Ayer derrocaron al presidente Quim Torra, entre el entusiasmo y las ovaciones del españolismo más ciego e integrista, que gritaba tan fuerte o más que sus adversarios, los del independentismo más rimbombante e igualmente sonámbulo. Ya se sabe, los extremos acaban encontrándose un día por la puerta trasera, acaban tocándose, manoseándose, porque son los mismos pero de signo contrario: los machos alfa de uno y otro bando comparten el mismo código cruel y se caracterizan por el desprecio por los pobres posibilistas, por los débiles manazas, por todas las víctimas que no lo son por arma de fuego. Según como el traidor y el héroe se parecen. No, ayer Quim Torra, como Rafael Casanova, no murió heroicamente en el combate. Ayer se fue muy honorablemente en su casa porque no había ningún combate para ganar, después de haber vivido desde dentro el noble arte de la política, después de haber constatado cómo funcionan los partidos políticos por dentro, después de haber capitaneado la única lucha real que tenemos, ahora, la del virus coronado. La de la independencia está llena de deserciones y de excusas de mal pagador, especialmente entre la clase política. Ayer, lo que sí había, en cambio, eran muchas personas ilustres que sabían lo que había que hacer. Al menos eso decían con solemne lenguaje, personas que generosamente regalaban ideas a través de las redes sociales. Personalmente agradecí que, un creador tan absorto por su oficio como Josep Maria Mainat, el componente de la Trinca, tuviera un poco de tiempo para recomendar al presidente Torra que, si quería continuar por el camino de la desobediencia, que se quedara en el Palacio de la Generalitat, que se atrincherara allí y ofreciera valiente resistencia a la autoridad española. Seguro que Gestmusic, que es una sólida empresa, lo habría protegido para que una pareja de la Guardia Civil no se lo hubiera llevado, arrastrando los pies del presidente. Qué sentido tan nítido del espectáculo que tienen algunos.

Ayer Quim Torra, de manera directa, no dijo nada de Tamara Carrasco, ni de Adri Carrasco ni de Jordi Pessarrodona. Pero se le entendió todo, porque una imagen vale más que mil sobremesas de independentistas. Se le entendió que como las Tamara y los Adris no se rebelen, que como el pueblo no se organice para hacer frente al español, aquí no hay nada que hacer. Solo el pueblo salva al pueblo. Que con una clase política autonómica asustadiza, solo pendiente del chalé del fin de semana, con unos funcionarios autonómicos que viven de los presupuestos generales del estado español, no se hace la independencia. Que para que el independentismo político gobierne así, como serviles virreyes de Felipe VI, quizá sería mejor otra aplicación del 155 y que pongan a Pérez de los Cobos de presidente de la Generalitat. Así todo sería mucho más claro y comprensible.

 La mayoría social, la mayoría intelectual, la mayoría política de Catalunya es independentista y ahora no podemos relajarnos

Porque yo no entiendo tampoco, como me decía ayer una persona partidaria de la independencia, que el presidente Carles Puigdemont se dedique a hacer tiktoks con todo lo que nos está pasando. Creo que mientras nos represente, mientras sea nuestro presidente legítimo, nuestro capitán, debería ir por otro camino. España se cae a pedazos, gracias sobre todo a la erosión independentista, pero paradójicamente, hoy el independentismo político está totalmente decapitado, sin liderazgos claros ni constantes. Que mantengan una comunicación constante con el pueblo y alimenten la moral. Aquí las únicas victorias del separatismo catalán son las judiciales, por obra y gracia de Gonzalo Boye, el formidable martillo que agrieta la impostura de la alta magistratura española. Y, mientras tanto, los tres partidos políticos independentistas con representación parlamentaria, se dedican a pelearse entre ellos como tiñosos, de manera indefinida. El pueblo está harto, está muy cansado de todos estos privilegiados, de estos políticos vividores que no son capaces ni de hacerse publicar una resolución que han aprobado en el Parlamento de Catalunya. Que solo llevan la cola entre piernas. Da mucha pereza esta situación, todo el mundo está harto de verdad, hay mucha desesperación y un cansancio mitológico entre las gentes independentistas. Hay miles de motivos para enviarlo todo al carajo. Pero es que nos lo jugamos todo. Si nuestra generación se resigna, si se rinde, Catalunya está acabada por los siglos de los siglos. La mayoría social, la mayoría intelectual, la mayoría política de Catalunya es independentista y ahora no podemos relajarnos, debemos continuar porque el pueblo catalán no tiene alternativa. Cuanto más nos arrodillemos más daño nos harán.