, se empiezan a reavivar tan pronto (cuando todavía estamos recontando a nuestros muertos)? Porque para el capitalismo neoliberal de los últimos 40 años sólo prima la lógica del beneficio material y económico inmediato y a corto plazo. Como un hámster atrapado en su rueda, el crecimiento al precio que sea lo mantiene en vida, paradójicamente a costa de la vida misma. Aquí la política tendría que poder cambiar el rumbo y parar estas lógicas económicas asesinas y suicidas; pero el problema lo tenemos (también y no sólo) en sus actores: los políticos. Aquellos que han hecho de la política una profesión también participan de la misma lógica del provecho y el rédito a corto plazo: con la mirada miope puesta en una legislatura y como mucho a 4 años vista, son incapaces de afrontar problemas globales a largo plazo que impliquen sacrificios para las grandes multinacionales (y para los consumidores que somos todos) a cambio del bienestar del planeta y de la humanidad. Estos políticos no son la solución, sino que también forman parte del problema porque se han rendido al mercado —en nuestro país los conocemos como los beneficiarios de las "puertas giratorias". Si miramos nuestro entorno inmediato, no parece que nadie se plantee aprender de esta crisis en términos medioambientales: al PSOE sólo le interesa recuperar la actividad económica (que se acabe el confinamiento después de vacaciones), servir bien a las empresas que lo financian (Ibex 35), recaudar hacienda (como lo ha hecho en medio de la crisis) y no salir muy maltrecho de la gestión sanitaria ineficaz que ha hecho (socializándola reavivando una especie de Pactos de la Moncloa 2). Y ERC ayer mismo planteó un grupo de trabajo para pensar en la reconstrucción después de la pandemia y proponen dar respuesta no sólo a la urgencia inmediata, sino ir "más allá con el fin de construir una Catalunya en la cual predomine el bien común y una sociedad más libre, segura y próspera". Para haber asumido que "nada volverá a ser igual" después del coronavirus, ¿no les suena igual la retórica?

Por lo tanto, si ellos no son la solución sino parte del problema, es necesario que la sociedad civil catalana, europea y mundial exijamos con contundencia que esta "tregua ecológica" (que desgraciadamente estamos pagando con muertes cada día) sirva para repensar y cambiar de rumbo. Nosotros somos los verdaderos actores políticos que tenemos que estar dispuestos a exigir responsabilidades y a ejercerlas, dado que los que tienen que velar por el "bien común" y protegernos de la depredación económica hace tiempo que han abdicado de aquella cualidad que, según Max Weber, tenía que configurar un buen político: la ética de la responsabilidad, la que trata de hacer posible el futuro. Exijámonoslo también a nosotros mismos si queremos que nuestros hijos e hijas "hereden la tierra".