No existe auténtico comunismo sin armas, no hay socialismo real sin dictadura, sin la amenaza palpitante de la sangre, sin la violencia macho, tan excitante para todas las pánfilas de todas las épocas. Por eso Pablo Iglesias se siente tan a gusto rodeado de militares, decorados con chapería de todos los colores, de hombres viriles de verdad, con capacidad de matar. De hombres temerarios que tan pronto pueden darlo todo por la patria, por el proletariado o por lo que sea, por lo que después puedan justificar convenientemente. Él nos lleva el pelo largo como una sirena pero, cuidadito eh, ojo con los militares que le rodean. Como decía Jean-Paul Sartre, pero también Miguel Gila, un militar es un asesino a sueldo, socialmente aceptado, por eso lleva un arma que le hemos pagado entre todos. En China la familia del ajusticiado por la dictadura, además, tenía que pagar el precio de la bala, no sé si todavía está vigente la normativa, pero nos queda claro que unos son arma, los gendarmes, y los otros son diana y los que siempre pagan la factura. Hay sueños, hay fantasías de un mundo mejor que cuestan tan caras que todavía no las hemos podido terminar de pagar. Hay sietemachos acomplejados que siempre buscan el poder intimidatorio de la fuerza bruta. Por eso un comunista de verdad siempre envidia ser temible como un militar, de Trotsky al camarada Mao Zedong, del mariscal Stalin a Kim Il Sung pasando por Pol Pot, por Tirofijo o por el Che Guevara, el cual en 1964 dijo a la ONU aquello tan bonito de “sí, hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando”.

Un comunista de verdad no bien vestido si no es con la guerrera del fanfarrón, los comunistas de verdad no son aquellas nenazas de Enrico Berlinguer, de Georges Marchais o de Gregorio López Raimundo, no hombre, no. Del mismo modo que no hay una buena folclórica sin bata de cola no hay comunista sin la capacidad real de enviarte al otro barrio si un buen día se enfada contigo. Sin el cinismo militar un hombre no se puede presentarse ante la opinión pública como un héroe, reclamando adoración, aprobación y consideración sin hacer un poco el ridículo. Sin la estúpida temeridad del militar carnívoro no se entiende que se crean invencibles, inmunes al virus, tanto el director adjunto operativo de la Policía Nacional, José Ángel González como el número dos de la Guardia Civil, Laurentino Ceña, como los más de cien marineros del portaaviones estadounidense Theodore Roosevelt. Sin el uso metódico de la esquizofrenia un general no puede empezar su parlamento cada día diciendo lo de “sin novedad en el frente” cuando tenemos proporcionalmente más muertes que nadie en Europa, más de 10.000 cadáveres con el virus coronado. Y luego se sonríe. ¿Qué sería, exactamente, una novedad para el general Miguel Ángel Villarroya, la explosión de la Moncloa mientras él va disertando, por ejemplo?

¿Como un militar, quiero decir un militar bien de salud mental, puede aceptar sustituir a un médico en una guerra vírica como ésta? 

El soldado —palabra que significa, de hecho, mercenario, porque es quien recibe un sueldo, una soldada, por matar— se anula a sí mismo, deja de ser él mismo para convertirse en una simple pieza de la máquina de matar. Sin el engaño de una incierta gloria, vanidosa, ¿como un militar, quiero decir un militar bien de salud mental, puede aceptar sustituir a un médico en una guerra vírica como ésta? Sin un nivel muy grave de distorsión esquizoide no se explica que un pequeño burgués que pintaba paisajes como Adolf Hitler pudiera agarrarse a la figura del héroe, imaginar que desde el cinismo militar fascista su vida tomaba, por fin, un sentido. Que se tornaba digno y macho. El sentido autodestructivo acompaña siempre a las dictaduras de los dos extremos, la nazi y la comunista, dictaduras que siempre tienen tan buenas intenciones como resultados perfectamente criminales. Y no vengáis a explicarme ahora qué es el comunismo sólo porque, un buen día, lo leísteis en un libro que os parece muy bueno y lleno de mejores propósitos. Todos tienen buenos propósitos. No me queráis enseñar cosas que, con gran esfuerzo, ya he aprendido, gracias, entre otras personalidades a mi venerado y siempre añorado maestro, el historiador Josep Soler-Vidal. Comunista sincero, bienintencionado y luchador. Militante del Bloc Obrer i Camperol, fundador del PSU, secretario de Antoni Sesé en la UGT, Cruz de Sant Jordi, mi guía por los laberintos filosóficos del materialismo dialéctico.

Ahora iba a añadir una nota erudita pero la sustituiré por una noticia ilustrativa. El comunismo real es Pablo Iglesias licuándose de felicidad entre militares. Pero también lo es que Irene Montero, la compañera del líder, tenga diagnosticado el coronavirus y que Pablo Iglesias se crea con el derecho de saltarse el confinamiento porque él sí puede, porque él es de Podemos, él tiene el poder y nosotros no. El comunismo real es que la señora Montero se haya podido hacer pruebas para saber si lleva el bicho y, en cambio, yo no y, encima, además de todo, se haga llamar ministra de Igualdad. ¿De qué igualdad estamos hablando? Hay que tener, ciertamente, una visión muy distorsionada de lo que son los hechos y las palabras.