El vídeo de la exconsellera Clara Ponsatí diciendo por skipe que el gobierno de Puigdemont jugaba al póquer con el Estado no se ha comentado lo bastante bien. Nadie se ha preguntado porque Ponsatí no vio venir el alcance de la comedia hasta que fue demasiado tarde. Ni tampoco porque cuesta tanto explicar que los partidos competían para liderar la negociación con España, no para hacer la independencia.

Cuando Ponsatí llegó al gobierno hacía años que el farol, que es como se dice farol en catalán, estaba en marcha. La consulta de Arenys de Munt ya se montó a pesar de la mala gana de los partidos que después se beneficiaron de él. Ningún alto cargo político, ni de ERC ni de CiU, consideró nunca seriamente que el referéndum se pudiera llevar a cabo y todavía menos que fuera una herramienta útil para hacer la independencia.

Los políticos sólo se hicieron suyas las consultas de 2009 y 2011 de cara la galería, por electoralismo. Sus mentiras estaban tan bien integradas al sistema de creencias del país que pasabas por loco si tratabas de explicarlo. La independencia toca miedos y deseos que no se pueden racionalizar, y que son fáciles de manipular a través de discursos ambiguos en los cuales todo el mundo escucha aquello que le conviene.

El engaño era tan hondo que muchos dirigentes políticos no se han creído la magnitud de su comedia hasta que no han sufrido directamente las consecuencias. Sin ser del todo consciente, Clara Ponsatí también jugaba al póquer. Aunque trabajó para que el referéndum pudiera celebrarse, tampoco llegó nunca a percibir el alcance que tendría el hecho de llevarlo a cabo. De lo contrario no habría aceptado el cargo o habría saltado antes del barco.

Hacía tantos años que la madeja estaba envuelta que la inmensa mayoría de la gente sólo podía ver la superficie del fenómeno. Como la intervención de los políticos estaba viciada de origen, cada vez había menos personas en condiciones de seguir el hilo de la comedia. Yo mismo, si no fuera por la ayuda de amigos mucho más inteligentes, me habría acabado enredando a base de tantas mentiras y de tantos matices perversos.

Los partidos estaban tan ocupados con sus mierdas que no se dieron cuenta de que la gente no jugaba al póquer. Los mismos dirigentes y cuadras de partidos que tildaban de parlanchines a los impulsores de las consultas utilizaban sus ideas convencidos de que podrían sacar un partido controlado de sus efectos. En ningún momento fueron de cara con el Estado español, en ningún momento advirtieron a la Moncloa que no podrían parar a la gente.

Como ellos hacían comedia se pensaban que, en el fondo, los votantes también la hacían. Como gobernaban una autonomía de pedo y gincama se pensaban que la gente era tan manipulable como parecía en las manifestaciones multitudinarias. En vez de advertir a Madrid que Catalunya celebraría un referéndum amparándose en el derecho a la autodeterminación, se dedicaron a vender la independencia a piezas como si fuera un coche viejo.

En las reuniones privadas de Madrid se decía una cosa y en las de Barcelona se decía otra. La comedia estaba tan bien barnizada que ni yo pude preveer las dimensiones de la castaña que los políticos llegarían a meterse. La determinación que la base del país demostró a la hora de celebrar el Referéndum haría falta que ahora cristalizara en una nueva clase dirigente, si no acabaremos teniendo una anarquía. La vieja Catalunya cobarde y mentirosa muera para que la nueva pueda acabar de nacer.