Si hacemos una especie de timeline de las noticias sobre Catalunya que se acumulan en los últimos tiempos, los síntomas de la decadencia son desgraciadamente evidentes. La última noticia, a modo de guinda de este amargo pastel, viene de la mano del tripartito PSC-Comuns-ERC, un ente político que ha pasado de ser una alianza táctica, a una fusión ideológica.

Por cierto, y en paréntesis: en algún momento habrá que reflexionar sobre esta degradación ideológica de los republicanos, que han abandonado completamente el espacio central y han comprado, íntegramente, el relato de los comunes. No es que ERC derive hacia posiciones únicamente de izquierdas y se aleje de postulados más centrados. Es que engulle, sin digestión, los postulados de la izquierda más extrema, desde la cuestión de la vivienda o la okupación, hasta la inmigración, la carga fiscal, la demonización al mundo empresarial, todo aquello que define este tipo de poscomunismo que representa el mundo Podemos-Sumar-Comuns. Si añadimos la mirada internacional, de la cual parece no tener mucha idea, la absorción de las ideas más dogmáticas de los Comuns es absoluta. Hoy por hoy, no hay demasiada diferencia entre ERC y la extrema izquierda, ni siquiera en la cuestión nacional, ahora que ERC ha abandonado el independentismo y ha recuperado el peix al cove pujoliano, aunque sin la grandeza política de Pujol.

Sin duda, este giro de los republicanos hacia las posiciones de la izquierda más tronada es uno de estos síntomas de la decadencia, no en balde Catalunya siempre ha tenido sus mejores momentos cuando el espacio central del país se ha movido en posiciones ideológicas juiciosas, sin abandonar su compromiso nacional. A estas alturas, en cambio, el compromiso nacional se diluye hasta convertirse en líquido, y el ideológico hace méritos para volver al populismo del puño alzado. Sinceramente —aunque no me preocupa—, no sé qué rédito electoral puede sacar ERC convirtiéndose en la muleta del PSC y el títere de Comuns, pero sabios mosenes tiene la cofradía...

Este tipo de iniciativas que criminalizan Israel y banalizan el terrorismo no ayudan a la paz, por mucha demagogia que se haga. Al contrario, alimentan la justificación del terrorismo y alejan toda posibilidad de erradicarlo

De retorno al inicio, la última guinda ha sido la decisión del Ayuntamiento de Barcelona de romper la hermandad con Tel Aviv y las relaciones con el Estado de Israel, haciendo seguimiento del tactismo de Pedro Sánchez, que utiliza el conflicto como cortina de humo para esconder las miserias que lo ahogan. Sánchez es un Petro a la española, sin ninguna otra posición que el oportunismo político. No hay que decir que quien pierde con la decisión es Barcelona, que queda fuera de las importantes inversiones israelíes que se generaban, aparte de dar la imagen de ser una de las ciudades más antiisraelíes del Estado. Un apunte: es tal la radicalización de este tema, sobre todo en Barcelona, que hay que denunciar que la comunidad judía de nuestro país no se atreve a llevar una kipá o un símbolo judío por miedo a las agresiones antisemitas, que no paran de crecer. La excusa de la moción aprobada es la solidaridad con las víctimas y el no a la guerra, pero esta bonita idea cae al poner la lupa cerca: PSC-ERC y Comuns se han negado a hacer ninguna mención a los millares de víctimas del 7 de octubre, ni a las violaciones masivas de mujeres israelíes, ni ninguna mención a las personas que todavía están secuestradas en los túneles del horror de Gaza. Hamás, Yihad y el resto de proxies terroristas convertidos en víctimas, e Israel, que sufrió la masacre que empezó la guerra, convertido en victimario.

No es extraño que Hamás haya felicitado al Ayuntamiento de Barcelona. La cuestión, sin embargo, es qué significa para la capital de Catalunya recibir la felicitación de una organización brutal, que ha controlado y aterrorizado la población de Gaza durante años, que ha aplicado un régimen totalitario, que tiene como hito la total destrucción de Israel, que es aliado de la peor escoria de la región —con Irán de mastermind—, y que ha perpetrado una brutal masacre. Se podría entender una moción en favor de la paz y en favor de las víctimas —todas—, pero lo que ha hecho Collboni es comprar el relato de Hamás al completo, y se ha quedado tan ancho. Lo peor es que este tipo de iniciativas que criminalizan Israel y banalizan el terrorismo, no ayudan a la paz, por mucha demagogia que se haga. Al contrario, alimentan la justificación del terrorismo y alejan toda posibilidad de erradicarlo. Si creen que así ayudan a los palestinos, es que no entienden nada de lo que pasa en Oriente Medio, pero eso no es ninguna novedad. Al fin y al cabo, nos gobiernan iletrados.

Hablaba al inicio de la decadencia, y la radicalización ideológica es un poderoso síntoma de ella. El otro es la nula capacidad de nuestra sociedad para defender nuestros intereses, atacados por todos lados, Sijenas, catalán, opas hostiles, regionalización de nuestra identidad, despropósitos judiciales, burla de la amnistía, etcétera. El compromiso nacional se afloja y la radicalización ideológica aumenta: un binomio letal.