En un lugar de Huesca, de cuyo nombre no quiero acordarme..., bueno, sí, en el Real Monasterio de Santa María de Sijena, se ha montado —o desmontado— un Cristo (nunca mejor dicho). Ha empezado un toma y daca para ver quién se queda el patrimonio artístico del monasterio, si Catalunya o Aragón (España). Pero supongo que vosotros también sospecháis que el conflicto de Sijena en realidad no es un conflicto por el patrimonio artístico (el arte es solo la excusa, les importa un pepino que se dañen las obras con el traslado), es un conflicto político (para conseguir someter Catalunya a la voluntad del Estado español) que esconde un conflicto económico (solo hace falta hacer números para ver que Castilla sin Catalunya no viviría con tantos lujos) y de poder (a ver quién los tiene más grandes y quien manda más; nada que Freud no haya descrito). Ahora mismo da igual quién tiene la razón y de quién son las obras, lo más importante es conservar de la mejor manera posible este patrimonio artístico tan valioso culturalmente.

En un país gobernado por gente sensata reunirían a un gran número de especialistas —de ideologías políticas totalmente opuestas y de todo el mundo si es necesario— para determinar cuál es el mejor lugar para conservarlas. Si se determinara que es mejor no moverlas, no haría falta discutir más. Si, en cambio, se determinara que no corren ningún peligro y que pueden trasladarse incluso con un Nissan Micra, entonces sería el momento de decidir quién tiene razón y quién se las queda. Pero la cosa nunca funciona así en España, en España son más de colocar los cojones sobre la mesa (y mostrarlos bien a todo el mundo, que vean lo grandes que son) y jugar a ping-pong con ellos. El problema es que el equipo de Castilla tiene muchas palas y Catalunya no tiene ninguna, y además tiene algún jugador que cobra de Castilla, y, quieras que no, sin los instrumentos adecuados y con trampas, es mucho más complicado vencer al adversario.

Esta pataleta no es la primera vez que la experimentamos, los catalanes. Por eso sabemos que de la misma manera que no les importó darnos una paliza (tuviéramos la edad que tuviéramos) el 1 de octubre del 2017 cuando fuimos pacíficamente con el corazón lleno de felicidad a meter nuestra papeleta en la urna para decidir el futuro de Catalunya, tampoco les importará destruir un patrimonio artístico, por más valor que tenga. Primero es la unidad de España y marcar paquete. La memoria cultural e histórica se la refanfinfla; el único pasado que les interesa es aquel que han manipulado para que parezca que España se creó antes del diluvio universal y que en ella siempre se ha hablado español (como lo llaman ellos), y que el catalán es una lengua que apareció de la nada solo para que los catalanes —unos seres egoístas y malvados— pudiéramos tocarles los cojones hablándolo.

Si nos ponemos así de estrictos, lo primero que debería hacer España es predicar con el ejemplo y devolver todo lo que ha robado y permitir que Catalunya se independice

Pero volvamos al conflicto entre Catalunya y España (o entre la defensa de la diversidad cultural y lingüística y las ganas de asimilar y trinchar todo lo que sea diferente): si nos ponemos así de estrictos, si jugamos a vuestro juego de patio de escuela, si ahora toca devolver todo lo que no nos pertenece, lo primero que debería hacer España es predicar con el ejemplo y devolver todo lo que ha robado y permitir que Catalunya se independice, no solo porque el 1 de octubre del 2017 ganó el sí a la independencia, sino porque Catalunya (como el País Valencià, Galicia o el País Vasco) no tiene nada que ver con Castilla, por mucho que lo quieran unificar todo con el nombre de España. España es un artificio que hace aguas, porque es antinatural y porque además se ha hecho todo de la peor manera posible: intentando destruir las diferencias lingüísticas —el gallego ya tiene integrada la ce española y escriben la letra eñe castellana— y no respetando las diferencias culturales (las han convertido en folclore de supermercado). Si hubieran integrado las diferentes culturas y lenguas del territorio con respeto y con un trato igualitario, dudo que hubiéramos terminado con un referéndum para desvincularnos. Pero ya se sabe que muy a menudo se piensa más con los cojones que con el cerebro y todo se va al garete. El orgullo y el miedo a perder el statu quo (el patrimonio y el estatus social) hace que España siga encallada en la época franquista, alimentada por un funcionariado wokizado que le falta un tornillo, que chupa de la teta del Estado y que se pasa el día luchando por alguna causa para blanquear sus contradicciones. Y mi pregunta es: ¿hay alguien al volante en este país?, o digámoslo de otra manera, ¿hay alguien al volante en este país que ya haya superado la pubertad mental y que pueda reconducir el barco hacia la coherencia?