"Los números perfectos, como los hombres perfectos, son muy extraños"

Descartes

No ha podido estar más acertado Toni Piqué, en su resumen habitual en este diario de las portadas, con las del día siguiente al inicio de la Batalla de Madrid. Es muy bueno siempre, pero cuando describe a nuestros colegas como una banda de monos locos destrozando la redacción mientras piensan los enloquecidos titulares y análisis que la prensa madrileña ha hecho de los últimos acontecimientos, lo veo tan gráfico que hasta me imagino a los líderes políticos y a sus asesores en una ceremonia de la destrucción confusa de características similares.

Es tremendamente loco ir a elecciones en Madrid para ver quién manda los próximos dos años sólo porque la que manda cree que le puede ir mejor y convertirse en una gobernante absoluta en vez de andar templando gaitas. Muy loco. Ciudadanos no había pactado nada en Madrid, pero el movimiento telúrico murciano les puso en bandeja hacer lo que ya tenían pensado hacer: aprovechar las lisonjeras encuestas para sacudirse la coalición. La Asamblea de Madrid no supo defender el mandato de los madrileños. Afinando más: Ciudadanos falló de nuevo. Consideró con la izquierda que el Parlamento estaba perfectamente constituido y que podía aceptar la tramitación de las mociones y a la vez —¡y esto es muy loco!— que había que aceptar la disolución y luego recurrir tal decreto de disolución desde la Diputación Permanente, pero ya disueltos. El miedo es libre y el PP es mucho de usar esa libertad. Empezaron a enseñarles los dientes en la reunión de la Mesa: ¡prevaricación!, ¡delitos!, ¡cárcel! Y al presidente de la Mesa, el bragado señor de Ciudadanos, se le representó Forcadell y se vino abajo todo su espíritu de las leyes. Así es la vida.

Nada de esto tiene que ver con los ciudadanos, como sospechan. Los ciudadanos lo que quieren es vacunarse y salir de esta cuanto antes y que les hagan llegar ayudas a los que están más ahogados. Pero eso es gestionar y tarea tan aburrida no puede compararse a la adrenalina del juego sea este de tronos o de votos. Ayuso, con la resolución del TSJM en la mano, se hallaba ya levitando por su paseo militar y héteme aquí que un vicepresidente del Gobierno se apea del sillón, cede su liderazgo nacional para el futuro a una mujer que no es su pareja, como decían, y despojado de todo aquello que le echaban en cara, se remanga y se pone en faena. Vaya, vaya, vaya. Las urnas las carga el diablo.

Ayuso, con la resolución del TSJM en la mano, se hallaba ya levitando por su paseo militar, y héteme aquí que un vicepresidente del Gobierno se apea del sillón, cede su liderazgo nacional para el futuro y se remanga y se pone en faena

La brutal lucha, en medio de una pandemia, entre los dos grandes bloques ideológicos consiste en ver cuál de ellos se hace un 69. No sean cochinos, es el número de diputados, la mitad más uno, necesarios para gobernar la Comunidad de Madrid. En los últimos comicios las izquierdas se quedaron a 98.000 votos de las derechas. Al final el escalón no es tan alto como unos quieren ver ni tan bajo como para no pensar que es muy difícil de salvar si algo no cambia. La verdadera cuestión, en caso de haber alguna, es saber si el descenso a los infiernos del gladiador Iglesias —que es seguro que remontará ese 5% necesario para entrar con 7 diputados de golpe en la Asamblea— será una ayuda imprescindible para sacar de casa a ese porcentaje de votantes de izquierda que están ya hartos de la caspa castiza y de esa especie de maldición que se arrastra desde el tamayazo y que dice que Madrid ya es de la derecha. Es muy posible que sí. Es muy posible que muchos desfondados sientan que si él puede perder su puesto en el Gobierno para jugársela, ellos bien pueden salir a votar a ver si se consigue.

Tampoco es relevante la decisión de Más Madrid de no concurrir de forma conjunta. Iglesias tenía que intentarlo, en términos políticos, para quedar como el gran padre que vuelve, pero en términos electorales acudir fraccionados no tiene ningún coste. Madrid es un distrito electoral único, una sola provincia, y no hay por tanto miedo a que los restos hagan perder votos como sucede en las elecciones generales o en las autonómicas en otros territorios. Aquí la única regla es sacar más del 5% de los votos para poder entrar y todo lo demás será sumar después por ver si entre todos han conseguido ese deseable número que es el 69. Si lo piensan bien, en ese listón de entrada puede que esté debatiéndose ahora Ciudadanos que está un poco más cerca de su agonía. Iglesias va a sacar a Podemos de esa franja de riesgo.

A la derecha, que afirma que es una locura para la izquierda la llegada de Iglesias, se le ha empezado a torcer un poquito el gesto. Tanto que hasta han ido a la Junta Electoral a acusar a éste sin que se hayan proclamado ni los candidatos. No van a dejar de usar ningún comodín: han agitado el miedo y lo seguirán haciendo y han usado a sus soldados togados y lo seguirán haciendo. Los conocemos de sobra. Veremos cuánto de sucio se atreven a jugar, porque va a depender de cuánto de lejos vean esos mágicos dígitos del 69.

La jugada de Iglesias también le da un refuerzo positivo a Ayuso y puede que le complique la vida a Vox, al animar al voto útil de la derecha más ultra

¿Y a mí qué me importa todo esto?, me dirán. Puede que tan poco como a mí o tanto, todo depende. La jugada de Iglesias también le da un refuerzo positivo a Ayuso y puede que le complique la vida a Vox, al animar al voto útil de la derecha más ultra. Ayuso es un producto de consumo duro, les vale igualmente, y nunca pierdan de vista que la idea de Miguel Ángel Rodríguez es volver a crear otro Aznar. Si esto le sale bien, intentará llevar a la Palin de Chamberí hasta la Moncloa. Casado es otro que se la juega y no puede moverse contra quien le amenaza directamente.

También debería importarles qué pasa con Vox. La campaña de la izquierda, incluida la del silente candidato socialista que ganó las pasadas elecciones, debe incluir el rechazo a la entrada de Vox por primera vez en un gobierno. Hay quien dice que nunca lo harían, que su estrategia pasa por dejar que se desgaste el PP para suplantarlo. Ni por esas pinta bien su empuje y eso debe interesarles. Un Vox dentro del gobierno de Madrid es un Vox con una pierna preparada para saltar a la Moncloa.

Hace unas semanas era loco votar en Catalunya. Ayuso despellejó a Sánchez por forzarlo, según ella, por su interés electoral. Ahora es ella la que nos empuja a votar y aquí no se ha hablado ni una vez ni de peligro ni de epis.

Aquí en Madrid la batalla es siempre por el poder, aunque las bajas sigan llegando en los hospitales.