“Antón, Antón, Antón Pirulero / cada cual, cada cual que atienda a su juego / y el que no lo atienda / pagará una prenda”

Anónimo. Juego popular infantil

 

Era un viejo juego infantil. Antón Pirulero. Cada niño adoptaba un rol y debía desempeñarlo, repitiendo incansablemente su ademán según se añadían complicaciones. Si te equivocabas, pagabas prenda. Con la benevolencia de la infancia y la seguridad de que todo acababa allí. En esta cuarentena de nuestra democracia, atender tu juego ya no es tan lúdico y, sobre todo, no es tan inocente ni tiene consecuencias tan entretenidas. El juego que cada uno emprenda ahora, como actor político, como actor social, como actor de opinión pública, se parece más a la segunda ley de la termodinámica formulada en los términos que aseguran que ningún proceso activo es tal que el sistema en el que ocurre y su entorno puedan volver a la vez al mismo estado del que partieron. Y de ahí resulta un ecosistema impredecible, explosivo, y que ninguno de los actores puede pronosticar y, mucho menos, establecer si los aleteos de las mariposas que provoquen o amparen les serán devueltos en forma de triunfo o de pesadilla.

Volatilidad.

Todo rota en un segundo. Un Consejo de Ministros que se trasladaba y era celebrado como un síntoma de distensión y de posible entendimiento se transforma en una provocación. Unas palabras dichas en términos políticos se quieren tornar en una pretensión real y jurídica que debe tener consecuencias.

Mutabilidad.

El poder, el mantenerlo, el perderlo, el conseguirlo. Cada acción tiene su reacción pero ni podemos preverla ni provocarla, puesto que puede ser de signo contrario. El último mes del año y el inicio de la década ―puede que no sean felices los veinte― se presenta como un cúmulo de hechos predecibles de consecuencias impredecibles y de interacciones imposibles de imaginar. De todas ellas yo sólo puedo avanzar los hechos incuestionables que se entretejerán con el resto hasta producir un ovillo insospechado aún.

No estaría de más que todos los actores tuvieran en cuenta tal mudable panorama para asumir que sus decisiones tácticas pueden tener efectos nunca esperados

Uno de ellos es el inicio el día 18 del juicio del procés. En puridad, los artículos de previo pronunciamiento en el procedimiento ordinario son previos al inicio del juicio, pero lo cierto es que fijan el tribunal. Una vez arrancadas estas cuestiones, ninguna circunstancia podrá hacer salir o entrar a ninguno de los magistrados que lo componen so pena de tener que volver a la casilla de salida. No hay ningún indicio de que las cuestiones alegadas por las defensas sobre la falta de jurisdicción del Tribunal Supremo vayan a ser aceptadas y no porque no tengan sentido sino porque ese sentido ya fue decidido hace mucho tiempo. Inmediatamente después, la Sala responderá a la petición de las defensas sobre la ampliación del plazo para presentar los escritos de defensa, pero éste, salvo unos pocos días de gracia, tampoco será ampliado como se solicita. Así que los escritos de defensas deberán estar sobre la mesa del tribunal a tiempo para arrancar las sesiones del plenario, tras el traslado de los procesados a cárceles de Madrid, o bien la semana del 14 de enero o bien la del 21 de enero. A partir de esa fecha, y durante un mes y medio o dos, en sesiones de mañana y tarde, las dos visiones diferentes de lo sucedido en Catalunya el año pasado se irán engranando en preguntas, respuestas, testimonios, alegatos. La vida pública va a girar desde esa fecha en torno al juicio. No existe la menor duda. Asistiremos al análisis pormenorizado de cada gesto del tribunal, de cada pregunta de los acusadores, de cada frase de los políticos que se sentarán en el banquillo y cada una de ellas provocará a su vez reacciones,  contrarreacciones, movimientos políticos y hasta ciudadanos. A partir de mediados de enero, no habrá día en que la suerte de los representantes catalanes, su defensa y los empeños en mantener acusaciones forzadas contra ellos no impregnen la vida pública. Las consecuencias son impredecibles en el contexto político catalán y nacional y, también, en el resultado de las elecciones que se celebren en mayo. Sobre todo porque nos iremos a las urnas con todo el peso emocional y político de lo sucedido en la sala de vistas pero sin tener solución ni resultado. En ningún caso habrá sentencia antes de las elecciones. Esto, que es un viejo uso del foro para asegurarse de que el sentido de las sentencias no influya en las urnas, se puede mutar aquí en la influencia de la emotividad del juicio sin tener el elemento racional que combatir de la resolución judicial del caso. ¿Algún político es capaz de prever en qué sentido será relevante lo que suceda? Ya les digo yo que ni ellos ni nadie.

Hay más cuestiones que se van a superponer en el tiempo sin que podamos calibrar si tendrán efecto mariposa o serán el síndrome de China. La constitución del Consell per la República también dará sorpresas a partir del inicio de año. No hay que olvidar que, más allá de la construcción política o del relato que suponga, el Consell no es sino un importante think-tank, un centro de relaciones internacionales y, sobre todo, una entidad jurídica de derecho belga que se prevé se convertirá en una fábrica de acciones legales a partir de mediados de enero. Lo previsible es que, coincidiendo con el juicio, se inicien ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea, la Comisión Europea, Naciones Unidas, Consejo de Europa y otras instancias una serie de acciones jurídicas que constituyen un plan tejido durante meses y que se superpondrá a la celebración del juicio en España. Todo hace prever que habrá un eje jurídico internacional diferente al del enjuiciamiento en el Tribunal Supremo y superpuesto en el tiempo. Las consecuencias del relato político nacional o internacional que se derive de ello tampoco son fáciles de precisar.

Inestable.

Tal es el panorama que se presenta para el nuevo año sin tener siquiera en cuenta los intereses electorales, la estabilidad del gobierno central ni las decisiones estratégicas de cada una de las opciones políticas ni de sus corrientes. No estaría de más que todos los actores tuvieran en cuenta tal mudable panorama para asumir que sus decisiones tácticas pueden tener efectos nunca esperados y que cada uno, además de su juego como en Antón Pirulero, debería atender al del resto, si quiere salvar los trastos.