El estallido de hipocresías y contradicciones que ha hecho el programa Zona Franca es casi mejor que el caso de los presupuestos para explicar la presión que el régimen de Vichy ha empezado a hacer para integrar al PSC a la democracia catalana. La rendición de ERC ante España es demasiado cruda y descarnada para ir a un ciclo de elecciones normales. Se recuerda mucho que la abstención de los independentistas afecta sobre todo al espacio de CiU, pero también está la abstención del unionismo, que es enorme y que afecta al PSC.

Vox y PP no pierden votantes porque TV3 los insulte, ni aquí ni en España. En cambio los socialistas hacen equilibrios en Madrid y en Barcelona, y en ninguna parte están del todo en su casa. Pero, además, Manel Vidal no habría tocado una herida tan tierna y purulenta, relacionando el PSC con los nazis, si no fuera que ERC y JxCat se disputan su apoyo como locos. ERC se creyó los elogios que La Vanguardia hacía de Pere Aragonès y ahora se ha encontrado que la vieja guardia autonomista lo ha cogido a contrapié y le hace la pinza.

La foto que VilaWeb publica a tamaño póster del president dando la mano a Salvador Illa forma parte de la misma lucha que ha hecho saltar por los aires el humor del Zona Franca, pero tiene letra pequeña: si ERC ha tenido que ceder ante los socialistas es porque los convergentes cerraron un acuerdo anterior para controlar los presupuestos de la Generalitat con el partido de Pedro Sánchez, a través del Parlament. Lo ha explicado muy bien Jordi Barbeta en un artículo. La candidatura de Xavier Trias para recuperar el gobierno de Barcelona ha acabado de encender los ánimos y la lucha para ganarse el corazón podrido del PSC.

Para sobrevivir, y para imponer su agenda, Sánchez y Junqueras necesitan que las heridas sangren, que Catalunya y España no sean exactamente lo mismo, que haya todavía una diferencia real entre estar dentro y estar fuera del sistema

Para entender el estallido que ha hecho el humor del Zona Franca, un programa cuidadosamente cocinado desde las confluencias progres y republicanas del país, se tiene que tener en cuenta que Junqueras es un líder sobrevenido. Igual que Sánchez en Madrid, Junqueras depende de la debilidad del sistema para controlar el gallinero. Para sobrevivir, y para imponer su agenda, Sánchez y Junqueras necesitan que las heridas sangren, que Catalunya y España no sean exactamente lo mismo, que haya todavía una diferencia real entre estar dentro y estar fuera del sistema. 

Sánchez necesita alimentar el espacio de Podemos, sin que los chicos de Pablo Iglesias se le vayan de las manos, mientras que Junqueras necesita alimentar a los irredentos de la vieja CiU, pero también sin pasarse. Sánchez y Junqueras dependen de su capacidad de dar a los perdedores de la historia la oportunidad de decir la suya en el mundo que viene, aunque después esto no signifique nada. Necesitan dar ventaja a la vieja clase dirigente para hervirla al baño maría, mientras la historia va creando nuevas aleaciones fuera de las antiguas estructuras de poder.

ERC, pues, no tiene ninguna prisa ni ningún incentivo para cerrar las heridas del exilio, ni para disimular la ocupación con grandes discursos patrióticos. En cambio el mundo convergente quiere volver a los pactos de siempre con el PSC a cambio de folclorizar el independentismo y encontrar una salida personal para Carles Puigdemont. La sociovergencia, igual que el PSOE andaluz y que el PP, necesita volver atrás o que todo se hunda con un cataclismo. Por lo tanto, tenemos que esperar que las exhibiciones de victimismo heroico que ha generado el caso de Zona Franca se multipliquen y marquen la dinámica electoralista de los próximos meses. 

Para no empeorar su situación, al país le conviene ir para adelante y, como todo el mundo sabe desde hace tiempo, TV3 y la Generalitat no son un buen lugar para cambiar nada. Al contrario de lo que decía Manel Vidal en el hilo de tuits que hizo para cargar contra ERC, si tienes que hacer autonomismo, como mínimo paga el precio y hazlo mal. El procés nos ha dejado tan mal parados que los presupuestos ya solo sirven para apaciguar la furia del mundo que se muere, aunque pocos articulistas y humoristas quieran reconocerlo.