El único actor político que parece comprender qué partido se está jugando en España, aparte de los servicios de inteligencia que sostienen el PP, es Pablo Iglesias. El líder de Podemos es consciente de que el Estado es el eslabón débil de Europa, o el burdel en el que siempre se acaban dirimiendo las contradicciones del Viejo Continente, para decirlo con una metáfora de Mariano José de Larra. Iglesias sabe que el nuevo bipartidismo que tensiona a la Unión Europea no es el que separa la derecha de la izquierda, sino el que enfrenta los intereses de los poderes locales con los intereses de los poderes globales.

Es lo que dijo Marine Le Pen después de perder las elecciones francesas in extremis: el nuevo bipartidismo se juega entre el patriotismo y la mundialización. En Francia, el Estado es fuerte y trata de evitar el debate sobre la plurinacionalidad a través de un espantapájaros postfascista. En España, Ciudadanos ha fracasado porque la memoria de la dictadura está demasiado viva y su liberalismo sólo podría funcionar en un país como Alemania, que no tan sólo tiene un pasado totalitario, sino que además dispone de una cultura constitucional creada y vigilada por las tropas norteamericanas.
En España, Ciudadanos ha fracasado porque la memoria de la dictadura está demasiado viva
Si Iglesias ha convertido el referéndum en el talismán de su remontada es porque quiere evitar que España se rompa, no porque sea especialmente demócrata. La reivindicación del referéndum está pensada para asfixiar al independentismo con su propia soga, arrinconándolo poco a poco hacia posiciones de extrema izquierda y soluciones poco democráticas. Mientras ERC y CDC se dedican a decir que el referéndum acordado es imposible, Iglesias va alimentando figuras carismáticas y tejiendo su discurso para asaltar el poder español con la energía liberada por el folclore independentista. El resultado de estas elecciones ha dejado claro que en España sólo hay dos partidos con una misión histórica, Podemos y el PP. El PSOE sirvió para hacer de policía bueno mientras el Estado tenía fuerza y la globalización no presionaba las ciudades de la periferia española. El partido de Pedro Sánchez ha ido quedando fuera de contexto a medida que avanzaba la integración europea. Las fronteras militares han cambiado y ya no separan Estados, sino civilizaciones. No ver que la fuerza política del referéndum se basa en el papel que la democracia juega en la identidad de Europa es una tremenda miopía.
La reivindicación del referéndum y del Estado plurinacional que hace Iglesias está pensada para asfixiar al independentismo con su propia cuerda
Europa está debatiendo qué contenido da a sus valores. Por eso nadie puede decir todavía si Angela Merkel se equivocó abriendo las puertas a los refugiados sirios, y si eso perjudicará a la Unión o servirá para garantizarle un papel en el mundo que viene. Por eso los americanos pueden nombrar personalidad del año a la canciller alemana, igual que Madrid nombró a Jordi Pujol español del año hace tres décadas, poco después del caso de Banca Catalana. Hoy Merkel intenta garantizar la sumisión de Europa a la política de los Estados Unidos, igual que Pujol garantizó durante muchos años la sumisión de la nación catalana a la española. Si Ada Colau es el futuro pujolet de Pablo Iglesias, los partidos independentistas se están equivocando creyendo que Podemos chocará con el mismo muro que Pasqual Maragall. El PSOE está condenado a convertirse en una muleta del PP y su Europa de grandes ciudades chinas lideradas por Berlín, Madrid y París. Por eso la prioridad del Estado pasa por evitar que los socialistas tengan que votar o contribuir solos a la investidura de Rajoy. La prioridad, me dicen algunas fuentes, es conseguir que CDC y el PNV ayuden en la investidura, junto con Ciudadanos. Así, se moderaría el desgaste del PSOE y el Estado podría empezar a trabajar en una recomposición del espacio de centroderecha en Catalunya.
El PSOE está condenado a convertirse en una muleta del PP y su Europa de grandes ciudades chinas lideradas por Berlín, Madrid y París
Hace poco, un hijo de Pujol decía que la policía había propuesto a su familia acabar con la persecución judicial a cambio de que el expresident colaborara con el Estado. Curiosamente esta confesión venía cuando parecía que Pujol ya había hecho todo el daño posible al independentismo. La guinda, pues, sería arrastrar a CDC a participar en la investidura de Rajoy. Para transcribirlo literalmente: “A ver cómo se come esto el hijoputa de Mas”. Mientras CDC no elabore un discurso de centroderecha urbano pondrá en peligro a sus votantes independentistas –que ya son casi todos–. Y mientras el independentismo no entienda que el único antídoto político al referéndum acordado es el referéndum unilateral, caminará como un sonámbulo hacia la derrota.