Liberarse también es dejar de esperar todas aquellas disculpas que nunca llegarán. Vale para las cloacas del Estado español y vale para la vida. Este lunes, en la comisión de investigación para la operación Catalunya, Xavier Trias llamaba a los comunes a disculparse por haber aprovechado políticamente la noticia falsa de que el exalcalde tenía una cuenta millonaria en Suiza. Ni Podemos ni Sumar estaban en la comisión en cuestión. También sostuvo que por haber decidido cargarse el independentismo con métodos ilegales, “en un país normal alguien iría a la cárcel”, refiriéndose a la gente del PP. Xavier Trias es un hombre cándido con una visión de la política catalana —y española— que funciona como si el 2017, y los encarcelamientos, y la represión, nunca hubieran sucedido. Todo lo que el Estado español hizo para parar los pies al independentismo —de inventarse cuentas falsas en Suiza a detener a los niños y empapelarlos con la connivencia de la Generalitat— sirvió de choque de realidad y desnudó la crudeza del conflicto.
El movimiento independentista se había enderezado sobre una noción del bien, de la libertad, de la razón o de la justicia con vocación universal. El Estado español se había sustentado sobre una noción del bien, de la libertad, de la razón o de la justicia supeditadas a la integridad del Estado y a una idea descarnada del ejercicio del poder. Aunque la represión hizo caer la tela que impedía que los catalanes divisáramos hasta qué punto los españoles estaban dispuestos a todo para cerrarnos el paso, algunos independentistas decidieron cobijarse bajo la apariencia de normalidad para poder seguir llamándose independentistas, pero desde una matriz, de facto, reformista. Cuando Trias espera que alguien se disculpe por la operación Catalunya, en realidad espera que el Estado español cambie su orden de prioridades de raíz. Trias desea que el Estado español se desnaturalice para que la idea de independencia —y los costes personales y colectivos asociados a ella y que él conoce bien— ya no tenga sentido. Además, los países "normales" no existen. No hay ningún país absolutamente libre de conflicto, porque no existe ninguna idea de democracia, ni ningún sistema político democrático, ni ninguna estructura administrativa que sea radicalmente perfecta en la práctica.
"No pretendo que vayan a prisión, pero que pasen vergüenza" es la manifestación de una manera de hacer política derrotada y resignada. Es la actitud que explica Convergència: un método para sacar rédito electoral de la queja y el gemido, pero nunca útil del todo para poner las bases ideológicas e intelectuales que permitan liberarse, también de esperar disculpas de quien piensa que hizo lo que tenía que hacer. O de esperar a que Podemos y Sumar envíen a alguien a una comisión de investigación que les rompe el juego de apariencias sobre el que aguantan su discurso nacional. El espacio de los comunes es un espacio que vive de ponerse de perfil con cualquier cosa que les señale las incoherencias. Evidentemente, aprovecharse de la guerra sucia expone con bastante honestidad cuál es su proyecto nacional, pero les rompe el juego que les sirve de motor para vivir, para explicarse y para poder seguir haciendo de muleta del PSOE. De hecho, los comunes hurtaron la alcaldía a Trias con esta misma estrategia: justificándose en la necesidad de un gobierno de izquierdas, votando al lado del PP para hacer alcalde a Collboni con un PSC más a la derecha que nunca.
Esperar a que el Estado español deje de hacer de Estado español para que nosotros, por fin, podamos ser catalanes
Xavier Trias elige —y este verbo es importante— la lectura moral después de haber experimentado las inmoralidades españolas. O la moral española, que se estructura con la idea de unidad territorial en lo más alto. Prefiere un arrepentimiento que reordene lo que está bien y lo que no que la libertad de no depender de ningún arrepentimiento. Prefiere la sensación de tener dominio sobre los escrúpulos españoles que descolgarse definitivamente. Este es el modus operandi de los convergentes de la antigua escuela, que durante el procés se convirtió en el modus operandi de toda una clase política: esperar a que el Estado español deje de hacer de Estado español para que nosotros, por fin, podamos ser catalanes. Ser catalanes sin las consecuencias de la represión, sin collejas cada vez que levantamos la cabeza, quiero decir. Xavier Trias espera disculpas porque no quiere tener que hacer política habiendo entendido que el Estado español hace lo que cree que debe hacer y que, por eso, es irreformable. En política, como en la vida, hay disculpas que no llegan porque quien ha infligido el mal lo ha considerado útil e inevitable y, por tanto, carente de cualquier necesidad de disculpa.