Nos habían avisado de un septiembre caliente —hay demasiada gente que lo quiere para que no lo sea—, pero no lo esperaba en estos términos con respecto a la Diada de Catalunya. Las idas y venidas anteriores a la del año pasado ya apuntaban maneras, aunque el anuncio del president de la Generalitat, Pere Aragonès, sobre la no asistencia a la manifestación de este 11 de septiembre ha hecho que la tensión sea todavía mayor.

No pasa nada, de verdad, aunque parezca que todo se hunde, aunque incluso nuestras y nuestros políticos supuestamente independentistas —tenemos que mantener la presunción de inocencia— hayan adoptado el mantra de la división que espoleó el unionismo cuando vieron que el procés iba en serio y que tenían que dejar de reír para ponerse a trabajar. Les funcionó bien, o en todo caso bastante bien, la idea de la fractura social, de la exclusión con relación al movimiento independentista y de hecho esta acusación ha pasado a ser un gran recurso para todo aquel o aquella que no puede defender con razones su posición. Ya sea con relación a la independencia de Catalunya, a la mesa de negociación o a la asistencia a la Diada.

Del todo injusto y muy triste porque yo, que me dedico a la exclusión social de verdad, no solo veo la jugada integrista de pensamiento único que hay detrás de este tipo de sentencias, también veo el daño que eso hace a la inclusión. Pensar diferente, querer cosas diferentes en la vida no tiene nada que ver con excluir a los otros; estoy harta de tener que explicar que ser del Barça no quiere decir que la gente no pueda ser de otros equipos. Entonces, ¿a qué estamos jugando? De hecho, ¿a qué están jugando las y los políticos? A muchas cosas, seguro, pero solo me interesa una: ¿a qué están jugando con nosotros?

Quieren que acabemos bien mareados, quieren que la incoherencia nos haga explotar el cerebro y quieren que nos aburramos de salir a decir lo que queremos. A mí no me pasará, sé que lo único que tengo ante ellos y ellas es salir este 11 de septiembre a decir qué quiero de la vida y de mi país. Cuando salgo no solo salgo por Catalunya, salgo porque quiero una vida en democracia; democracia y ya, sin todos los adjetivos que se ponen para maquillar que no lo es. Salgo por mis derechos y los de mi familia y amigos y amigas, aunque ellos y ellas quizás este año no salgan. Salgo porque como humanas y humanos no solo vivimos, acompañamos esta vida de unos ideales, de unos valores, de un proyecto, de una manera de estar en el mundo. La mía pasa por aquí, pasa por eso, y no dejaré que la estupidez de la política me haga desistir de la fuerza que me da ser un miembro activo de mi sociedad. Lo que acaba siendo tan importante —y ahora quizás ya lo es más—, como ir a votar. Traducido a la práctica del 11 de septiembre, quiere decir que iré a la manifestación de este año, un año más. Iré porque sé que es la única —o de las pocas—, oportunidad que tengo —y tantos años como haga falta—, de vivir algún día en una Catalunya independiente.

Sé que la expresión dice "divide y vencerás" y eso tal vez sea cierto a corto plazo, pero al final pasa factura. Quizás tardará, quizás te dará muchas batallas ganadas, pero es cómo acabas o cómo acaba todo, lo que importa de verdad.