Si no pasa nada extraordinario, Sílvia Orriols será la única oposición real a Salvador Illa en las próximas elecciones. Junts y ERC están en proceso de disolución, han caído en las trampas del PSC y, presionados por el 155, han traicionado la esencia del pujolismo. Pujol se cuidó mucho de intervenir en España sin tener, antes, la retaguardia bien cubierta. De hecho, cada vez se ve más claro que el procés fue una reacción a la traición de Aznar, un intento de blindar el país por la vía del reagrupamiento, más que un intento de hacer un referéndum o de constituir un estado.

Igual que pasó durante el procés, Junts y ERC han tocado demasiados botones y han dejado el país a la intemperie. Ahora lo único que Puigdemont y Junqueras pueden hacer es tratar de sumar fuerzas para catalanizar el imperialismo del PSC, sea por la vía del pacto o de la presión sentimental. Mis amigos de Alhora, liderados por Jordi Graupera y Clara Ponsatí, también han cometido errores. La mezcla de impaciencia y prejuicios heredados del sistema cultural de la Transición, ha dejado un grupo de jóvenes promesas —ya no tan jóvenes— con el precio cambiado.

Por fortuna o por desgracia, Orriols es la única figura que tiene capacidad de devolver a los catalanes una cierta esperanza en la política. Todos conocemos gente que había desconectado de los partidos y que ahora se vuelve a interesar por lo que pasa en el país a través de sus discursos o declaraciones. En realidad, el secreto no es lo que dice, sino la historia desde la que lo dice. Mientras que el PSC puede adoptar una idea de Alhora como la tasa turística, sin que nadie note la diferencia, la personalidad de Orriols difícilmente se puede integrar en la política catalana sin que alguien pague la factura.

La gente se escucha a Orriols porque no es inocua, igual que no es inocuo el PSC. ERC y Junts, en cambio, se han perdido en las apariencias de un pujolismo mal entendido, desprovisto de su nacionalismo de piedra picada. Pujol había conseguido vertebrar las dos pulsiones que dividen el país desde el tiempo del Compromiso de Caspe: la de abrazarse a Castilla para dominar España y la de separarse para reforzar las instituciones del país. Pujol consiguió que los catalanes creyeran que se podían hacer las dos cosas a la vez, y el tiempo dirá hasta qué punto fue o no un espejismo.

Las dos pulsiones del país, la imperialista y la nacionalista, tendrán que convivir

El hecho es que el régimen de Vichy ha hecho lo imposible por volver a este modelo, y no ha salido adelante. Después del 155, los sabios del procés pensaron que el Front Nacional y Aliança Catalana —los dos partidos de Orriols— servirían para estigmatizar a los independentistas de armas tomar, y que pronto podrían volver a los negocios de siempre. El electorado no lo ha comprado y los gestores del presupuesto tratarán de utilizar a Orriols para llevar a los abstencionistas a las urnas haciendo el mínimo estropicio posible. De la pura demonización sistémica veremos como, poco a poco, la alcaldesa de Ripoll pasa a sufrir una mezcla de idealización y de menosprecio, como le pasó a Pujol en los años 80.

En su tiempo, el líder de CiU fue muy fino, dejando que todo el mundo se desahogara con su caricatura, mientras él hacía la suya —cuando menos durante unos años. Pero Orriols vive en una época radicalmente diferente. Europa no va hacia arriba, sino hacia abajo, y Catalunya no se puede permitir volver a mezclar la historia con el folclore para ablandar las conciencias y aplazar los conflictos de fondo. El país, además, está peligrosamente dividido. Por una parte, la pulsión imperialista del PSC está mucho más corrupta que en la época de Raimon Obiols; de la otra, el Principat se encuentra en una situación más inflamable que durante la Transición.

Pujol podía combinar el "hacer país" con el diálogo con España porque, en Europa, la sociedad democrática subía con fuerza y porque, en Catalunya, solo había inmigrantes de cultura castellana. Ahora, las dos pulsiones del país, la imperialista y la nacionalista, tendrán que convivir a través de partidos y de sistemas de intereses separados. Quien no entienda eso quedará aplastado por la fuerza dialéctica que estas dos pulsiones irán ganando con la irrupción de Orriols. A la vez, si alguno de los dos bandos gasta más de lo que se tiene, será tumbado demasiado fácilmente por el otro.

A medida que su estrella se eleve, pues, Orriols tendrá un margen cada vez más estrecho para mantener el rumbo sin quemarse. Pero al mismo tiempo, el PSC aparecerá cada vez más como el legitimador de todas las cosas que se han impuesto en Catalunya de manera antidemocrática. Ni la pulsión imperialista del PSC ni la nacionalista que quiere liderar Orriols tienen capacidad para resolver nada por su cuenta. Catalunya necesita ganar tiempo para reponerse mientras la España castellana se debilita y los alemanes entienden que la base carolingia que necesitan para reavivar Europa se encuentra en nuestra casa.

Es más que una casualidad que Orriols sea de Ripoll y tenga el aire de una talla románica, sobria, solemne y esquemática. Si yo fuera Salvador Illa haría una visita al Museu Nacional d'Art de Catalunya. Los dos países que somos se necesitan, aunque hoy no puedan reconciliarse.