Uno de los avalistas para que Donald Trump sea elegido Premio Nobel de la Paz es Benjamin Netanyahu, el primer ministro de Israel. Con un avalista así, el bueno de Donald lo tendrá fácil y puede abrir una vía para que tanto Bibi —apodo con el que se conoce popularmente Netanyahu— como Vladimir sean considerados futuribles candidatos para conseguir un premio que honra a los prohombres de la paz. Bibi podría conseguir el prodigio de poner el punto final al eterno conflicto de Israel con Palestina mediante el genocidio del pueblo palestino, una solución que garantiza una paz perpetua. Y de Vladimir qué podemos decir sino maravillas de su eficacia en conseguir la paz interna en Rusia mediante la eliminación de todo opositor a su política oligárquicamente democrática. Con la candidatura de Trump como Nobel de la Paz, hay que rememorar a otras figuras que agrandaron el prestigio de un galardón reservado a próceres —masculinos y femeninos— que han luchado por hacer un mundo infinitamente mejor.

Quien me viene de inmediato a la memoria es Henry Kissinger, el secretario de Estado y jefe de Seguridad Nacional de Estados Unidos durante los mandatos de Richard Nixon y Gerard Ford. Kissinger fue nombrado Nobel de la Paz en 1973 junto con el negociador de Vietnam del Norte, Le Duc Tho, por haber llevado a buen puerto las negociaciones que desembocaron en el fin de la guerra de Vietnam. Le Duc Tho renunció al premio porque consideraba que su país aún no había conseguido la paz total.

Criticar a Kissinger a estas alturas de la historia hará que me consideren un antisemita. Nada más lejos de mis amores y desamores. Que Kissinger era un gigante de la diplomacia, nadie lo pone en entredicho. Pero, desgraciadamente, fue el ideólogo de la operación Cóndor, también conocida como plan Cóndor. El anticomunismo psicopático de Henry no tenía fronteras. Esta operación consistió en el derribo de gobiernos democráticos de América Latina que olían a marxismo mediante golpes de Estado y, una vez controlado el país dictatorialmente, establecer una red panamericana para reprimir opositores bajo el pretexto de luchar contra la subversión y el comunismo. Sin la batuta de Kissinger, las dictaduras de Chile, Argentina, Bolivia, Uruguay y Paraguay nunca habrían triunfado. Después, en 1978, se sumarían a la causa los gobiernos militares de Brasil, Ecuador y Perú. Como resultado de la operación Cóndor, se calculan en millones los refugiados políticos que tuvieron que huir como víctimas potenciales de la represión, y un millón de asesinatos, dos realidades y un verismo: distinguir a uno de los grandes criminales de guerra del siglo XX como Nobel de la Paz es, como mínimo, ilícito. Barack Obama, otro Nobel de la Paz —más por sus promesas que por sus méritos—, condecoró a Henry Kissinger como Servidor Público Distinguido. Por una vez, Obama estuvo a la altura de los MAGA de la America First y, con los años, demostraría ser un ilustre gattopardiano. "Se vogliamo che tutto rimanga com'è, bisogna che tutto cambi".

Kissinger no pudo viajar hasta Oslo a consecuencia de las manifestaciones convocadas contra su persona, y la sombra de la operación Cóndor lo persiguió a lo largo de su centenaria existencia. Y cuando un periodista le recordaba su pasado, él solía contestar: “habitualmente un gobernante no elige entre el bien y el mal, sino entre dos males”.

Trump quiere el Nobel de la Paz como el macho que colecciona a mujeres como trofeos de caza

Muchos Nobeles de la Paz han estado bajo sospecha porque a menudo se conceden por intereses geopolíticos. Y la gran mayoría de estos galardonados han ido a parar, unos, a la basura de la historia, otros, directamente al báratro. El caso de Trump es diferente porque, de ganarlo, lo conseguirá como consigue todas las cosas: empleando el chantaje con el que pisa los continentes un maltratador, un abusador, un grosero, un fanfarrón, un prepotente y un delincuente que se salva de todo mediante las virtudes anteriormente mencionadas. Trump quiere el Nobel de la Paz como el macho que colecciona a mujeres como trofeos de caza. Su pedigrí lo delata: cualquier hombre que esté presuntamente implicado en el caso Epstein debería estar apartado de la vida pública.

Todo premio está sobrevalorado hasta que te lo dan a ti. Este hecho le suele ocurrir a todo el mundo que se dedica a una profesión en la que el ego forma parte del engranaje de la creatividad. Pero es cierto que detrás de muchos premios está el pago a los servicios prestados. Sin ir muy lejos geográficamente, es fácil enumerar a las mujeres y los hombres catalanes que se vieron gratificados en la España del kilómetro cero por su actitud antiprocesista. Desde ganadores de Goyas hasta Premios Nacionales, pasando por sillas en Reales Academias o a mayestáticas gaitas a los príncipes de Asturias.

Los impulsores de la candidatura de Donald Trump al Premio Nobel de la Paz han presentado las credenciales y consideran que no hay rivales que puedan hacerle sombra. Trump ha intervenido directamente en los conflictos entre Armenia-Azerbaiyán, India-Pakistán y Congo-Ruanda, y en todos ha llegado a un acuerdo de paz a cambio de paz y de incentivos económicos. Allí donde enclavan una bandera blanca, Trump dejará una cagada familiar en forma de empresa. Nunca el ejercicio de poder había sido tan descaradamente transparente, o tan descaradamente teatral, como es el caso de la próxima reunión Putin-Trump en Alaska con el objetivo de llegar a un acuerdo de paz en la guerra de Ucrania con Zelenski guardado en el armario. El tiempo nos desvelará si Trump era el hombre de Putin en Washington. El episodio de los submarinos nucleares fue un esperpento.

¿Y qué haremos si Trump se convierte en el próximo Nobel de la Paz? Pues nada. Genuflexión y que el tiempo corra como una zorra amenazada mientras cantamos: teatro, lo tuyo es puro teatro, falsedad bien ensayada, estudiado simulacro.