Una vez rectificados la noche del viernes los datos erróneos o mal cocinados de la encuesta del CIS catalán -el ínclito Tezanos ya no está solo en el reino de las meteduras de pata demoscópicas- el resultado continúa siendo que el histórico 52% a favor de la independencia de las elecciones al Parlament de 2021 -para ser exactos, un 51,32% (ERC, JxCat, CUP, PdeCAT, Primarias, FNC y PNC), según las cifras definitivas de aquellos comicios- se ha girado como un calcetín. Ahora habría un 52,3% de partidarios del no (1 punto menos de los inicialmente atribuidos) mientras que los que continúan en el barco del sí son, insisto, según el CEO revisado, en este caso, al alza, un 40,8% (2 puntos más que los inicialmente atribuidos). Los indecisos -los que declaran que no lo saben o no responden-, serían un 6,9% (un 1% menos del porcentaje inicialmente hecho público). Resumiendo, el independentismo se habría dejado en un año de gobierno ERC-Junts 12 puntos de apoyo por el camino.

Si todavía no os habéis mareado con la sobredosis de cifras, añadiré que el sí se sitúa más de medio punto por debajo del voto real alcanzado por ERC (21,30%) y JxCat (20,07%) en las últimas elecciones, en total un 41,37%. Siguiendo con la comparación, con respecto al resto de votantes de opciones independentistas (CUP y listas extraparlamentarias),  es como si se hubiera desvanecido por arte de magia un 9,95% del voto real indepe. Son muchas las conclusiones que se pueden extraer, la primera de las cuales es que el independentismo ha dejado de seducir a la mayoría del electorado catalán y, la segunda, que el gobierno independentista del 52% -inédito a la historia- ha fracasado en su primer año. Intentaremos analizar por qué.

El gobierno presidido por Pere Aragonès, formado por ERC y JxCat, ni gobierna bien ni amplía la base independentista. Los dos vectores van unidos indisolublemente desde el punto y momento que ERC apuesta por la vía pragmática de sumar adeptos a la causa a base de gestionar bien el día a día y el mientras tanto -el mientras tanto no se dan las condiciones para un nuevo embate al Estado- y JxCat, aunque formalmente defiende la "confrontación inteligente" -esto es, no dar por cerrado el conflicto y plantar cara-, secunda, a la práctica, ni que sea por pasiva, la estrategia de los republicanos. El Govern, y ERC, que lo preside, no gobiernan bien, como ha evidenciado la huelga de maestros y profesores contra el conseller Gonzàlez-Cambray. Y la mala gobernanza frena el independentismo, como constata el Barómetro del CEO, sin que la estrategia presuntamente inconformista de Junts lo evite. Hasta aquí, sin embargo, alguien se podría quedar con la idea de que el articulista carga todas las culpas en los republicanos, pero no es así. Si bien la parte del león del primer año de fracaso correspondería al partido de Oriol Junqueras, que preside a la Generalitat en el interior por primera vez desde 1939, no es menor la responsabilidad de Junts. El partido de Carles Puigdemont forma parte del mismo gobierno que ERC y, hoy por hoy, no parece que el electorado -al menos el independentista- haga muchoas distinciones sobre cómo de bien o malamente lo hace uno u otro socio. De lo contrario, la caída del independentismo en la encuesta del CEO -a falta de sondeos sobre intención de voto que lo confirmen- sería más atenuada.

Que Junts se mantenga en el Govern después de que el diputado Rufián, con mandato de la cúpula que preside Oriol Junqueras, haya alineado a Puigdemont en el espacio criminal de Putin, avalando la tesis de las alcantarillas del Estado sobre los contactos con dignatarios rusos apra obtener reconocimiento a una Catalunya independiente, tendría que ser motivo más que suficiente para salir del Govern. Pero la respuesta de Junts al misil de ERC ha sido tan tibia y previsible, en términos de consecuencias reales, como la pseudo-rectificación de Rufián. A partir de ahora, cada vez que ERC necesite auscultar la mala salud del pacto de gobierno sólo tiene que hacer pasar a Junts por el test de Rufián. Duele menos que una PCR. Continuar en el Govern garantiza a Junts el control de conselleries y departamentos durante un tiempo, ciertamente; pero le aleja los votos de un independentismo para el cual, los juntaires son cada vez más meros colaboradores de la estrategia claudicante de ERC en un Govern que tampoco gobierna bien. Situadas las cosas en este plano, a Junts le falta claramente un Rufián capaz de plantar cara sin previo aviso a los golpes bajos que, a menudo, le propinan los republicanos. Pero no parece que le interese mucho, no sea que una guerra abierta hunda todo el tinglado. Junts no es Putin però, con ERC, tampoco quiere ser Zelensky. Esa es la particular guerra fría que mantienen Calàbria y Waterloo, Junqueras y Puigdemont, con zona de exclusión a lo Chernóbil en la plaza Sant Jaume.

A Junts le falta claramente un Rufián capaz de plantar cara sin previo aviso a los golpes bajos que recibe a menudo de los republicanos. Pero no parece que le interese mucho, no sea que una guerra abierta hunda todo el tinglado. Junts no es Putin pero tampoco quiere ser Zelensky

¿Se están suicidando políticamente los unos y los otros ante el electorado indepe? Darwin nos enseñó cémo se adaptan las especies. ERC y Junts, como los camaleones, empiezan a virar los colores cuando cambia el escenario, el paisaje: pronto ya no habrá que ser independentista para presidir a la Generalitat. De hecho, hasta el 2012 no hacía falta. Estamos asistiendo a un cambio de paradigma en la dialéctica entre ERC y Junts que la sitúa más cerca del neoautonomismo que del soberanismo -ya no digo el independentismo. Digámoslo de manera provisional, pero todo indica que la carrera agónica y cainita para demostrar quién es más independentista que enfrenta a las dos formaciones desde la época del Estatut del 2006 ya no garantiza un plus de votos o simpatía a ninguna de las dos. Simplemente, porque ya no hay escenario de independencia a la vista. El estancamiento y el leve retroceso conjunto tanto en las elecciones de 2021 (33 diputados ERC, 32 Junts) como del 2019 (34 Junts, 32 ERC) es una muestra. Y el descenso imparable del sí a la independencia en las encuestas del CEO, otra. Que unos 700.000 electores del independentismo se quedaran en casa en las elecciones del 2021 es más que una señal de alerta. Las dos fuerzas hegemónicas del independentismo se están peleando por el pastel electoral de la antigua CiU, ahora por la vía del pragmatismo y el orden (más o menos disimulado). Pronto se abrirán, como la extinta federación de Pujol i Duran i Lleida, a casi cualquier tipo de pacto, PSC incluido. Las municipales del 2023 marcarán el camino. El último, que apague la luz. La independencia ha salido del dominio de lo posible para entrar de nuevo en el territorio de los sueños y, dicho sea sin ánimo de ofender, la literatura memorialística.