¿Hay futuro después del coronavirus? ¿O tenían razón los Sex Pistols? Bien. Un año después de la infame sentencia del procés hay... elecciones, las quintas al Parlament de Catalunya desde el 2010. El presidente de la Cámara, Roger Torrent, ya ha confirmado la fecha del 14 de febrero. Nadie ha osado dar continuidad con una nueva investidura a una legislatura abortada hace meses por la disputa permanente entre los socios del "gobierno efectivo", JxCat y ERC, y liquidada finalmente por los jueces del Tribunal Supremo con la inhabilitación del presidente Quim Torra en medio de la densa niebla de la pandemia.

Los hay que ahora están cayendo en la cuenta: por obra y gracia del Tribunal Supremo, Catalunya no tiene presidente en medio de la amenaza de la segunda ola de la covid-19. Es una situación inaudita que requiere la máxima coordinación y los mínimos codazos preelectorales entre JxCat y ERC y los máximos responsables en funciones del Govern, el vicepresident Pere Aragonès i la consellera de Presidència, Meritxell Budó. Estaba dicho y escrito que navegábamos -y navegamos- por aguas tenebrosas. La dureza de la realidad -la persistente crisis política, sanitaria y social- va del brazo con la renovada sensación de irrealidad -retorno al día de la marmota de un nuevo confinamiento-: luego atención porque puede pasar de todo, también en las (anunciadas) elecciones.

Hay quien ahora está cayendo en la cuenta: por obra y gracia del Tribunal Supremo, Catalunya no tiene presidente en medio de la amenaza de la segunda ola de la covid-19

¿Dónde estamos? En el 2010, ahora hace una década, en plena crisis económica y financiera global, los electores pasaron página de los tripartitos de izquierdas: Artur Mas, al tercer intento, alcanzó la presidencia de la Generalitat. En el 2012, el entonces líder de CiU quiso capitalizar en las urnas el inicio del procés soberanista -primera gran manifestación por la independencia-: el electorado castigó a CiU por querer ser la primera de la clase en recortes y redimió a ERC, que, con Oriol Junqueras, se convirtió en primer partido de la oposición y segundo del bloque de gobierno. En el 2015, disuelta CiU después de la consulta del 9-N, el procés ponía el turbo: CDC, ERC e independientes se reunieron bajo las siglas JxSí en unas elecciones "plebiscitarias" para encarar la legislatura de la independencia. EDn enero de 2016, la CUP envió Mas a la "papelera de la historia" y Carles Puigdemont y Oriol Junqueras arrancaron la legislatura del referéndum del 1 de octubre del 2017

Declarada la independencia y acto seguido congelada, el otoño catalán del 2017, la revuelta democrática y la sacudida política más importante que ha habido en Europa desde la caída del Muro de Berlín, desembocó en la disolución de la autonomía gobierno y prlament incluidos por parte del Ejecutivo español y la coalición del 155 (PP, PSOE, C's), la decapitación del movimiento independentista -encarcelamientos, exilios- y las cuartas elecciones, convocadas por la Moncloa. Inés Arrimadas (C's) las ganó pero la gran operación de Estado para (re)conquistar Catalunya con el Rey al frente fracasó (parcialmente): el independentismo mantuvo los despachos del poder autonómico, bajo estrecha vigilancia y aunque los jueces españoles vetaron las investiduras de Puigdemont, Sànchez y Turull. El último acto de la tragedia ha sido el desalojo de la Generalitat del presidente en ejercicio, Quim Torra.

Las elecciones del 14 de febrero están planteadas como la continuación de la pugna estúpida entre JxCat, ERC y la CUP

Las próximas elecciones, las del 14 de febrero, están planteadas como la continuación de la pugna estúpida entre los tres principales actores del independentismo, JxCat, ERC y la CUP, especialmente los dos primeros pero no sólo. Así es como lo vive, en clave de pugna estúpida, estéril y desmovilizadora, repito y lo subrayo, una parte de la gente que desde hace una década ha llenado a rebosar las calles y plazas y ha votado por la independencia, el 9-N, el 1-O y en las elecciones; y gracias a la cual los partidos del independentismo han seguido ostentando una mayoría indiscutible en el Parlament, como la que, de nuevo prevén las encuestas si nada se tuerce por el camino. Es la gente que todavía es capaz de desplazarse a Lledoners para homenajear a los Jordis y todos los presos y presos políticos; y los que se identifican con el gesto. Los gestos, en la política y en la vida, son importantes. Muy importantes.

En el 2010, sobre un total de 135, había 14 diputados explícitamente independentistas en el Parlament (10 de ERC y 4 de Solidaritat); el 2017 eran 70 (34 de JxCat, 32 de ERC y 4 de la CUP). El problema de los partidos del independentismo no es tanto de ampliación de la base o de superar el 50% (ERC) o de establecer el nivel de "confrontación inteligente" con el Estado (JxCat), al fin y al cabo, dos versiones del gradualismo de toda la vida. El problema de los partidos del independentismo es que no saben qué hacer, de esa mayoría reforzada que, según las encuestas, volverán a sumar en el Parlamento. Y es con esta roca en medio del río que tropiezan los que consideran, también desde el independentismo, que el procés ha sido un error y un fracaso inmenso y, por lo tanto, ahora toca tila y gobernación sin pancartas en el balcón a la espera que el gobierno del PSOE-Podemos libere a los presos políticos; los que no descartan que la monarquía togada española estalle definitivamente y España se hunda y los que añoran aquellos fuegos de Urquinaona contra la sentencia del Supremo apagados por la covid-19 un año después.

La gran paradoja es que las próximas elecciones pueden configurar el Parlament con más independentistas y menos soberanía real desde 1980

La gran paradoja es que las próximas elecciones catalanas pueden configurar el Parlament con más independentistas y menos soberanía real desde 1980. ¿Y pues, cómo se tendrá que leer el resultado esta vez, que sí que habremos ganado -quizás el 50% de los votos, mayoría absolutísima...? ¿Habrá que interpretarlo simplemente como una manera de mantener la posición aunque sea con las manos atadas? ¿O bien que hace falta articular un nuevo embate contra el Estado -o nos hundimos todos con el Titanic de Sánchez e Iglesias-? ¿Vuelta a la preautonomía del 77 o a la preindependencia del 17? 

Las elecciones, si es que llegan a celebrarse, irán de eso. Enmedio de la niebla, y, por descontado, del malestar que crecerá proporcionalmente al tiempo que pase hasta que los diarios titulemos que ya hay vacuna. Matar el virus también depende de eso, de que los gobiernos puedan generar confianza, y un gobierno independentista más aún, si cabe, y de que la gente, toda, podamos volver a imaginar futuros.