Ayer me decía Llorenç, hombre joven de la Catalunya Nord, lleno de vida y de sentido, de emoción, que había llorado el primero de octubre, cuando la Guardia Civil y la policía nos reventaban. Quizás sí es verdad, y somos como somos. Más allá de las diferencias geográficas, el tipo catalán, exactamente, es como Cole Porter dijo en cierta ocasión, a propósito del sonido de la tenora, “impertinente y lleno de sol”. Así nos hace la tierra, o la dejadez o lo que fuere, pero somos bastante así. Que a la hora de la verdad la frontera no existe, no se nota, sólo la reivindican, ya es curioso, los que no quieren la independencia de Catalunya y critican las fronteras, excepto la de la Jonquera. “Muchos fueron al sur para echar una mano y lo vieron y vivieron en directo, no es necesario que nadie nos explique lo que pasó. La gente estaba muy sorprendida e indignada. Sin embargo, el punto culminante del rechazo han sido las sentencias de este mes pasado, insultando a los jueces, al Estado y a los policías españoles. Atención. No es ninguna sorpresa para la gente de aquí. Muchos tienen antepasados exiliados del sur, que fueron viniendo durante todo el siglo XX. Vi a padres de familia diciendo que hay que salir a la calle, ya que todo esto no puede quedarse sin respuesta”.

Es curioso ver que mientras, en Barcelona, algunos nos dicen que nos arrodillemos, que bajemos aún más la cabeza ante la sagrada unidad de España, desde la Catalunya bajo dominación francesa la dignidad se mantiene llena de vida, de dinamismo. Mi amigo Llorenç continúa: “Sí, la indignación estaba en todas partes. Cosas que hemos oído, en persona. Indignación, rabia, revuelta, contra la injusticia española. Voluntad de hacer algo. Creo que ya todo el mundo entiende aquí, por fin, ya era hora, que la vía de la negociación nunca llevará a ninguna parte. Pero hay ciertas reacciones de las que prefiero no hablar. Diría que son demasiado violentas para ser publicadas. Cuando se han producido los recientes disturbios, muchos de aquí estaban contentos de que revienten un poco los policías españoles. Echar a los fascistas españoles del país, a patadas. Y no, no sé si es exactamente una buena idea hablar de los CDR del Norte. Nos dejó fascinados que tantos políticos franceses —y norcatalanes— reaccionaran públicamente criticando a España. Casi nunca se había visto, porque no hay que olvidar que el Estado francés y el español son los mejores amigos del mundo... Siempre digo que España es un intento frustrado de ser Francia.”

Es bien verdad que determinadas evidencias se ven mejor, nítidamente, con la perspectiva que proporciona la distancia, la libertad de espíritu, el sentido crítico. “¿No te has dado cuenta? Todo lo que proponen el PP, Vox y Ciudadanos sobre la centralización son cosas normales en Francia, aceptadas por toda la clase política, desde —casi— toda la extrema izquierda, hasta la extrema derecha, que todavía querría más. Por muy estafadora que sea, Francia es un estado fuerte que ha sabido proponer cosas a sus pueblos, mostrar una cierta imagen de grandeza, crear un sentimiento patriótico que a menudo ha hecho mucho daño a las minorías y al pueblo en general. Pero este sentimiento está ahí. Todo lo contrario que España. España nunca ha inspirado sentimientos así, ni ahora ni nunca ha tenido nada que ofrecer. Son todo lo contrario a la modernidad. En mi familia tengo antepasados que lucharon... Sí, mejor que no demos más pistas”. Pregunto a Llorenç si podemos esperar nuevas acciones procedentes de los CDR del Norte y se echa a reír instantáneamente. “Tenlo por seguro. Cómo, cuándo, y de qué forma, de eso no sé nada”. Continuamos paseando, riendo, con una familiaridad extraña, de compañeros de desdicha, de ilusiones, con una amistad que proporciona el idioma y una antropología compartida, y no algún escrutinio sanguíneo. Me acompaña al coche y me recuerda que “basta ya de bajar la cabeza y de pedir perdón por existir. Espero poder ver un día a mi país y al de mis antepasados, libre, digno y entero”. Antes de irme golpea en la ventanilla, la bajo, y me regala una frase final, reconfortante, mientras me dice adiós con la mano: “No nos engañan. Perpinyà es Catalunya!”