La política y sus maneras han sido siempre un arte tramposo y ventajista cuanto más bailan sobre el abismo entre lo que se dice (el discurso) y lo que se hace (los hechos). La cosa no viene de ahora. Hace 2.500 años, Platón, el gran pensador de la apariencia y la realidad, se hartó de reprobar a los sofistas del ágora ateniense, auténticos pioneros en el uso de lo que hoy diríamos la retórica fake y populista en el espacio público. Más modernamente y por estos lares, todo un president de la Generalitat como José Montilla tuvo como divisa aquel "hechos y no palabras" que pretendía combatir la "desafección" —otro término de su laboratorio de ideas— no sólo con España sino con la política en general y los políticos en particular mediante la apelación a la confianza en el gobernante y el programa electoral. Todo aquello acabó con el Tribunal Constitucional pasándose por el forro el Estatut debatido, votado y aprobado por el Parlament y las Cortes Generales, referendado por el pueblo catalán y sancionado por el rey de España.

Para mucha gente, la reedición pero al revés de aquella descomunal tomadura de pelo del Estatut ha sido el procés, con la diferencia de que ahora serían los políticos catalanes indepes quienes engañaron a la sufrida parroquia. Clara Ponsatí dijo aquello que "estábamos jugando al póquer e íbamos de farol" y algunos otros como Jordi Sànchez sugirieron que el objetivo real era forzar una negociación con España, se supone, sobre la autodeterminación. A pesar de los costes políticos y personales que ha tenido y tiene el procés para sus máximos dirigentes —prisión, exilio, persecución económica, inhabilitaciones con indultos parciales—, la mitad del independentismo los acusa de vendidos, botiflers. Y la mitad del independentismo —700.000 votantes en las elecciones del 2021— se ha quedado en casa porque se siente abandonado por unos políticos, los suyos, que no cumplieron con la palabra dada —hacer la independencia— a pesar de tener el pueblo movilizado hasta el punto de poner el cuerpo para proteger las urnas del 1-O ante las porras de la policía española.

La diferencia sideral en términos de expectativas entre lo que se prometió y aprobó en el Parlament, la República catalana independiente, y los hechos inmediatamente posteriores, desaparición de los líderes y desmovilización de la gente que, supongo, pensaba que ya había hecho todo lo que le era exigible, han sido presentados por el unionismo y el catalanismo más miedoso como la prueba de que todo el procés, la DUI y el sursum corda del otoño del 2017 fue un fake descomunal. Este discurso no es sólo político sino ultrapolítico, y por eso mismo pasa por alto la gran paradoja entre la supuesta inocuidad del procés, el supuesto teatrillo indepe, y las durísimas consecuencias que tuvo y tiene para sus principales dirigentes desde Puigdemont a Junqueras pasando por Forcadell o los Jordis y todo el resto de represaliados.

Fiarlo todo a la mesa de diálogo y evitar la confrontación es una opción legítima, claro está, pero que, como mínimo, hará tan poco por la independencia como la DUI. Aquella declaración simbólica del Parlament tan simbólica y fake como todas las que se hacen

Además, a los que denuncian el pretendido carácter fake del procés —tan fake, inconsistente y performativo, si se me permite, como todo lo que es o pasa por ser político— se han sumado en los últimos tiempos muchos que han pasado del arranque de caballo a la parada de burro. Son casi los mismos que han pasado de presionar a Puigdemont a lágrima viva o a golpe de tuit bajo la amenaza de señalarlo como el Gran Botifler si retrocedía, a la actual desactivación de la mayoría independentista del 52% con un Govern en minoría absoluta en el Parlament. La parada de burro es la opción estratégica de ERC y, al fin y al cabo, de la mitad de Junts per Catalunya —la CUP no acabamos de saber exactamente dónde anda—: aparcar el procés y centrarse en la reconstrucción de un autogobierno con una capacidad de decisión real situada en niveles preautonómicos. Fiarlo todo a la mesa de diálogo y evitar la confrontación es una opción legítima, claro está, pero que, como mínimo, hará tan poco por la independencia como la DUI. Aquella declaración simbólica del Parlament tan simbólica y fake como todas las que se hacen. Lo sabe todo el mundo. Estamos ante un nuevo engaño masivo. Y por eso todo lo que se sitúa al margen de la nueva verdad oficial y oficiosa, del nuevo relato, ya sea el puigdemontismo, el laurismo o el independentismo entre decepcionado y cabreado, será señalado inmediatamente por los nuevos guardianes del seny indepe —los de la parada de burro— como simple y mera amenaza de trumpismo. Cuidado.

¿Acaso no es trumpista el discurso que se atribuye la representación de lo que piensa el 80% de los catalanes (!) con un Govern que sólo tiene el 22% de los votos de la calle?

Es la manera de acuñar el nuevo relato, de insuflarle la vida, la verdad de la que cojea: el todo vale contra el adversario. Dense un paseo por Twitter y verán como, desde cuentas públicas y anónimas que respiran oficialismo de ERC por los cuatro costados, se señala a Junts, por ejemplo, como un cubil de xenófobos, machistas y trumpistas. Es la estrategia troleadora de los republicanos y sus entornos para combatir en las redes el señalamiento de ERC como el nuevo PSC-sucursal del PSOE de los tiempos de Pujol reeditado por Junts y el grueso del independentismo emprenyat que se desahoga a golpe de tuit. Es evidente que la gestión hecha por Junts de asuntos como el de las amenazas del diputado Dalmases a una periodista pone en bandeja determinadas reacciones y discursos. Siempre que no se entre en nombres y detalles que pueden hacer añicos el mejor argumentario de combate. Como, por ejemplo, recordar que ha habido otros Dalmases y no eran de Junts, sino de ERC o la CUP o sus entornos. ¿Acaso no es trumpista el discurso que se atribuye la representación de lo que piensa el 80% de los catalanes (!) con un Govern que sólo tiene el 22% de los votos de la calle? ¿Habrá que recordar que la manipulación de las cifras y resultados electorales forma parte del ADN discursivo del trumpismo? Pero claro, los trumpistas (y los machistas, y los xenófobos, y los mentirosos) siempre son los otros.

La ruptura del Govern no ha hecho más que endurecer la batalla de las redes entre ERC y Junts como reflejo de lo que vendrá de cara al próximo ciclo electoral, también en los medios y, por descontado, en los tuits del tertulianismo y el periodismo de parte. La presunta verdad es de quien la explica; a veces, de quien más osa contradecirla. Y no desde las sombras de la caverna que Platón explica en La República, sino a plena luz del día, bajo los focos y las pantallas, a la vista de todo el mundo. No hay que esconderse. Como decía Paul Ricoeur, la vida es siempre un relato que busca narrador.